Milenio/13 de junio de 2009
Contra la pared compañeros. Cada que hay una tragedia los políticos reaccionan de inmediato cubriéndose las espaldas los unos a los otros para evitar rendir cuentas. Los ciudadanos, por nuestra parte, tendemos a exigir crucifixiones a la menor, o en este caso mayor, provocación. Si existieran aún las horcas en las plazas habría cola porque la justicia es satisfacer la sed.
Responsabilidad y culpabilidad son dos palabras que suelen confundirse en este país. A nosotros nos gustan los culpables y el gobierno, fiel a su tradición de agradar al soberano y siempre inmaculado pueblo, termina concediendo carne para la hoguera. En los accidentes normalmente no hay culpables, por eso son accidentes, si no les llamaríamos asesinatos, crímenes o cualquier otra palabra que apele a los elementos constitutivos delito, premeditación, alevosía y ventaja. Una persona que atropella a un ciudadano, ahora sí que de a pie, en medio del Periférico, lo más probable es que no sea culpable, pero sí es responsable, porque manejar un auto implica siempre una responsabilidad de la cual no se puede huir. Lo mismo pasa con los funcionarios: manejar una ciudad, un estado o una institución lleva implícita una responsabilidad.
El patrón es el mismo en todas las tragedias. Sea en el New’s Divine en la Ciudad de México, el 22 de abril en Guadalajara o la tragedia de la guardería de Hermosillo nuestra tendencia inmediata a pedir cabezas y la del gobierno a entregar las menos posibles, pero está siempre dispuesto a darle a los leones de la opinión pública alguien a quien devorar. Se fabrican culpables para proteger a los responsables. El procesamiento de la tragedia no es privativo de un partido, es cultural. Así lo hizo el gobierno del PRD en la Ciudad de México, o en su tiempo hizo el PRI en la tragedia deGuadalajara.
Los políticos olvidan lo que es la responsabilidad política. El director del IMSS no es culpable de la tragedia de Hermosillo, pero sí es responsable de todo lo que pasa en la dependencia. El gobernador de Sonora no es culpable del fuego en la bodega, pero sí responsable de la corrupción que hay detrás de ese incendio. El alcalde de Hermosillo no es culpable del incendio, pero sí de que se haya otorgado licencia de operación a un establecimiento que no cumplía los requisitos de seguridad. Ninguno de los tres va a renunciar porque ninguno de los tres se considera responsable de lo que pasó.
Lo que más se protege y se rehuye en este tipo de tragedias es la responsabilidad política que no son otra cosa que las responsabilidades inherentes al cargo. La responsabilidad concreta y la culpa en caso de que la hubiera es de la persona que tiene una tarea y por omisión o corrupción no la hizo. Alguien en concreto debió haber sido responsable de que funcionaran los extinguidores, de que hubiera rutas de evacuación, de que se hicieran simulacros. Alguien con nombre y apellido debió haber sido responsable de la bodega y del fuego que ahí se inició. Algún burócrata debe ser responsable de haber dado la autorización para funcionar a una guardería que no cumplía con los elementos mínimos de seguridad, como el que las puertas de emergencia abran para afuera. Eso es tan básico y obvio que el que la hayan dejado operar en otras condiciones habla ya de negligencia y/o corrupción.
Este es el gran tema. Detrás de cada tragedia aparece la corrupción como una constante. Las tragedias no son sino las manifestaciones epidérmicas de esa infección que subyace en nuestro organismo social. Una bodega que rentaba el gobierno en medio millón de pesos; autorizaciones poco claras para operar; licencias municipales sin los requisitos cumplidos. Es una constante de cualquier tragedia. La corrupción, por nimia y tonta que perezca, es la olla donde se está cocinando, a fuego lento, la siguiente tragedia. El policía que acepta la mordida del chavo que va a exceso de velocidad está poniendo la cama para el accidente fatal en la que morirán jóvenes inocentes; el inspector que “repara” con billetes de mil las insuficiencias de un local comercial o una guardería está poniendo en riesgo a personas que confiaron en su trabajo; el burócrata que abandonó su puesto de trabajo para irse a grillar o a un mitin político y dejó de revisar un expediente deja a los ciudadanos inermes; el velador que se fue a echar un chesco o una chela con los cuates y dejó la bodega a merced del fuego pudo haber evitado una de las tragedias más terribles de este país.
Van a rodar cabezas. Van a rodar para que los leones tengan qué comer. Pero de nada va a servir ni para paliar el dolor de los padres que perdieron a sus hijos no para evitar que esto vuelva a suceder. Mientras tanto, gracias a que hemos hecho de la corrupción un sistema de vida, en algún drenaje de cualquier ciudad, en un bar o discoteca, o en un hospital o guardería pública o privada de este país, se está cocinando la próxima tragedia con la corrupción como ingrediente principal, aderezada con negligencia y un toque irresponsabilidad política. Déjese a fuego lento y pronto tendremos una tragedia más.
Responsabilidad y culpabilidad son dos palabras que suelen confundirse en este país. A nosotros nos gustan los culpables y el gobierno, fiel a su tradición de agradar al soberano y siempre inmaculado pueblo, termina concediendo carne para la hoguera. En los accidentes normalmente no hay culpables, por eso son accidentes, si no les llamaríamos asesinatos, crímenes o cualquier otra palabra que apele a los elementos constitutivos delito, premeditación, alevosía y ventaja. Una persona que atropella a un ciudadano, ahora sí que de a pie, en medio del Periférico, lo más probable es que no sea culpable, pero sí es responsable, porque manejar un auto implica siempre una responsabilidad de la cual no se puede huir. Lo mismo pasa con los funcionarios: manejar una ciudad, un estado o una institución lleva implícita una responsabilidad.
El patrón es el mismo en todas las tragedias. Sea en el New’s Divine en la Ciudad de México, el 22 de abril en Guadalajara o la tragedia de la guardería de Hermosillo nuestra tendencia inmediata a pedir cabezas y la del gobierno a entregar las menos posibles, pero está siempre dispuesto a darle a los leones de la opinión pública alguien a quien devorar. Se fabrican culpables para proteger a los responsables. El procesamiento de la tragedia no es privativo de un partido, es cultural. Así lo hizo el gobierno del PRD en la Ciudad de México, o en su tiempo hizo el PRI en la tragedia deGuadalajara.
Los políticos olvidan lo que es la responsabilidad política. El director del IMSS no es culpable de la tragedia de Hermosillo, pero sí es responsable de todo lo que pasa en la dependencia. El gobernador de Sonora no es culpable del fuego en la bodega, pero sí responsable de la corrupción que hay detrás de ese incendio. El alcalde de Hermosillo no es culpable del incendio, pero sí de que se haya otorgado licencia de operación a un establecimiento que no cumplía los requisitos de seguridad. Ninguno de los tres va a renunciar porque ninguno de los tres se considera responsable de lo que pasó.
Lo que más se protege y se rehuye en este tipo de tragedias es la responsabilidad política que no son otra cosa que las responsabilidades inherentes al cargo. La responsabilidad concreta y la culpa en caso de que la hubiera es de la persona que tiene una tarea y por omisión o corrupción no la hizo. Alguien en concreto debió haber sido responsable de que funcionaran los extinguidores, de que hubiera rutas de evacuación, de que se hicieran simulacros. Alguien con nombre y apellido debió haber sido responsable de la bodega y del fuego que ahí se inició. Algún burócrata debe ser responsable de haber dado la autorización para funcionar a una guardería que no cumplía con los elementos mínimos de seguridad, como el que las puertas de emergencia abran para afuera. Eso es tan básico y obvio que el que la hayan dejado operar en otras condiciones habla ya de negligencia y/o corrupción.
Este es el gran tema. Detrás de cada tragedia aparece la corrupción como una constante. Las tragedias no son sino las manifestaciones epidérmicas de esa infección que subyace en nuestro organismo social. Una bodega que rentaba el gobierno en medio millón de pesos; autorizaciones poco claras para operar; licencias municipales sin los requisitos cumplidos. Es una constante de cualquier tragedia. La corrupción, por nimia y tonta que perezca, es la olla donde se está cocinando, a fuego lento, la siguiente tragedia. El policía que acepta la mordida del chavo que va a exceso de velocidad está poniendo la cama para el accidente fatal en la que morirán jóvenes inocentes; el inspector que “repara” con billetes de mil las insuficiencias de un local comercial o una guardería está poniendo en riesgo a personas que confiaron en su trabajo; el burócrata que abandonó su puesto de trabajo para irse a grillar o a un mitin político y dejó de revisar un expediente deja a los ciudadanos inermes; el velador que se fue a echar un chesco o una chela con los cuates y dejó la bodega a merced del fuego pudo haber evitado una de las tragedias más terribles de este país.
Van a rodar cabezas. Van a rodar para que los leones tengan qué comer. Pero de nada va a servir ni para paliar el dolor de los padres que perdieron a sus hijos no para evitar que esto vuelva a suceder. Mientras tanto, gracias a que hemos hecho de la corrupción un sistema de vida, en algún drenaje de cualquier ciudad, en un bar o discoteca, o en un hospital o guardería pública o privada de este país, se está cocinando la próxima tragedia con la corrupción como ingrediente principal, aderezada con negligencia y un toque irresponsabilidad política. Déjese a fuego lento y pronto tendremos una tragedia más.
diego.petersen@milenio.com
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