En buen lugar, el presidente Calderón ha equiparado la delincuencia organizada con el terrorismo. En Medellín habló del terrorismo mexicano. Comparto el calificativo. El crimen en México tiene, desde hace tiempo, una expresión terrorista: la violencia no se usa exclusivamente para lucrar sino también para intimidar. El arsenal de los delincuentes se emplea no solamente como instrumento sino que se ha vuelto, también, mensaje. En México, dijo el presidente, el crimen lucra con el terror, intimida a la gente, paraliza a las autoridades, carcome los gobiernos. Calderón habló de un circuito criminal que debe romperse. Los delincuentes roban, matan, extorsionan. La vida cotidiana se transforma ante la vulnerabilidad. El miedo paraliza a la ciudadanía. Los gobiernos se sienten débiles frente al poder destructivo de los criminales; las autoridades también sienten miedo. Para romper el circuito terrorista, el presidente de México ofreció su tijera: la valentía.
Esa fue la receta calderonista. Que el mundo aprenda de mi valentía. Como si la estrategia mexicana hubiera tenido éxito, como si estuviéramos en condiciones de dar consejos al mundo, como si la política mexicana hubiera demostrado resultados, el presidente de México se coloca como ejemplo para el mundo. Ofrece una propuesta sorprendente por su superficialidad y, sobre todo, por su voluntarismo. La estrategia del presidente Calderón contra el crimen organizado es la bravura del presidente Calderón. Derrotaremos al crimen organizado porque no le tengo miedo a los criminales. Quien ya se había descrito como el modesto salvador del género humano, ahora se describe como un titán de la osadía, un gobernante férreo que sustituye la estrategia y el proyecto por la audacia. Un intrépido hombre de Estado que transforma el miedo de los ciudadanos en gallardía, ánimo y decisión de gobernante. A juicio del presidente, el valor personal es crucial para romper el circulo criminal: “de ahí la importancia de la determinación, la valentía, el valor de quien está investido por el propio pueblo para gobernar.” Curiosa noción del mandato democrático: el representante popular ha de personificar la valentía. No la razón, no la previsión, no la prudencia: el valor. El voluntarismo de Calderón ha degenerado en valentonismo.
Si el voluntarismo es la confianza en que la voluntad del poder todo lo logra, el valentonismo es fe en el coraje. El valentonismo calderonista no ha demostrado un solo resultado promisorio en la lucha contra la delincuencia organizada. Hablo de resultados promisorios porque entiendo que en esta batalla los resultados no pueden ser inmediatos. Lo que advierto es que, a mitad de su trayecto sexenal, la crisis de seguridad es más grave que nunca; el costo en materia de derechos humanos es altísimo; la profesionalización de los cuerpos de seguridad sigue en espera y ahora la colaboración entre poderes está en entredicho. Pero la nulidad práctica del valentonismo contrasta con su inmenso aporte a la vanidad. El presidente valiente es, sin lugar a dudas, un político popular. De ahí viene el tributo al Valiente en el que descansa la campaña de Acción Nacional. Los dirigentes del PAN nos invitan a votar por un presidente sin resultados pero con valor. Un presidente sin ideas pero con arrojo. “Siga valiente, señor presidente,” le dicen sus admiradores a través de insertos en los periódicos.
La tijera de Calderón no ha cortado el circuito de la impunidad pero amenaza con segar la precaria unidad de la lucha contra el crimen. La personalización de la lucha contra el crimen, su uso como bandera de partido ha destrozado la idea básica de que la restauración del Estado es asunto de todos. El manto de unidad estatal que invocaba el presidente al principio de su gobierno, ha sido trasquilado por la politiquería de campaña. Si la equiparación de nuestra guerra con la guerra contra el terrorismo es válida, Calderón y sus aliados cometen errores imperdonables: han partidizado una lucha que demanda unidad y sobriedad. Con su retórica busheana, el calderonismo amenaza con debilitar la ya frágil coalición que se necesita enfrentar a los criminales. Nos quieren plantar una disyuntiva grotesca: quien no esté con el Presidente Valiente está con los criminales.
La estrategia discursiva del presidente del PAN es execrable. Quien no apoya al valiente, respalda al crimen. La disyuntiva no es solamente un maniqueísmo que ofende. Es una política que dinamita la coincidencia elemental entre todas las fuerzas. La miopía electoral lo ha llevado a poner en riesgo una política de la que depende la sobrevivencia del Estado mismo. Penosa degradación ideológica: un partido que nació para que la lucha política no colgara de la inteligencia mesiánica de José Vasconcelos resulta ahora un partido colgado de la envanecida masculinidad (por decirlo con un eufemismo pudibundo) de Felipe Calderón.
Esa fue la receta calderonista. Que el mundo aprenda de mi valentía. Como si la estrategia mexicana hubiera tenido éxito, como si estuviéramos en condiciones de dar consejos al mundo, como si la política mexicana hubiera demostrado resultados, el presidente de México se coloca como ejemplo para el mundo. Ofrece una propuesta sorprendente por su superficialidad y, sobre todo, por su voluntarismo. La estrategia del presidente Calderón contra el crimen organizado es la bravura del presidente Calderón. Derrotaremos al crimen organizado porque no le tengo miedo a los criminales. Quien ya se había descrito como el modesto salvador del género humano, ahora se describe como un titán de la osadía, un gobernante férreo que sustituye la estrategia y el proyecto por la audacia. Un intrépido hombre de Estado que transforma el miedo de los ciudadanos en gallardía, ánimo y decisión de gobernante. A juicio del presidente, el valor personal es crucial para romper el circulo criminal: “de ahí la importancia de la determinación, la valentía, el valor de quien está investido por el propio pueblo para gobernar.” Curiosa noción del mandato democrático: el representante popular ha de personificar la valentía. No la razón, no la previsión, no la prudencia: el valor. El voluntarismo de Calderón ha degenerado en valentonismo.
Si el voluntarismo es la confianza en que la voluntad del poder todo lo logra, el valentonismo es fe en el coraje. El valentonismo calderonista no ha demostrado un solo resultado promisorio en la lucha contra la delincuencia organizada. Hablo de resultados promisorios porque entiendo que en esta batalla los resultados no pueden ser inmediatos. Lo que advierto es que, a mitad de su trayecto sexenal, la crisis de seguridad es más grave que nunca; el costo en materia de derechos humanos es altísimo; la profesionalización de los cuerpos de seguridad sigue en espera y ahora la colaboración entre poderes está en entredicho. Pero la nulidad práctica del valentonismo contrasta con su inmenso aporte a la vanidad. El presidente valiente es, sin lugar a dudas, un político popular. De ahí viene el tributo al Valiente en el que descansa la campaña de Acción Nacional. Los dirigentes del PAN nos invitan a votar por un presidente sin resultados pero con valor. Un presidente sin ideas pero con arrojo. “Siga valiente, señor presidente,” le dicen sus admiradores a través de insertos en los periódicos.
La tijera de Calderón no ha cortado el circuito de la impunidad pero amenaza con segar la precaria unidad de la lucha contra el crimen. La personalización de la lucha contra el crimen, su uso como bandera de partido ha destrozado la idea básica de que la restauración del Estado es asunto de todos. El manto de unidad estatal que invocaba el presidente al principio de su gobierno, ha sido trasquilado por la politiquería de campaña. Si la equiparación de nuestra guerra con la guerra contra el terrorismo es válida, Calderón y sus aliados cometen errores imperdonables: han partidizado una lucha que demanda unidad y sobriedad. Con su retórica busheana, el calderonismo amenaza con debilitar la ya frágil coalición que se necesita enfrentar a los criminales. Nos quieren plantar una disyuntiva grotesca: quien no esté con el Presidente Valiente está con los criminales.
La estrategia discursiva del presidente del PAN es execrable. Quien no apoya al valiente, respalda al crimen. La disyuntiva no es solamente un maniqueísmo que ofende. Es una política que dinamita la coincidencia elemental entre todas las fuerzas. La miopía electoral lo ha llevado a poner en riesgo una política de la que depende la sobrevivencia del Estado mismo. Penosa degradación ideológica: un partido que nació para que la lucha política no colgara de la inteligencia mesiánica de José Vasconcelos resulta ahora un partido colgado de la envanecida masculinidad (por decirlo con un eufemismo pudibundo) de Felipe Calderón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario