lunes, 21 de junio de 2010

Monsiváis, esa piedrita en el zapato


Gabriela Warkentin
El Universal/20 de junio de 2010

Ah!, como que Dios anda goloso. José Saramago, Gabriel Vargas, Carlos Montemayor, Bolívar Echeverría… y ahora Carlos Monsiváis, o Monsi, cuando es de todos. Será que en los cielos andan con urgencias del alma y necesitan reunir a las voces críticas que orienten, o que descoloquen. O que te digan que ya, por lo serio que es, no nos tomemos tan en serio.

No puedo evitar pensar que el propio Monsiváis sonreiría con algo de sorna ante el alud de llantos y lamentos que recorre calles, redes sociales y ondas electromagnéticas. Murió un grande, sin duda; un grande que estuvo cerca de la gente, que viajaba en Metro, que lo encontrabas en FiestasManifestacionesConciertosPresentacionesReventonesTocadasMítines y ¡lo que sea su voluntá…! Un grande que sabía a qué olía la calle. Y sí, uno de esos muy pocos que podían tender puentes entre lo popular y lo culto, donde sea que coloquemos la frontera.

Corrí con suerte, porque me tocó convivir un cachito, muy cachito, con Monsiváis. Amigos de él, José Carreño Carlón y Raúl Trejo Delarbre, convocaron, y nos reunimos una vez al mes, durante varios de esos, para revisar cómo debía formarse a un comunicólogo y comunicador. Yo acababa de asumir la dirección del Departamento de Comunicación de la Ibero y Monsiváis fue demoledor: la carrera de comunicación es un fraude. ¡Sácatelas!, así y sin decir ni agua va. Yo ponía cara de circunstancia, escuchaba, trataba de opinar, pero ganaba la voz firme, sin tantas tonalidades, de Monsi. Quienes estudian comunicación lo estudian todo y nada, son todólogos superficiales, capaces de rebuznar de esquina en esquina. ¡Órale!, y yo, ¿con qué le rebato? Porque a la vez en Monsiváis teníamos al gran consumidor de medios, que armaba, así sin más, la lista de películas indispensables para periodistas, las lecturas irrenunciables para un comunicador, las figuras mediáticas esenciales para entender por qué el espectáculo está donde está. Así que de aquel lapidario “la carrera de comunicación sirve para salva sea la cosa”, terminamos recorriendo los rinconcitos donde hacen su nido las olas que son. De periodismo, cine, televisión, del ciberespacio que le provocaba reacciones diversas, de todo, pues, de cómo nos contamos lo que hacemos y de qué buenas, o muy pinches, historias nos hemos alimentado. Monsiváis fue, desde que lo comencé a leer, esa piedrita en el zapato que te recuerda, quedito pero sin cesar, que caminar en civilización es todo menos natural.

En fin, no soy tan dada a las elegías. Me parece que la mejor forma de honrar a alguien es mantener vivo lo mejor de lo que nos dio. Ahí está su vastísima obra, porque ubicuo fue, eso que ni qué. Por ahí está El Estanquillo, en el Centro del DeFe, su ciudad, que alberga parte de eso mucho que coleccionó con más suerte que ese otro coleccionista que me importa, Walter Benjamin. Ahí están artículos, entrevistas, películas, programas… y cada quién sabrá sacar lo que necesita. Porque las mentes, si las hacemos de piedra, valen para puro queso.

Entre Saramago, Monsiváis, Echeverría, Montemayor se están yendo voces críticas desde una izquierda necesaria. Izquierda inconforme, que supo en momentos rectificar, que se peleó con dogmatismos, y sí, que tenemos que leer con los mismos ojos críticos. Me encanta imaginar la escena: ese Dios goloso que atrajo a tantos y tan rápido, y de pronto no sabrá qué hacer con ellos. Porque entre quienes lo niegan, lo honran y lo ignoran, vaya santo intríngulis, Batman, en que nos hemos metido. ¡Qué buen chiste para honrar a estos grandes!

Desde acá abajo estará atento Encontrado, echado, como corresponde a los perros que se saben, y éste bien que se intuye desde que Saramago nos lo regaló en la Caverna. Y estarán inquietos los gatos, consustanciales a Monsiváis en presencia, historia y fragancia. Y estaremos un poco huérfanos los que creemos que ciertas voces, desde ciertas dimensiones, hacen más interesante la vida.

A partir de nuestra vocación melodramática, circula por las redes un llanto que clama que seguro pronto vendrá otra muerte, porque los famosos se mueren de tres en tres. Vaya estulticia cabalística, ¡de estupideces estamos hechos!, pero que nos recuerda lo mucho que extrañaremos a Monsiváis, al Monsi cuando es de todos, porque pocos como él para desnudar al emperador. Sí, hay piedritas en el zapato que se vuelven entrañables.

Directora del Departamento de Comunicación de la Universidad Iberoamericana y de Ibero 90.9 FM

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