jueves, 4 de junio de 2009

Razones para creer en la democracia

Diego Petersen Farah
Milenio/4 de junio de 2009

En momentos en que la democracia está tan vapuleada y cuestionada, vale la pena recordar algunas de sus virtudes, aunque por momentos estas parezcan difuminarse debajo de la decepción ciudadana por el incumplimiento de algunas expectativas. Hay en el ambiente una decepción por los pocos o nulos resultados que ha arrojado al país el sistema democrático y los muchos problemas que se han presentado por la incapacidad política de los partidos. A pasar de esto hay al menos tres razones de mucho peso parar seguir creyendo y defendiendo la democracia.
Primero: si bien la democracia tiene muchísimos defectos todo lo demás es mucho peor. El principal argumento a favor de la democracia, por más triste que este sea, es que sigue siendo el menos malo de todos los inventos que el ser humano ha intentado para gestionar un país o un ciudad. El invento se ha venido perfeccionando a lo largo de la historia y aún así sigue siendo muy imperfecto. Pero hay que tener claro que los problemas del país no son culpa de la democracia sino de a quiénes hacemos compadres, o lo que es lo mismo, gobernantes.
Segundo: el voto sigue siendo el arma más efectiva para dirimir problemas de manera pacífica, sensata y equilibrada. La mayor y mejor certeza que podemos tener los ciudadanos es que siempre habrá otra cita en las urnas. Esa certeza, que parece una obviedad y una nimiedad, es el principal inhibidor de la violencia social y el acto sobre el cual descansa en gran medida la gobernabilidad. El voto es el arma que tenemos los ciudadanos para protestar y la disparamos cuando y como nosotros queremos.
Tercero: Porque la democracia es nuestra. El voto es un derecho de los ciudadanos, los partidos son un instrumento. Dicho de otra manera, puede haber democracia sin partidos, sería un desorden y no es recomendable y quizá tampoco deseable, pero la democracia es anterior a los partidos. El derecho al voto es nuestro y podemos ejercerlo como se nos pegue la gana y en cualquier modalidad: votando por algún partido, votando por ningún partido (el voto nulo) o no votando. Los partidos han querido sacar a pasear el petate del muerto diciendo que no votar o anular el voto debilita a la democracia. Nada más falso: la abstención y el voto nulo debilitan al sistema de partidos (ni siquiera a algún partido en particular) pero no a la democracia, no a los ciudadanos. A lo mejor no sirve, eso sí para generar cambios, pero el argumento de fondo de quienes quieren anular o abstenerse es que todos son iguales. Ese es el mensaje. La democracia es nuestra. En lo personal creo que hay forma de ver el asunto, que es el voto pragmático, pero de eso hablamos mañana.
diego.petersen@milenio.com

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