El Universal/13 de junio de 2009
“¿Es posible que el antónimo del ‘olvido’ no sea la ‘memoria’, sino la justicia?”: Yosef Yerushalmi (citado por Sandra Lorenzano, en “Escrituras de sobrevivencia”)
No hay desprotección mayor que la de un bebé, un niño, una persona enferma o muy mayor. ¿Cuál es la responsabilidad del Estado ante sus grupos más vulnerables? Un inmenso portón se abría hacia el patio de la guardería en Hermosillo. Sólo que no se abría. Era una puerta grande y falsa. Una apariencia. Miro las fotos de esa puerta enorme por la cual los familiares, los rescatistas espontáneos, podrían haber entrado para salvar a los bebés con mayor rapidez y eficacia. Infame puerta falsa. Como una metáfora de esa farsa irresponsable y corrupta que mató a 45 niños, mantiene en el hospital a muchos más, dañó emocionalmente a todos. Qué rabia. Una puerta tan falsa y peligrosa como los socios del “negocio”, como las instituciones que avalaron la guardería, como cada una de las personas que aseguró que contaba con las medidas de seguridad indispensables, que firmó un documento aprobándolas.
¿En qué archivo polvoriento que a nadie le importa están guardados esos documentos? Los ataúdes tan pequeñitos. Los padres incrédulos, destrozados. El Seguro Social cumplía: ofrecía un espacio de cuidado “en buenas condiciones para los hijos de sus madres trabajadoras”. La farsa repetida de demasiados funcionarios públicos: “Estamos cumpliendo”. O aparentamos. En la realidad, la negligencia, el pensamiento mágico en su versión siniestra: “Que no exageren con sus reglas, no pasa nada, ¿para qué tanta puerta de emergencia?”. Hasta que la tragedia llega. Niñitos atrapados, envenenándose, como los muchachos atrapados, asfixiándose en el New’s Divine.
Van a inspeccionar las guarderías una por una. Hacen ensayos de salvamento. “La investigación irá a fondo y la ley se aplicará hasta sus últimas consecuencias”. Nada más faltaba que no. Pero de veras, que no nos prometan como el gran compromiso moral lo que no es sino el más elemental cumplimiento de su deber. Trágicamente tardío. Nos queda claro, con un costo altísimo en vidas, con un daño imperdonable, que si bien ofrecer las seguridades que no ofreció es una responsabilidad del Estado, son los padres de familia, abuelos, tíos (aquellos a quienes los padres elijan como representantes), la comunidad organizada, quienes deberían tener el derecho de acceder a las reglamentaciones y a vigilar que se cumplan. No sólo en términos de seguridad. Sino de higiene, calidad en la alimentación, calidad en el maternaje o paternaje, calidad en la enseñanza y la socialización de los niños.
El IMSS paga 2 mil 500 pesos por niño a las guarderías subrogadas. Si las guarderías son insuficientes, si corren el riesgo de ofrecer menos calidad por estar sobrepobladas, ¿por qué no ofrecería acuerdos con los padres, con familiares o personas cercanas que podrían ocuparse de los niños a cambio de esa cantidad como salario? Una tía, una amiga, una abuelita que desee permanecer en su casa y ocuparse de sus propios hijos/nietos, pero a quien el ingreso familiar no se lo permite, podría maternar uno o dos niños más en su hogar y recibir un dinero que le permita trabajar como ama de casa asalariada. Dos o tres familias saldrían beneficiadas. Los padres que trabajan fuera estarían más tranquilos. Los niños tendrían la posibilidad de socializar entre ellos, en ese tránsito entre el espacio de la familia y el preescolar.
¿Y los pequeños sobrevivientes de Hermosillo? El derecho a la salud no pasa sólo por sanar los daños corporales. Es obligación del Estado proporcionar ayuda sicológica inmediata a los bebés y niños de la ABC. Arroparlos. A los que tuvieron quemaduras y a los que no, aun a aquellos que ese día no asistieron a la guardería. En distintos niveles de intensidad todos han estado sometidos a una situación de angustia, de dolor. Han escuchado el llanto, las sirenas, el dolor de las familias heridas por la pérdida, el de sus propias familias. Saben que una parte de ese mundo cotidiano que era suyo ya no existe. Para los niños, sus espacios de referencia y las personas que los comparten son fundamentales. Sus certidumbres se construyen en esa geografía en la que aprenden a moverse, en esas voces tutelares que escuchan, en esos horarios que estructuran sus días. Una tragedia derrumbó una parte de sus vidas. Saben —a su manera, a como ellos entienden— que muchos de esos bebés y niños con los que jugaban no van a estar. Nunca más. Han escuchado hablar de la muerte. Se les tiene que explicar. Se les tiene que dejar explicarse.
Esta vivencia traumática necesita ser trabajada a través de dibujos, de juegos, de palabras, con las distintas técnicas de expresión que conocen muy bien los buenos sicólogos y sicoanalistas infantiles. Proteger a los pequeños sobrevivientes. Para que el traumatismo se enfrente y se transite, para que no se les convierta en un dolor incomprensible. En un silencio cargado de palabras que los niños no puedan procesar, y que podrían tener consecuencias en el futuro. Pánicos inexplicables, dificultades de aprendizaje, insomnio, inseguridad, sentimiento de culpa. Dicen que la memoria comienza a los cinco años. Sí, la memoria consciente. Pero la memoria inconsciente existe desde que un ser humano existe. Los bebés y los niños conocen la angustia, el sufrimiento, no saben nombrarlos, pero los experimentan. Por sólido que sea el amor de sus padres y familiares, es también necesario el acompañamiento de especialistas entrenados en el trabajo de invitar a los niños a “hablar”, y entrenados para percibir e interpretar sus expresiones. Los familiares de las víctimas tendrían que contar con el mismo derecho: trabajo terapéutico individual o grupal, a tan largo plazo como sea necesario.
¿Cómo se hace el duelo de un/a hijo/a? Lo inimaginable. Lo que ni siquiera somos capaces de nombrar. Lo escribió Sabines: “Cada día, hijo mío, que se va para siempre, me deja preguntándome:/ si es huérfano el que pierde un padre,/ si es viudo el que ha perdido la esposa,/ ¿cómo se llama el que pierde un hijo?”.
Escritora
No hay desprotección mayor que la de un bebé, un niño, una persona enferma o muy mayor. ¿Cuál es la responsabilidad del Estado ante sus grupos más vulnerables? Un inmenso portón se abría hacia el patio de la guardería en Hermosillo. Sólo que no se abría. Era una puerta grande y falsa. Una apariencia. Miro las fotos de esa puerta enorme por la cual los familiares, los rescatistas espontáneos, podrían haber entrado para salvar a los bebés con mayor rapidez y eficacia. Infame puerta falsa. Como una metáfora de esa farsa irresponsable y corrupta que mató a 45 niños, mantiene en el hospital a muchos más, dañó emocionalmente a todos. Qué rabia. Una puerta tan falsa y peligrosa como los socios del “negocio”, como las instituciones que avalaron la guardería, como cada una de las personas que aseguró que contaba con las medidas de seguridad indispensables, que firmó un documento aprobándolas.
¿En qué archivo polvoriento que a nadie le importa están guardados esos documentos? Los ataúdes tan pequeñitos. Los padres incrédulos, destrozados. El Seguro Social cumplía: ofrecía un espacio de cuidado “en buenas condiciones para los hijos de sus madres trabajadoras”. La farsa repetida de demasiados funcionarios públicos: “Estamos cumpliendo”. O aparentamos. En la realidad, la negligencia, el pensamiento mágico en su versión siniestra: “Que no exageren con sus reglas, no pasa nada, ¿para qué tanta puerta de emergencia?”. Hasta que la tragedia llega. Niñitos atrapados, envenenándose, como los muchachos atrapados, asfixiándose en el New’s Divine.
Van a inspeccionar las guarderías una por una. Hacen ensayos de salvamento. “La investigación irá a fondo y la ley se aplicará hasta sus últimas consecuencias”. Nada más faltaba que no. Pero de veras, que no nos prometan como el gran compromiso moral lo que no es sino el más elemental cumplimiento de su deber. Trágicamente tardío. Nos queda claro, con un costo altísimo en vidas, con un daño imperdonable, que si bien ofrecer las seguridades que no ofreció es una responsabilidad del Estado, son los padres de familia, abuelos, tíos (aquellos a quienes los padres elijan como representantes), la comunidad organizada, quienes deberían tener el derecho de acceder a las reglamentaciones y a vigilar que se cumplan. No sólo en términos de seguridad. Sino de higiene, calidad en la alimentación, calidad en el maternaje o paternaje, calidad en la enseñanza y la socialización de los niños.
El IMSS paga 2 mil 500 pesos por niño a las guarderías subrogadas. Si las guarderías son insuficientes, si corren el riesgo de ofrecer menos calidad por estar sobrepobladas, ¿por qué no ofrecería acuerdos con los padres, con familiares o personas cercanas que podrían ocuparse de los niños a cambio de esa cantidad como salario? Una tía, una amiga, una abuelita que desee permanecer en su casa y ocuparse de sus propios hijos/nietos, pero a quien el ingreso familiar no se lo permite, podría maternar uno o dos niños más en su hogar y recibir un dinero que le permita trabajar como ama de casa asalariada. Dos o tres familias saldrían beneficiadas. Los padres que trabajan fuera estarían más tranquilos. Los niños tendrían la posibilidad de socializar entre ellos, en ese tránsito entre el espacio de la familia y el preescolar.
¿Y los pequeños sobrevivientes de Hermosillo? El derecho a la salud no pasa sólo por sanar los daños corporales. Es obligación del Estado proporcionar ayuda sicológica inmediata a los bebés y niños de la ABC. Arroparlos. A los que tuvieron quemaduras y a los que no, aun a aquellos que ese día no asistieron a la guardería. En distintos niveles de intensidad todos han estado sometidos a una situación de angustia, de dolor. Han escuchado el llanto, las sirenas, el dolor de las familias heridas por la pérdida, el de sus propias familias. Saben que una parte de ese mundo cotidiano que era suyo ya no existe. Para los niños, sus espacios de referencia y las personas que los comparten son fundamentales. Sus certidumbres se construyen en esa geografía en la que aprenden a moverse, en esas voces tutelares que escuchan, en esos horarios que estructuran sus días. Una tragedia derrumbó una parte de sus vidas. Saben —a su manera, a como ellos entienden— que muchos de esos bebés y niños con los que jugaban no van a estar. Nunca más. Han escuchado hablar de la muerte. Se les tiene que explicar. Se les tiene que dejar explicarse.
Esta vivencia traumática necesita ser trabajada a través de dibujos, de juegos, de palabras, con las distintas técnicas de expresión que conocen muy bien los buenos sicólogos y sicoanalistas infantiles. Proteger a los pequeños sobrevivientes. Para que el traumatismo se enfrente y se transite, para que no se les convierta en un dolor incomprensible. En un silencio cargado de palabras que los niños no puedan procesar, y que podrían tener consecuencias en el futuro. Pánicos inexplicables, dificultades de aprendizaje, insomnio, inseguridad, sentimiento de culpa. Dicen que la memoria comienza a los cinco años. Sí, la memoria consciente. Pero la memoria inconsciente existe desde que un ser humano existe. Los bebés y los niños conocen la angustia, el sufrimiento, no saben nombrarlos, pero los experimentan. Por sólido que sea el amor de sus padres y familiares, es también necesario el acompañamiento de especialistas entrenados en el trabajo de invitar a los niños a “hablar”, y entrenados para percibir e interpretar sus expresiones. Los familiares de las víctimas tendrían que contar con el mismo derecho: trabajo terapéutico individual o grupal, a tan largo plazo como sea necesario.
¿Cómo se hace el duelo de un/a hijo/a? Lo inimaginable. Lo que ni siquiera somos capaces de nombrar. Lo escribió Sabines: “Cada día, hijo mío, que se va para siempre, me deja preguntándome:/ si es huérfano el que pierde un padre,/ si es viudo el que ha perdido la esposa,/ ¿cómo se llama el que pierde un hijo?”.
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