Sara Sefchovich
El Universal/27 de junio de 2010
Se ha dicho mucho que Carlos Monsiváis se burlaba de todo y de todos, incluido de sí mismo. Pero se ha dicho menos, que había ciertos temas de los que nunca se rió ni ironizó, y de los que pensó que “no admiten en método Rashomon”, que consiste en creer que todo se puede entender de muchas maneras distintas, según el cristal con que se mira o el lugar desde donde se lo mira.
Uno de esos era el de los animales. Monsiváis era un adorador de los gatos. Llegó a tener una docena que iban y venían por su casa y su escritorio. “Agradezco el equilibrio sicológico que procuran los gatos. En ellos siempre encuentro un elemento para la restauración de mi ánimo”, dijo en 2005.
Tan importantes eran para él, que en uno de los discursos que se dijeron en su honor en el Teatro de la Ciudad, Marta Lamas, su amiga entrañable, consideró necesario explicarles a los asistentes lo que sucedería con los gatos deCarlos Monsiváis ahora que él no está más: a todos se les va a colocar con personas que los cuiden bien, dijo.
Monsiváis no podía soportar la crueldad contra los animales, que se ejerce de modo tan generalizado y tan impune en nuestra sociedad, por igual por parte de ricos que de pobres, de ilustrados que de analfabetas, de jóvenes que de viejos, de mujeres que de hombres.
El día en que lo estaban homenajeando de cuerpo presente en el Palacio de Bellas Artes, EL UNIVERSAL Online traía en la portada una carta de un ciudadano relatando el maltrato a los elefantes en un circo, tan severo que chillan a todo pulmón y sus gritos desgarradores se oyen a la distancia. ¿Cómo explicarse ese trato a un ser que trabaja para nosotros y nos da de comer?
Y sin embargo así es, a los caballos y burros se les golpea sin piedad, y se les da apenas de comer, a las ballenas que se usan en los espectáculos (la famosa Keiko una de ellas) se las deja enfermas. A pocos animales se les trata peor que a los de pelea, gallos y perros, que se juegan la vida para que su dueño gane miles de pesos y cuando sobreviven los abandonan, las heridas se infectan y la muerte es lenta y entre terribles dolores.
Y ni qué decir del maltrato a los animales domésticos, a los pájaros encerrados en jaulas pequeñísimas, a los perros amarrados con cadenas o cuerdas tan apretadas y cortas que no se pueden mover, viviendo a la intemperie, bajo el sol ardiente o la lluvia, sin agua y días enteros sin alimento. En este diario se publicó hace algún tiempo la historia de un perro de casa rica que enloqueció por el encierro en una jaula y hace poco, la historia de otro que había vivido toda su vida con una familia, pero ahora que estaba viejo, lo pateaban y regañaban y apenas si le aventaban algunas sobras para comer.
Y si eso les hacemos a animales que son nuestros, ni qué decir de lo que se le hace a los que no lo son, el maltrato y las torturas a que se somete a los callejeros. En la televisión vimos a un perro al que unos hombres le prendieron fuego sólo por diversión, y aquí he hablado de aquel al que le cortaron los testículos, de aquel al que tres jóvenes de buena familia torturaron brutalmente en Nayarit, del gato al que le sacaron los ojos, del que amarraron a la defensa de un auto y luego arrancaron sin más.
Monsiváis sufría por esto, más de una vez dijo que la izquierda tendría que tomar como causa la defensa de los animales. Donaba dinero para organizaciones y grupos que recogían animales callejeros, como lo atestiguan algunas esquelas que aparecieron en los periódicos y los agradecimientos que periódicamente le hacían. Cualquiera que tocara a su puerta diciendo que le interesaban los animales contaba con él. Así lo cuentan unos vecinos suyos que formaron una asociación para recoger gatos abandonados: “¿Cuántos son ustedes?, les preguntó el cronista cuando lo fueron a ver. Somos dos, le respondieron. Pues ahora ya son tres”, dijo, sumándose inmediatamente a la causa y adoptando a un minino.
Entre las muchas lecciones que nos dio Monsi, está la de la compasión y respeto por todos los seres sintientes, como se les llama en la tradición budista. ¿Seremos capaces de aprenderla?
sarasef@prodigy.net.mx
El Universal/27 de junio de 2010
Se ha dicho mucho que Carlos Monsiváis se burlaba de todo y de todos, incluido de sí mismo. Pero se ha dicho menos, que había ciertos temas de los que nunca se rió ni ironizó, y de los que pensó que “no admiten en método Rashomon”, que consiste en creer que todo se puede entender de muchas maneras distintas, según el cristal con que se mira o el lugar desde donde se lo mira.
Uno de esos era el de los animales. Monsiváis era un adorador de los gatos. Llegó a tener una docena que iban y venían por su casa y su escritorio. “Agradezco el equilibrio sicológico que procuran los gatos. En ellos siempre encuentro un elemento para la restauración de mi ánimo”, dijo en 2005.
Tan importantes eran para él, que en uno de los discursos que se dijeron en su honor en el Teatro de la Ciudad, Marta Lamas, su amiga entrañable, consideró necesario explicarles a los asistentes lo que sucedería con los gatos deCarlos Monsiváis ahora que él no está más: a todos se les va a colocar con personas que los cuiden bien, dijo.
Monsiváis no podía soportar la crueldad contra los animales, que se ejerce de modo tan generalizado y tan impune en nuestra sociedad, por igual por parte de ricos que de pobres, de ilustrados que de analfabetas, de jóvenes que de viejos, de mujeres que de hombres.
El día en que lo estaban homenajeando de cuerpo presente en el Palacio de Bellas Artes, EL UNIVERSAL Online traía en la portada una carta de un ciudadano relatando el maltrato a los elefantes en un circo, tan severo que chillan a todo pulmón y sus gritos desgarradores se oyen a la distancia. ¿Cómo explicarse ese trato a un ser que trabaja para nosotros y nos da de comer?
Y sin embargo así es, a los caballos y burros se les golpea sin piedad, y se les da apenas de comer, a las ballenas que se usan en los espectáculos (la famosa Keiko una de ellas) se las deja enfermas. A pocos animales se les trata peor que a los de pelea, gallos y perros, que se juegan la vida para que su dueño gane miles de pesos y cuando sobreviven los abandonan, las heridas se infectan y la muerte es lenta y entre terribles dolores.
Y ni qué decir del maltrato a los animales domésticos, a los pájaros encerrados en jaulas pequeñísimas, a los perros amarrados con cadenas o cuerdas tan apretadas y cortas que no se pueden mover, viviendo a la intemperie, bajo el sol ardiente o la lluvia, sin agua y días enteros sin alimento. En este diario se publicó hace algún tiempo la historia de un perro de casa rica que enloqueció por el encierro en una jaula y hace poco, la historia de otro que había vivido toda su vida con una familia, pero ahora que estaba viejo, lo pateaban y regañaban y apenas si le aventaban algunas sobras para comer.
Y si eso les hacemos a animales que son nuestros, ni qué decir de lo que se le hace a los que no lo son, el maltrato y las torturas a que se somete a los callejeros. En la televisión vimos a un perro al que unos hombres le prendieron fuego sólo por diversión, y aquí he hablado de aquel al que le cortaron los testículos, de aquel al que tres jóvenes de buena familia torturaron brutalmente en Nayarit, del gato al que le sacaron los ojos, del que amarraron a la defensa de un auto y luego arrancaron sin más.
Monsiváis sufría por esto, más de una vez dijo que la izquierda tendría que tomar como causa la defensa de los animales. Donaba dinero para organizaciones y grupos que recogían animales callejeros, como lo atestiguan algunas esquelas que aparecieron en los periódicos y los agradecimientos que periódicamente le hacían. Cualquiera que tocara a su puerta diciendo que le interesaban los animales contaba con él. Así lo cuentan unos vecinos suyos que formaron una asociación para recoger gatos abandonados: “¿Cuántos son ustedes?, les preguntó el cronista cuando lo fueron a ver. Somos dos, le respondieron. Pues ahora ya son tres”, dijo, sumándose inmediatamente a la causa y adoptando a un minino.
Entre las muchas lecciones que nos dio Monsi, está la de la compasión y respeto por todos los seres sintientes, como se les llama en la tradición budista. ¿Seremos capaces de aprenderla?
sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM
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