jueves, 18 de junio de 2009

La globalización y la solidaridad

Mariano Aguirre

El objetivo solidario es complicado si se tiene en cuenta que el mundo no está dividido nítidamente entre el Norte y el Sur, sino que hay un solo sistema internacional de Estados y un mercado global único con múltiples jerarquías e interrelaciones. Dentro de ellos hay Estados con diferentes grados de poder y debilidad, y actores no estatales que desarrollan estrategias desde dentro y desde fuera de los Estados, como son las empresas transnacionales de producción de bienes y de actividades financieras, las compañías de seguros y las auditorias.
La globalización ha sido analizada en la última década por algunos autores como una estructura omnipotente. Los ultraliberales económicos la consideran como un punto de inflexión a partir del cual se produce el triunfo casi absoluto del mercado libre por encima de otras opciones. Desde la izquierda, algunos analistas consideran que es un triunfo del sistema capitalista que parece dejar pocos resquicios de resistencia. Curiosamente, un punto de acuerdo implícito entre ambos sectores es la solidaridad: los ultraliberales la consideran necesaria para paliar las crisis humanitarias y atender a los sectores que no son suficientemente dinámicos o no han sabido adaptarse a las reglas del mercado. Parte de la izquierda ve necesaria la solidaridad como una forma de mantener los valores morales y atender a las víctimas de la globalización. Autores como James Petras consideran que la solidaridad es, en este punto, una coartada que sirve a unos para apaciguar a las víctimas y a otros para cooperar en esa tarea de forma consciente o inconsciente y, además, obtener un provecho de la situación.Actuar solidariamente implica también adoptar posiciones políticas que pueden ser duramente criticadas porque ya no se trata de compasión ni caridad sino que la solidaridad expresada en proyectos de desarrollo, denuncia sobre violaciones de derechos humanos o acción humanitaria de emergencia tiene impacto y consecuencias que, en algunos casos, son consideradas precisamente opuestas al efecto benéfico que se quería lograr.
La solidaridad ha evitado durante mucho tiempo el papel del Estado. Cuando era sólo caridad bastaba la voluntad individual canalizada a través de la Iglesia. Cuando era compromiso político con causas revolucionarias bastaba la relación abierta o clandestina con los que hacían la revuelta y los que la apoyaban desde fuera. El Estado era, generalmente, el enemigo en el terreno y un colaboracionista en el extranjero (con muy pocas excepciones, como Suecia hacia Nicaragua en los años 80 o durante la época del apartheid). Pero ahora la solidaridad es desarrollo económico y sostenible; es denunciar y demandar que se forme un Tribunal Internacional sobre Crímenes de Guerra; es coordinar diversos actores para operar en pocos días en una zona en guerra en la que están muriendo centenares de miles de personas.
La experiencia de los últimos diez años indica que ninguna de estas tareas se pueden hacer sin el Estado. Pero, por otra parte, no sirven los Estados corruptos que interceptan la ayuda, ni los Estados centrales que dan fondos a regañadientes y tratan de usar la ayuda para el negocio internacional.
Hay dos tendencias crecientes tanto en la investigación sobre la globalización como sobre la solidaridad y la cooperación internacional. La primera indica que pese a la mundialización de las relaciones económicas, el Estado continúa teniendo un papel decisivo para orientar las prioridades de cada país. La consecuencia política es que tiene sentido tratar de tener el poder del Estado o de influir en sus decisiones. La segunda indica que el Estado es decisivo para poner en marcha la cooperación al desarrollo. Sin Estado, indican diversos informes, es casi imposible llevar adelante estrategias de medio y largo plazo coherentes para reconstruir las bases económicas, sociales y políticas de cualquier país dado.Pero para cumplir la acción solidaria el Estado corrupto no sirve, ni el represivo y antidemocrático.
La solidaridad es posible de realizar en la era de la globalización, y es necesaria. Es, también, una tarea muy compleja que requiere una alarma casi constante. Es importante no servir de coartada (tesis de Petras) pero si la respuesta solidaria existe entonces debe ser lo más efectiva posible, muy crítica consigo misma, y buscar entre mediaciones y actores la clave para que hacer el bien sirva, si es posible, para que las cosas cambien, de fondo, a mejor.

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