miércoles, 17 de junio de 2009

Trabajo infantil y educación

Carlos Ornelas
Excélsior/17 de junio de 2009

El 12 de junio se celebró el Día Mundial contra el Trabajo Infantil, que se fundamenta en un tratado global que procura erradicar la explotación de los menores. Es un esfuerzo que la Organización Internacional de Trabajo y el UNICEF (el Fondo de las Naciones Unidas para la Protección de la Infancia) lograron que muchos gobiernos del mundo aceptaran. México, en el año 2000. Pero la celebración no suprime la explotación de los menores, que en algunas partes llega a la esclavitud y al abuso sexual. En muchos casos los infantes ingresan al mercado laboral por la necesidad de apoyar el ingreso de la familia o trabajan en el hogar, sin remuneración. El trabajo infantil tiene componentes de clase, género y etnia, sólo los pobres lo realizan, muchas veces a costa de abandonar los estudios.
“El trabajo —decía Rita, mi maestra de sexto año— dignifica al hombre y hace ciudadanos más responsables”. Al final de los años 50, alrededor de la mitad de los egresados de primaria ingresaban al mercado de trabajo, era legítimo, las familias nos preparaban para eso. Para la mayoría, la escuela era nada más la primaria y luego ser aprendiz en la fábrica o el taller, apoyar a los padres en el campo o en el pequeño negocio. El horizonte de la educación media era lejano para los pobres, más aún el de la educación superior.
Karl Marx, en su Crítica del programa de Gotha, propuso la combinación del estudio con el trabajo productivo como el mejor medio para formar seres humanos plenos (cito de memoria) y muchos de los grandes educadores coincidían con esas ideas: el trabajo y la experiencia educan al intelecto, forman el carácter y desarrollan habilidades corporales. Los jardines de John Dewey o los huertos escolares que promovían los abogados de la escuela activa son testimonios del potencial educativo del trabajo.
Esa combinación de estudio y trabajo productivo no implicaba tareas forzadas, era parte de un currículum, congruente con una corriente pedagógica progresista. David Post, en su libro, El trabajo, la escuela y el bienestar de los niños en América Latina (México: Fondo de Cultura Económica, 2003), demuestra que esa no es la situación en la zona. Aquí, las condiciones de pobreza obligan a las familias a mandar a sus vástagos al trabajo y, aunque asistan a la escuela, no pueden desempeñarse al máximo de su capacidad debido al cansancio, la mala alimentación y al desgano intelectual. La mezcla de ese tipo de trabajo con la escuela va en detrimento de los niños. Los infantes trabajadores que asisten a las escuelas son candidatos a la deserción. La única experiencia de pedagogía marxista se dio en Cuba después de la revolución, aunque hoy predomina la tendencia a disminuir las horas de labores productivas.
En México, las leyes no son por completo letra muerta. Mario Luis Fuentes (Excélsior, 9/junio/2009) documenta los casos de persecución y condena a delincuentes que cometen delitos contra los niños, pero acaso sean la minoría. La impunidad y la aplicación laxa de la ley fomentan que se sigan cometiendo muchos delitos contra ellos, especialmente de carácter sexual. Fuentes proporciona datos que quitan el aliento: “De los niños que trabajan, más de 1.01 millones no ha concluido la primaria, y del total de niños trabajadores, más de 1.05 millones lo hacían en el sector primario; 734 mil, en el sector secundario (manufacturas e industria de la transformación) y, 1.78 millones, en el sector servicios. Del total de niños que hay en el país, 3.08 millones no asistían a la escuela en el tercer trimestre de 2007”.
No se puede culpar al gobierno de todos los males; de hecho, gracias a la escolaridad obligatoria y a las redes de protección social públicas, las contrariedades de los infantes pobres no son mayores. En realidad es mucho lo que se hace (aunque sea de mala calidad), pero insuficiente.
Acaso nunca se pueda acabar con el trabajo infantil ni con la pobreza, pero hay maneras de disminuir sus rasgos denigrantes, así como la explotación y la servidumbre. Es una cuestión de política oficial y organización social.
Parece que en este gobierno hay un diagnóstico preciso del problema. De acuerdo con la nota de mi compañero Atalo Mata Othón, del sábado pasado (Excélsior, 13/junio/2009), la esposa del presidente Calderón, Margarita Zavala, comentó: “Esto [la explotación infantil] los priva de muchas cosas, de su niñez, su potencial de desarrollo, los daña física y sicológicamente y lo que antes se consideraba como un valor, hoy ha sido un gran pretexto para la explotación infantil, además de diversas condiciones, como [la] crisis económica, han hecho que se agrave”.
Sin embargo, lo que falla en la estrategia del gobierno es diseñar y ejecutar políticas consecuentes, dedicar recursos y mejorar el sistema educativo.
Retazos
Muerte y violencia en las marchas magisteriales de Oaxaca y Puebla. Es responsabilidad de las autoridades y de los líderes radicales que la situación no se salga de control.
Carlos.Ornelas10@gmail.com

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