Javier Solórzano
El Universal/11 de junio de 2010
Quizá lo que conviene es darse por vencido en caso de que haya resistencia. Estamos en el tiempo en que el futbol se apodera de los pensamientos, el ocio, las expectativas, las voluntades y las pasiones. No es una fatalidad. Es una cuota que se cumple cada cuatro años. Los medios de comunicación tienen su fiesta aparte. Ellos se encargan de generar esperanzas y expectativas a través de la publicidad y las gracejadas en medio de chistes fáciles y todo lo aspiracional posible.
La televisión, el altar de la sociedad, construye su fiesta con el objetivo de treparnos en ella. Tanto movimiento y tanto tiempo en pantalla de la vida y milagros de jugadores y su familia es el eje de uno de los caminos de su negocio pero es también, al fin y al cabo, la esperanza, implícita y explícita, en los “nuevos hombres de negro”.
La globalización del futbol lo hizo uno de los negocios más rentables del planeta. Sin embargo, y pese a ello es el juego del mundo. No se le puede evitar porque en sus raíces están también las nuestras. A todos nos ha pasado por enfrente. Nos guste o no, seamos detractores o no, tenemos que reconocer que en circunstancias como las de hoy no nos puede pasar de largo.
El futbol se divide en algo así como clases sociales. Están los protagonistas, los suspirantes y los que van a sacarse la foto. Invariablemente cuando llega el momento en donde quedan pocos casi siempre son los mismos. Los que sorprenden tienen en el aprovechamiento de los momentos de un partido de futbol su aliado. Los protagonistas viven los partidos para descifrar y aniquilar a sus rivales. Saben que a lo largo de un juego tendrán su momento y saben que si no lo hacen suyo lo harán los otros, son aniquiladores por definición. Esta es la manera en que han construido su historia y su reputación que en futbol también se vive de ella y con ella.
Los italianos siempre dan la impresión que son inofensivos en las etapas iniciales. Cuando se juega la vida a eliminación directa y se acaba el mañana, al igual que Alemania, Brasil, Argentina, Holanda y con el que está de moda, España, se transforman y con un buen o mal futbol hacen que los momentos del juego sean de ellos.
Los “nuevos hombres de ne gro” viven entre los suspirantes. Esta mañana de nuevo aparece la infaltable esperanza. Más allá del relajo que nos provoca la Selección Nacional en un mundial, es evidente que pocas situaciones nos unen como el Tri. Los jugadores de hoy son diferentes a los que vimos en otro tiempo. Quién sabe si sean mejores, lo que es un hecho es que bajo la parafernalia y los excesos económicos en que viven parecen y debieran ser diferentes.
El futbol es sólo un juego. No le endosemos a 11 futbolistas el destino de la patria. Lo que sí hay que exigirles es una actitud diferente y una lucha sin descanso haciendo a un lado uno de los grandes problemas de siempre: jugar sólo por pasajes a lo largo de los 90 minutos que dura la pasión, el drama, la diversión, el sufrimiento y lo inesperado. Hoy estamos ante la mañana en que hay que dejarnos ir con buena cara y mejor actitud a lo “más importante de lo menos importante”. Entremos ligeritos y ligeritas al curso intensivo de sufrimiento.
¡OUUUUUCHCHCHCH!
Si no es a partir de hoy, ¿cuándo? Total, es cosa “nada más” de ganar siete partidos.
El Universal/11 de junio de 2010
Quizá lo que conviene es darse por vencido en caso de que haya resistencia. Estamos en el tiempo en que el futbol se apodera de los pensamientos, el ocio, las expectativas, las voluntades y las pasiones. No es una fatalidad. Es una cuota que se cumple cada cuatro años. Los medios de comunicación tienen su fiesta aparte. Ellos se encargan de generar esperanzas y expectativas a través de la publicidad y las gracejadas en medio de chistes fáciles y todo lo aspiracional posible.
La televisión, el altar de la sociedad, construye su fiesta con el objetivo de treparnos en ella. Tanto movimiento y tanto tiempo en pantalla de la vida y milagros de jugadores y su familia es el eje de uno de los caminos de su negocio pero es también, al fin y al cabo, la esperanza, implícita y explícita, en los “nuevos hombres de negro”.
La globalización del futbol lo hizo uno de los negocios más rentables del planeta. Sin embargo, y pese a ello es el juego del mundo. No se le puede evitar porque en sus raíces están también las nuestras. A todos nos ha pasado por enfrente. Nos guste o no, seamos detractores o no, tenemos que reconocer que en circunstancias como las de hoy no nos puede pasar de largo.
El futbol se divide en algo así como clases sociales. Están los protagonistas, los suspirantes y los que van a sacarse la foto. Invariablemente cuando llega el momento en donde quedan pocos casi siempre son los mismos. Los que sorprenden tienen en el aprovechamiento de los momentos de un partido de futbol su aliado. Los protagonistas viven los partidos para descifrar y aniquilar a sus rivales. Saben que a lo largo de un juego tendrán su momento y saben que si no lo hacen suyo lo harán los otros, son aniquiladores por definición. Esta es la manera en que han construido su historia y su reputación que en futbol también se vive de ella y con ella.
Los italianos siempre dan la impresión que son inofensivos en las etapas iniciales. Cuando se juega la vida a eliminación directa y se acaba el mañana, al igual que Alemania, Brasil, Argentina, Holanda y con el que está de moda, España, se transforman y con un buen o mal futbol hacen que los momentos del juego sean de ellos.
Los “nuevos hombres de ne gro” viven entre los suspirantes. Esta mañana de nuevo aparece la infaltable esperanza. Más allá del relajo que nos provoca la Selección Nacional en un mundial, es evidente que pocas situaciones nos unen como el Tri. Los jugadores de hoy son diferentes a los que vimos en otro tiempo. Quién sabe si sean mejores, lo que es un hecho es que bajo la parafernalia y los excesos económicos en que viven parecen y debieran ser diferentes.
El futbol es sólo un juego. No le endosemos a 11 futbolistas el destino de la patria. Lo que sí hay que exigirles es una actitud diferente y una lucha sin descanso haciendo a un lado uno de los grandes problemas de siempre: jugar sólo por pasajes a lo largo de los 90 minutos que dura la pasión, el drama, la diversión, el sufrimiento y lo inesperado. Hoy estamos ante la mañana en que hay que dejarnos ir con buena cara y mejor actitud a lo “más importante de lo menos importante”. Entremos ligeritos y ligeritas al curso intensivo de sufrimiento.
¡OUUUUUCHCHCHCH!
Si no es a partir de hoy, ¿cuándo? Total, es cosa “nada más” de ganar siete partidos.
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