Víctor Reynoso
El Universal/25 de junio de 2010
Se ha propuesto que el Instituto Federal Electoral (IFE) organice las elecciones locales de nuestro país. Se argumenta que esto disminuiría el enorme costo de las elecciones mexicanas. En contra, se dice que el IFE no puede hacer eso, pues estamos en un sistema federal, y cada estado debe tener sus propios órganos electorales.
Sobre los costos, hay que señalar que éstos no son solamente, ni principalmente, económicos. Cualquiera que haya observado algunas de las elecciones locales en el país sabe que en muchos casos, los organismos electorales han tenido un enorme costo en materia de legitimidad. Se han visto cuestionados, a veces con razón, a veces sin ella.
Por un lado es claro que el partido que controla al Congreso del estado tiene una incidencia decisiva en el órgano electoral. Hay una regla no escrita por la cual el partido mayoritario pone al presidente del organismo y a la mayoría de los consejeros. Después ciertamente de negociaciones con la oposición, que dejan fuera a candidatos indeseables. Una influencia clara para todos y que puede erosionar la legitimidad del organismo.
Si por un lado está el costo del control, por el otro está el del chantaje. La oposición derrotada, incapaz de aceptar lo que era claro para todos, se ha ido más de una vez contra el árbitro. Cuando el árbitro es débil, la escusa existe.
Un solo organismo electoral en todo el país, responsable de las elecciones federales y locales, nos ahorraría muchos costos de monitoreo, de dudas o certezas sobre la influencia ilícita del partido predominante en la entidad, de chantajes de una oposición inmadura.
Sobre el federalismo como argumento contra la intervención del Instituto Federal Electoral en elecciones locales, hay que recordar que este concepto tiene dos caras. Por un lado, implica que las partes de la Federación, los estados, mantienen una porción de su soberanía. Pero por otro implica lo contrario: ceden parte de la soberanía. De lo contrario serían naciones independientes.
Un ejemplo de cesión de soberanía está en la moneda y en el Ejército. Hay una sola moneda nacional, un solo banco central, y un solo Ejército. No dudo que muchos gobernadores serían felices manejando su propia moneda y con mando de tropas de un ejército estatal, pero no hay nadie que proponga una insensatez de ese tamaño. Ni nadie que considere el pacto federal está dañado por el Banco de México o por el Ejército Mexicano. Bien podría el IFE ser como estas instituciones.
Se ha planteado lo contrario, que los organismos electorales locales organicen las elecciones federales. Pero ni como broma es buena. Sería multiplicar todos los problemas de ilegitimidad y chantaje. Además de una de las más ominosas consecuencias no deseadas de la transición política mexicana: el neocaciquismo de algunos gobernadores.
Un solo organismo electoral para todas nuestras elecciones estaría mejor vigilado, sus integrantes serían nombrados con más cuidado, sus intereses estarían más equilibrados y centrados en el desempeño correcto de la institución, no en el de alguna fuerza política que domine en cada entidad.
Profesor investigador de la Universidad de las Américas Puebla
Sobre los costos, hay que señalar que éstos no son solamente, ni principalmente, económicos. Cualquiera que haya observado algunas de las elecciones locales en el país sabe que en muchos casos, los organismos electorales han tenido un enorme costo en materia de legitimidad. Se han visto cuestionados, a veces con razón, a veces sin ella.
Por un lado es claro que el partido que controla al Congreso del estado tiene una incidencia decisiva en el órgano electoral. Hay una regla no escrita por la cual el partido mayoritario pone al presidente del organismo y a la mayoría de los consejeros. Después ciertamente de negociaciones con la oposición, que dejan fuera a candidatos indeseables. Una influencia clara para todos y que puede erosionar la legitimidad del organismo.
Si por un lado está el costo del control, por el otro está el del chantaje. La oposición derrotada, incapaz de aceptar lo que era claro para todos, se ha ido más de una vez contra el árbitro. Cuando el árbitro es débil, la escusa existe.
Un solo organismo electoral en todo el país, responsable de las elecciones federales y locales, nos ahorraría muchos costos de monitoreo, de dudas o certezas sobre la influencia ilícita del partido predominante en la entidad, de chantajes de una oposición inmadura.
Sobre el federalismo como argumento contra la intervención del Instituto Federal Electoral en elecciones locales, hay que recordar que este concepto tiene dos caras. Por un lado, implica que las partes de la Federación, los estados, mantienen una porción de su soberanía. Pero por otro implica lo contrario: ceden parte de la soberanía. De lo contrario serían naciones independientes.
Un ejemplo de cesión de soberanía está en la moneda y en el Ejército. Hay una sola moneda nacional, un solo banco central, y un solo Ejército. No dudo que muchos gobernadores serían felices manejando su propia moneda y con mando de tropas de un ejército estatal, pero no hay nadie que proponga una insensatez de ese tamaño. Ni nadie que considere el pacto federal está dañado por el Banco de México o por el Ejército Mexicano. Bien podría el IFE ser como estas instituciones.
Se ha planteado lo contrario, que los organismos electorales locales organicen las elecciones federales. Pero ni como broma es buena. Sería multiplicar todos los problemas de ilegitimidad y chantaje. Además de una de las más ominosas consecuencias no deseadas de la transición política mexicana: el neocaciquismo de algunos gobernadores.
Un solo organismo electoral para todas nuestras elecciones estaría mejor vigilado, sus integrantes serían nombrados con más cuidado, sus intereses estarían más equilibrados y centrados en el desempeño correcto de la institución, no en el de alguna fuerza política que domine en cada entidad.
Profesor investigador de la Universidad de las Américas Puebla
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