El Universal/5 de junio de 2009
Cuando le preguntaron a Thomas Hobbes (1588-1679) qué era el Estado, contestó que era el mecanismo más complejo y maravilloso que el hombre había diseñado para garantizar su propia vida. Es la maquina maquinorum, el artefacto del cual dependen todas las demás creaciones del ser humano. México se está alejando de esa definición.
Para ilustrar lo que sucedería si el Estado no existiese, Hobbes describió la condición opuesta: el reino de la anarquía, el desorden, la guerra de todos contra todos; en esa situación cada quien confía en su propia fuerza y maña para subsistir. Allí no puede haber un verdadero desarrollo económico “y lo que es peor, existe un temor y peligro continuo de una muerte violenta; la vida del hombre se vuelve solitaria, pobre, desagradable, brutal y breve” (Leviatán, capítulo XIII). Con base en la razón, los individuos acuerdan salir de la violencia y entrar en la paz.
En otro libro, el De Cive (X, 1), este pensador inglés hizo una descripción dilemática para subrayar la importancia del Estado: “Fuera del Estado es el dominio de las pasiones, la guerra, el miedo, la pobreza, el abandono, el aislamiento, la barbarie, la ignorancia, la bestialidad. En el Estado es el dominio de la razón, la paz, la seguridad, la riqueza, la decencia, la sociabilidad, el refinamiento, la ciencia, la benevolencia”.
Llamo en causa a Hobbes porque ayuda a interpretar lo que está pasando en México: el Estado ha dejado de tener el monopolio de la fuerza física legítima y, por ese motivo, nos estamos precipitando a un nuevo estado de anarquía, como proliferación y fortalecimiento de los poderes privados, tanto legales como ilegales.
Muchos piensan que lo peor sería que el Estado terminase siendo carcomido por esa miríada de poderes particulares hasta, finalmente, desaparecer como entidad soberana. Sin embargo, hay algo peor: que el propio Estado pase de ser el agente protector de la sociedad a ser un elemento de agresión contra los ciudadanos.
La idea viene de otro pensador inglés, Herbert Spencer (1820-1903). En su libro El hombre versus el Estado escribió: “En sus primeras etapas, al mismo tiempo que el Estado fracasaba en proteger a los individuos de las agresiones, ese mismo Estado era un agresor bajo una gran cantidad de formas”. Ese es, ciertamente, un síntoma en los momentos de la formación de las instituciones públicas, pero también es un indicador de decrepitud en las etapas de decadencia, como nuestra presente situación.
En su debilidad, efectivamente, el Estado no solamente deja de proteger, sino que además arremete como si se tratase de otro más de los poderes privados en el estado de naturaleza.
Sobran ejemplos: la violación sistemática de los derechos humanos; la impunidad de la que gozan narcotraficantes y políticos corruptos; la permisibilidad frente a los poderes fácticos y la Iglesia; el uso selectivo de las acciones policiacas con propósitos no de seguridad, sino de ataque a los oponentes políticos; culpar a las administraciones anteriores de lo que el actual gobierno no ha podido hacer.
Hay otros casos igualmente insidiosos como el que sufrimos cotidianamente en materia de manipulación publicitaria. Se nos quiere hacer creer que el gobierno actúa en bien del conjunto social; pero, en realidad, persigue intereses electorales muy concretos. De esta forma se convierte en una más de las fuerzas privadas en pugna. Al proceder así ofende a la sociedad.
jfsantillan@itesm.mx
Académico del Tecnológico de Monterrey (CCM)
Para ilustrar lo que sucedería si el Estado no existiese, Hobbes describió la condición opuesta: el reino de la anarquía, el desorden, la guerra de todos contra todos; en esa situación cada quien confía en su propia fuerza y maña para subsistir. Allí no puede haber un verdadero desarrollo económico “y lo que es peor, existe un temor y peligro continuo de una muerte violenta; la vida del hombre se vuelve solitaria, pobre, desagradable, brutal y breve” (Leviatán, capítulo XIII). Con base en la razón, los individuos acuerdan salir de la violencia y entrar en la paz.
En otro libro, el De Cive (X, 1), este pensador inglés hizo una descripción dilemática para subrayar la importancia del Estado: “Fuera del Estado es el dominio de las pasiones, la guerra, el miedo, la pobreza, el abandono, el aislamiento, la barbarie, la ignorancia, la bestialidad. En el Estado es el dominio de la razón, la paz, la seguridad, la riqueza, la decencia, la sociabilidad, el refinamiento, la ciencia, la benevolencia”.
Llamo en causa a Hobbes porque ayuda a interpretar lo que está pasando en México: el Estado ha dejado de tener el monopolio de la fuerza física legítima y, por ese motivo, nos estamos precipitando a un nuevo estado de anarquía, como proliferación y fortalecimiento de los poderes privados, tanto legales como ilegales.
Muchos piensan que lo peor sería que el Estado terminase siendo carcomido por esa miríada de poderes particulares hasta, finalmente, desaparecer como entidad soberana. Sin embargo, hay algo peor: que el propio Estado pase de ser el agente protector de la sociedad a ser un elemento de agresión contra los ciudadanos.
La idea viene de otro pensador inglés, Herbert Spencer (1820-1903). En su libro El hombre versus el Estado escribió: “En sus primeras etapas, al mismo tiempo que el Estado fracasaba en proteger a los individuos de las agresiones, ese mismo Estado era un agresor bajo una gran cantidad de formas”. Ese es, ciertamente, un síntoma en los momentos de la formación de las instituciones públicas, pero también es un indicador de decrepitud en las etapas de decadencia, como nuestra presente situación.
En su debilidad, efectivamente, el Estado no solamente deja de proteger, sino que además arremete como si se tratase de otro más de los poderes privados en el estado de naturaleza.
Sobran ejemplos: la violación sistemática de los derechos humanos; la impunidad de la que gozan narcotraficantes y políticos corruptos; la permisibilidad frente a los poderes fácticos y la Iglesia; el uso selectivo de las acciones policiacas con propósitos no de seguridad, sino de ataque a los oponentes políticos; culpar a las administraciones anteriores de lo que el actual gobierno no ha podido hacer.
Hay otros casos igualmente insidiosos como el que sufrimos cotidianamente en materia de manipulación publicitaria. Se nos quiere hacer creer que el gobierno actúa en bien del conjunto social; pero, en realidad, persigue intereses electorales muy concretos. De esta forma se convierte en una más de las fuerzas privadas en pugna. Al proceder así ofende a la sociedad.
jfsantillan@itesm.mx
Académico del Tecnológico de Monterrey (CCM)
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