miércoles, 17 de junio de 2009

Su último día como rector

PEDRO ORTEGA SE DESPIDIÓ DE LA UNIVERSIDAD DE SONORA

Carmen Lucía Munguía
Expreso/17 de junio de 2009


En su último día como rector de la Universidad de Sonora, Pedro Ortega se sintió tan relajado como cuando juega beisbol y tan contento como cuando nacieron sus hijos.

El martes llegó a las 10:30 de la mañana a su ofi cina, tenía como pendiente principal llamar a sus verdaderos amigos, a aquellos que conoció desde antes de ser rector.

Se comunicó a Ciudad Obregón para avisarle a don Pancho Schwarzbeck, un hombre de alrededor de 80 años que lo becó y le permitió estudiar, que la misión estaba cumplida.

Llamó a su amigo Pepe Narro Robles, máxima autoridad de la UNAM, para agradecerle su apoyo; Pepe en cambio le refrendó su amistad cuando le dijo: “Te tengo una profunda admiración y respeto por lo que tú eres (…) cuentas conmigo”.

Después buscó a Rafael López Castañares, dirigente de la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (Anuies), quien lo invitó a trabajar en un proyecto de internacionalización, a lo que Ortega contestó feliz de la vida: “Con la zurda y sin huica”.

Una noche antes Pedro Ortega le había dado un “volteón” en su automóvil a la máxima casa de estudios y la verdad es que sintió orgullo.

“Ocho años… Pablo tenía 9”, decía nostálgico recargado en la grande silla. Ahora su hijo tiene 17 años.

Se acordaba de aquél día cuando por primera vez llegó a esa ofi cina y sintió el gran peso de la responsabilidad, de chiquito nunca pensó que llegaría a tener semejante cargo.

Firmó tantos títulos de jóvenes universitarios, cada vez que lo hacía imaginaba y trataba de sentir lo que habría detrás de ese papel, seguramente muchas cosas, carencias, tristezas, alegrías, desvelos, preocupaciones… Ayer, en su última día como rector, se topó con uno de ellos en su escritorio. Era el de una estudiante llamada Cyrenne Yereida Moreno, vio su foto y pensó en un ser humano más que estaba logrando sus metas, sus objetivos, producto de esfuerzo y dedicación.

Era difícil despedirse, tardó 2 meses en escribir el discurso del adiós pero finalmente ya lo tenía listo y entre sus manos, 5 páginas con letra de 14 puntos a doble espacio guardaban todo su sentir.

Un par de horas antes lo repasó y lo sintió un poco, pero no se comparó con el momento cuando el reloj marcó las 12 de mediodía y entonces lo pronunció, inició diciendo: “Hace ocho años recibí el cargo más honroso al que puede aspirar un universitario en su propia Alma Máter: ser rector”.

Finalizó agradeciendo a su esposa Lorena y sus hijos Pedro y Pablo, haberle perdonado el tiempo que les quitó y los sinsabores inherentes por haberse dedicado a defender los intereses y el patrimonio de la Universidad de Sonora.

“Esta es la universidad que ustedes deseaban para sus hijos.Disfrútenla con alegría y cuídenla con el corazón y no dejen nunca que la luz integradora de nuestro lema se apague, porque hoy y siempre: el saber de mis hijos hará mi grandeza”, dijo Pedro Ortega y se despidió con un hasta siempre.

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