Roberto Blancarte
Milenio/22 de junio de 2010
Carlos Monsiváis sabía de cultura popular mexicana, pero también de muchas cosas más. Era un hombre realmente erudito, como pocos en México. Alguna vez me tocó oírlo hablar de literatura inglesa y norteamericana y su conocimiento sobre ellas era asombroso. No parecía, con su aire informal y relajado, ser ese pozo de conocimientos. En cierta ocasión, un profesor en Buenos Aires me narró una de sus presentaciones en Argentina: “Lo vimos y dijimos, quién es este mexicanito cabeza olmeca… pero luego empezó a hablar y a hacer una enorme disertación que nos dejó a todos con la boca abierta… al final no parábamos de aplaudirle”.
En vida ya había creado varios mitos; algunos de ellos, como todos los mitos, basados en hechos reales. Por ejemplo el de que nunca llegaba a las presentaciones. Mi experiencia personal fue la de alguien que siempre cumplió con lo que se comprometió, aunque probablemente aceptaba tantas cosas que en ocasiones tenía que esconderse. Tengo la impresión de que no sabía decir que no, sobre todo a sus amigos. Una vez, por ejemplo, lo invitaron a ser miembro de un jurado que yo coordinaba. Todos los otros miembros del jurado llegaron a la cita, pero Monsiváis no. Me pidieron que le hablara para ver que pasaba. Me dijo que ya estaba a punto de tomar un taxi. Nunca llegó. Para la siguiente ocasión fui yo mismo por él a su casa. Muchos años después nos quedamos también esperándolo durante horas para grabar un programa sobre Juárez y el Estado laico en Tv UNAM. Misma recomendación a Héctor Vasconcelos, quien coordinaba la serie: “Ve por él a su casa”, le dije. Pero fuera de esos pequeños incidentes, cuantas veces lo invité a participar en seminarios, mesas redondas, presentaciones de libros, se presentó sin tener que ser acarreado. Recuerdo con particular emoción cuando aceptó presentar mi libro Historia de la Iglesia católica en México y llegó a la recién inaugurada sede del Fondo de Cultura Económica en 1992, a pesar de un torrencial aguacero y de augurios negativos. Hubiera sido fácil quedarle mal a un joven de 35 años que nadie conocía. Pero no fue así. Llegó esa y muchas otras veces, con texto en la mano.
Escribía muchísimo y siempre con magistral erudición e inteligencia. Hace dos años, cuando cumplió 70, El Colegio de México le organizó una mesa redonda como homenaje, con distintos ponentes que tratamos tanto de su obra como de sus muy diversos intereses intelectuales. En esa ocasión estuvo particularmente brillante y simpático, narrando diversas crónicas urbanas del México moderno, que parecían sacadas de la más alocada imaginación, aunque él aseguraba eran retratos fieles de la realidad. La ironía y el sarcasmo eran sus armas más fuertes, pero estaban evidentemente respaldadas por una impresionante erudición histórica, cultural y literaria.
En los últimos años nos encontramos más de una vez alrededor del tema del Estado laico. De familia protestante, siempre reivindicó la necesidad de una sociedad plural, tolerante, igualitaria y por lo tanto de un Estado laico que hiciera frente a las pretensiones uniformadoras, avasalladoras e intolerantes de la jerarquía católica, buena parte del empresariado y más de algún medio de comunicación. Me consta que hizo todo lo que pudo, al límite de sus fuerzas, para empujar la idea de la necesidad e importancia de dicho Estado. Por ejemplo, cuando estaba rondando sus 70 años el FAP nos invitó a una mesa redonda en Saltillo con unas 50 personas en el público. Fue un viaje agotador, de esos de un día ida y vuelta, malcomiendo y a deshoras en el camino y regresando al DF ya tarde. Monsiváis, aunque visiblemente agotado, no sólo nunca se quejó, sino que mantuvo el buen humor hasta el final.
Pocos meses después le comenté que estábamos preparando en El Colegio una serie de volúmenes para, aprovechando el Bicentenario, revisar varios de los problemas nacionales y que en lo personal estaba coordinando uno titulado Culturas e identidades. “Yo quiero escribir algo para es volumen”, me dijo. Obviamente le contesté que estaría honrado y encantado de tener una contribución suya. Me la entregó puntualmente y saldrá a la luz en unos meses. En su texto, titulado “De las variedades de la experiencia protestante”, hizo una breve referencia a su biografía familiar: “Por razones históricas, una tendencia dominante entre los protestantes opta por el liberalismo juarista, y es partidaria de la libertad de conciencia y de la tolerancia (Ejemplifico con mi familia: mi bisabuelo, Porfirio Monsiváis, soldado liberal, se convierte al protestantismo en Zacatecas a fines del siglo XIX, y mis abuelos, a causa de la cerrazón social a los diferentes, emigran a la Ciudad de México en 1908).” El texto, de hecho prácticamente testamentario, podría leerse como un recuento casi personal de la experiencia comunitaria del rechazo y la intolerancia. Esa que han practicado muchos de los que en estos días hicieron guardia ante su féretro. Esos que él llamó en uno de sus últimos libros, “los malquerientes del Estado laico, ya no estrictamente sus enemigos porque su inacabable derrota cultural los enfrenta a su límite: la imposibilidad de constituir un desafío verdadero a la secularización y la laicidad”. Salve, Monsiváis.
blancart@colmex.mx
Milenio/22 de junio de 2010
Carlos Monsiváis sabía de cultura popular mexicana, pero también de muchas cosas más. Era un hombre realmente erudito, como pocos en México. Alguna vez me tocó oírlo hablar de literatura inglesa y norteamericana y su conocimiento sobre ellas era asombroso. No parecía, con su aire informal y relajado, ser ese pozo de conocimientos. En cierta ocasión, un profesor en Buenos Aires me narró una de sus presentaciones en Argentina: “Lo vimos y dijimos, quién es este mexicanito cabeza olmeca… pero luego empezó a hablar y a hacer una enorme disertación que nos dejó a todos con la boca abierta… al final no parábamos de aplaudirle”.
En vida ya había creado varios mitos; algunos de ellos, como todos los mitos, basados en hechos reales. Por ejemplo el de que nunca llegaba a las presentaciones. Mi experiencia personal fue la de alguien que siempre cumplió con lo que se comprometió, aunque probablemente aceptaba tantas cosas que en ocasiones tenía que esconderse. Tengo la impresión de que no sabía decir que no, sobre todo a sus amigos. Una vez, por ejemplo, lo invitaron a ser miembro de un jurado que yo coordinaba. Todos los otros miembros del jurado llegaron a la cita, pero Monsiváis no. Me pidieron que le hablara para ver que pasaba. Me dijo que ya estaba a punto de tomar un taxi. Nunca llegó. Para la siguiente ocasión fui yo mismo por él a su casa. Muchos años después nos quedamos también esperándolo durante horas para grabar un programa sobre Juárez y el Estado laico en Tv UNAM. Misma recomendación a Héctor Vasconcelos, quien coordinaba la serie: “Ve por él a su casa”, le dije. Pero fuera de esos pequeños incidentes, cuantas veces lo invité a participar en seminarios, mesas redondas, presentaciones de libros, se presentó sin tener que ser acarreado. Recuerdo con particular emoción cuando aceptó presentar mi libro Historia de la Iglesia católica en México y llegó a la recién inaugurada sede del Fondo de Cultura Económica en 1992, a pesar de un torrencial aguacero y de augurios negativos. Hubiera sido fácil quedarle mal a un joven de 35 años que nadie conocía. Pero no fue así. Llegó esa y muchas otras veces, con texto en la mano.
Escribía muchísimo y siempre con magistral erudición e inteligencia. Hace dos años, cuando cumplió 70, El Colegio de México le organizó una mesa redonda como homenaje, con distintos ponentes que tratamos tanto de su obra como de sus muy diversos intereses intelectuales. En esa ocasión estuvo particularmente brillante y simpático, narrando diversas crónicas urbanas del México moderno, que parecían sacadas de la más alocada imaginación, aunque él aseguraba eran retratos fieles de la realidad. La ironía y el sarcasmo eran sus armas más fuertes, pero estaban evidentemente respaldadas por una impresionante erudición histórica, cultural y literaria.
En los últimos años nos encontramos más de una vez alrededor del tema del Estado laico. De familia protestante, siempre reivindicó la necesidad de una sociedad plural, tolerante, igualitaria y por lo tanto de un Estado laico que hiciera frente a las pretensiones uniformadoras, avasalladoras e intolerantes de la jerarquía católica, buena parte del empresariado y más de algún medio de comunicación. Me consta que hizo todo lo que pudo, al límite de sus fuerzas, para empujar la idea de la necesidad e importancia de dicho Estado. Por ejemplo, cuando estaba rondando sus 70 años el FAP nos invitó a una mesa redonda en Saltillo con unas 50 personas en el público. Fue un viaje agotador, de esos de un día ida y vuelta, malcomiendo y a deshoras en el camino y regresando al DF ya tarde. Monsiváis, aunque visiblemente agotado, no sólo nunca se quejó, sino que mantuvo el buen humor hasta el final.
Pocos meses después le comenté que estábamos preparando en El Colegio una serie de volúmenes para, aprovechando el Bicentenario, revisar varios de los problemas nacionales y que en lo personal estaba coordinando uno titulado Culturas e identidades. “Yo quiero escribir algo para es volumen”, me dijo. Obviamente le contesté que estaría honrado y encantado de tener una contribución suya. Me la entregó puntualmente y saldrá a la luz en unos meses. En su texto, titulado “De las variedades de la experiencia protestante”, hizo una breve referencia a su biografía familiar: “Por razones históricas, una tendencia dominante entre los protestantes opta por el liberalismo juarista, y es partidaria de la libertad de conciencia y de la tolerancia (Ejemplifico con mi familia: mi bisabuelo, Porfirio Monsiváis, soldado liberal, se convierte al protestantismo en Zacatecas a fines del siglo XIX, y mis abuelos, a causa de la cerrazón social a los diferentes, emigran a la Ciudad de México en 1908).” El texto, de hecho prácticamente testamentario, podría leerse como un recuento casi personal de la experiencia comunitaria del rechazo y la intolerancia. Esa que han practicado muchos de los que en estos días hicieron guardia ante su féretro. Esos que él llamó en uno de sus últimos libros, “los malquerientes del Estado laico, ya no estrictamente sus enemigos porque su inacabable derrota cultural los enfrenta a su límite: la imposibilidad de constituir un desafío verdadero a la secularización y la laicidad”. Salve, Monsiváis.
blancart@colmex.mx
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