lunes, 14 de junio de 2010

El maestro Granados Chapa


María Teresa Priego
El Universal/12 de junio de 2010

Me da pánico intentar escribir acerca de Miguel Ángel Granados Chapa. Lo digo rapidito, si no corro el riesgo de no avanzar ni media palabra. Yo necesito nombrarlo. Aunque sea a medias palabras. Esa mirada inquisitiva y tremebunda en la portada del libro Granados Chapa, escrito por su amigo Humberto Musacchio. Su compañero de muchos viajes. Bastante más sacudidos que suaves. Construir periodismo en México. “Elegir al lector”, con información comprometida. Elegir la justicia social. El estado de derecho. La inteligencia que indaga y denuncia. La inteligencia que sabe ser dolida y empática. Crear ciudadanía a través de la investigación, del análisis, de la honestidad y la congruencia en los actos. Atravesar las telarañas de hierro, mentales y reales de los poderes anquilosados. Esos justamente que jamás desearían tropezarse con un país de ciudadanos.

“Lo que hay en Granados Chapa es una desconfianza casi zoológica hacia lo que representan los usos y abusos del poder”, escribió Musacchio. El libro se lee de un tirón. Una historia personal en lo público. Una historia de la “Plaza pública”. Cómo se fueron ganando los espacios. A teclazos, negociaciones, verdades deslizadas, empellones e incorruptibilidad. ¿De qué está hecho un hombre así? En una versión de la leyenda celta de Excalibur, la espada fue retirada de la roca por la fuerza interior de Arturo. En otra versión, Caledfwlch-Kalechvoulc’h, “Rayo fuerte”, le fue entregada por la Dama del lago. La espada “venida de Otro mundo”. Convicción. Responsabilidad. Fuerza. Luchar para unir. La metáfora de Excalibur.

No sólo se trata de que “la espada” llegue a las manos de quien se compromete a honrarla. Se trata de que quien la elige, mantenga la voluntad de no perderla. No dejársela arrebatar. Contra las amenazas, equívocos, coyunturas, tentaciones y traiciones de quienes manejan/conciben/traman: “los usos y abusos del poder”. Durante 40 años Granados Chapa ha intentado desentrañar no sólo los hechos de su tiempo sino también un espacio más complejo y profundo: la condición humana.

“¿Infancia es destino?”, se pregunta Musacchio. Habla del padre de Granados, “que lo ponía a leer La Prensa”, contento de que a su hijo le gustara “la letra impresa”. Habla de la madre, Florinda Chapa, profesora. “Hizo de la educación un apostolado que la convirtió en personaje central para las legiones de discípulos a los que transmitió tanto el conocimiento como el respeto por sus semejantes”. Profesora de mineros y campesinos. “La letra impresa”, del padre. La madre que le transmite al hijo “el respeto a sus semejantes”. Y las singularidades de una elección de vida. No traicionar a Excalibur, es un “destino”, cotidianamente elegido.

Granados Chapa estudió derecho y periodismo. Musacchio narra su secuestro en 1965 en Ciudad Universitaria, organizado por el grupo de ultraderecha MURO, como respuesta a los reportajes que Granados había publicado en el semanario de Manuel Buendía. Su participación en la democracia cristiana. “Los días de Excélsior” (1967), “Excélsior bregaba para no informar tan poco como los demás, para ensanchar, así fuera mínimamente, con un cuidado extremo, los márgenes de la libertad de expresión”. “El acoso y el golpe”. El “Nacimiento de Proceso”. “Siempre, Plaza Pública y Unomásuno”, “Jornadas por la Jornada”, “De El Financiero a Hoja Por Hoja”, “Reforma y otros lugares”.

Dice Musacchio que Granados lee hasta la madrugada y que le gustan las letras de las viejas canciones yucatecas. Describe el departamento de Granados (“Frente al circo Atayde”) en su época del Unomásuno: “El refrigerador siempre estaba vacío y su mayor lujo era un horrendo terno de sala forrado de terciopelo rojo”, la modestia del espacio hizo declarar a un visitante desbrujulado: “¡Mira hasta dónde llevas tu populismo!”. En cuanto al terciopelo rojo del “terno horrendo”, creo que era un acto de solidaridad con los “fastos” conmovedores y tristes de las trapecistas del circo. Es una sensibilidad así la de Granados, (de las sensibilidades de agujita) las que saben escuchar “lo otro”. Ese susurro de lo muy sutil, lo que importa tanto y pareciera que no. Lo casi imperceptible.

Hank González le ofreció una casa, también Sentíes, él se quedó donde estaba. “Granados Chapa es el hombre que lleva el inventario de nuestras realidades, que conoce el legado de otras generaciones y sabe a quiénes corresponde. Es, ciertamente, el fedatario de nuestros haberes y deberes colectivos”. Creo que ya dije que me provoca catatonia. La vez que conversé más largo con él, me leyó el inconsciente con tanta precisión, que quise esconderme debajo de la mesa. Cada quien tiene sus iconos. Me va a odiar si le digo icono. “Bórralo cursi”. “No lo borro, que se la aguante”. En nombre del terciopelo rojo. Y las imperceptibles verdades.

Un padre del aislado sureste mexicano —recostado sobre su cama— extiende “Aquel” Excélsior: “Los hombres íntegros están en extinción”. “Como las iguanas y los lagartos”, dice la hija buscando páginas de fotos y monitos. El padre lee el texto en voz alta. Luego: “Por suerte existe Granados Chapa”. Granados era un hombre joven. Traía a Excalibur. Quizá se la entregó su madre, si interpreto a Musacchio. Él no soltó su espada. El padre del aislado sureste que les cuento admiraba a Granados y confiaba en él. Ese padre que no confiaba ni en su sombra. “Debe ser muy difícil ser iguana o lagarto”, dice la hija —hipnotizada ante ese personaje mágico con dos apellidos de corridito— son animales asombrosos y magníficos”.

Escritora

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