Epigmenio Carlos Ibarra
Milenio/25 de junio de 2010
Y si aquel invierno de las desdichas, de Ricardo III, se volvió, según William Shakespeare, “glorioso estío por ese sol de York” la muy sangrienta primavera nuestra, merced a un vulgar balón de futbol, puede llevarnos al verano de nuestro desencanto.
¿Qué pasará si este domingo pierde la selección mexicana y entonces “no se pudo”? ¿Qué pasará si, contra los pronósticos de la mayoría, se alza con una victoria y “sí se puede”? De eso, sólo de eso, parece en este momento depender todo.
Lo demás; lo demás está en suspenso, relegado, convenientemente oscurecido por los dilemas que el partido suscita y eso aunque continúen los narcobloqueos en Monterrey, las balaceras en Tamaulipas, Chihuahua y Michoacán; los enfrentamientos, las emboscadas, los levantones, las ejecuciones a lo largo y ancho del territorio nacional.
Y eso aunque, entre otras tristes y lamentables cosas que han pasado en estos días, la SCJN al llegar hasta “las penúltimas consecuencias” en el caso de la guardería ABC, como bien lo señala Emilio Álvarez Icaza, haya consagrado, otra vez, la impunidad como norma de conducta de gobernantes y funcionarios.
Menos importa todavía, a una ciudadanía más pendiente del Vasco Aguirre y su anuncio de la alineación para el partido que de los gobernantes o dirigentes de oposición, que, ante el proceso electoral del 4 de julio próximo, la clase política se revuelque en el lodo.
Trapacerías históricas de unos (Fidel Herrera en Veracruz, Ulises Ruiz en Oaxaca, Mario Marín en Puebla) marrullerías del mismo cuño (de la mano del poder que presta sus aparatos de inteligencia y se hace de la vista gorda ante evidentes violaciones a la Constitución) la de los otros.
No importa, nada de eso importa, sólo cuentan los minutos hasta que comience el partido.
Del “vivir mejor”, al “orgullo de ser mexicanos” pagadas estas campañas con nuestros impuestos, al “sí se pudo” de la Iniciativa México hemos vivido los mexicanos sometidos a un inclemente bombardeo propagandístico.
De eslogan en eslogan al colmo del paroxismo nos han llevado. Todo está en juego en esa victoria, todo puede perderse si se pierde. La patria está en los botines de esos 11. Los goles que metan o les metan habrán de decidir su suerte.
El gobierno y la tv se han empeñado en convencernos de que, ahora sí y por fin, las cosas están bien y de que si es la necia realidad la que arroja otros datos, es la realidad la que está equivocada, por lo que, más que transformarla, toca darle la espalda.
Si la victoria llega entonces “se abrirán las grandes alamedas” y el Ángel de la Independencia resultará insuficiente para recibir al pueblo. Qué digo el Ángel, el Zócalo mismo, las plazas todas del país. Tocarán las campanas a rebato y aunque se sigan matando por el norte parecerá que aquí reinan, de la mano, la paz y el relajo.
Y en ese frenesí de la victoria querrán, desde el poder político y el poder del dinero, montarse los mismos de siempre que para eso han gastado su dinero y el nuestro; para hacer la victoria parte de su patrimonio aunque le regalen —hablo, claro, en sentido figurado— una porción del mismo —el festejo— a los que no pertenecen a la élite.
A ese frenesí de la victoria apuestan quienes como FCH quieren dar legitimidad y continuidad a su legado y a ese mismo frenesí apuesta el PRI para montar su retorno.
Del PRD, del PRD ni hablamos; aliado de sus enemigos, enemigo de sus principios, mendigará votos por un lado y espacios en los medios por el otro para tratar de hacer suya una victoria que, por todos, le será negada.
Habrá entonces de convertirse la felicidad de la gente en el más preciado botín político. Una especie de patente de corzo que dará al poder —en tanto dura la euforia y para alimentarla está la tv— espacio de maniobra para seguir actuando sin rendir cuentas claras.
Pero y si —como muchos lo creen— pierde la selección, ¿qué pasará entonces?
La clase política —y hablo de todas las vertientes ideológicas— está lista y entrenada para capitalizar la victoria, pero no está preparada, menos ahora, para dar la cara a una multitud desencantada a la que de pronto las arengas patrióticas asociadas al futbol, los llamados al optimismo, al triunfo de la voluntad, le sonaran no sólo huecas, sino ofensivas.
Y vendrá el desencanto y en mala hora; con los precios de la gasolina subiendo y el desempleo arreciando, y el hartazgo de la política y los políticos obligando a la gente a mirar hacia otros lados, y la inseguridad a tope y la violencia invitando a la violencia.
Mucho ha aguantado la gente en este país y casi sin chistar. Tan mal acostumbrados están los poderosos que pulsaron, irresponsablemente, con la propaganda fibras sensibles en una población sedienta de logros, harta de engaños.
Por mucho menos que lo que aquí sucede, casi todos los días ha habido en otras capitales violentos disturbios y han caído gobiernos. Quizás entonces, como ya lo está siendo para Sarkozy en Francia luego de la derrota futbolística, “el verano de nuestro desencanto” se torne el verano de nuestro descontento.
¿Qué pasará si este domingo pierde la selección mexicana y entonces “no se pudo”? ¿Qué pasará si, contra los pronósticos de la mayoría, se alza con una victoria y “sí se puede”? De eso, sólo de eso, parece en este momento depender todo.
Lo demás; lo demás está en suspenso, relegado, convenientemente oscurecido por los dilemas que el partido suscita y eso aunque continúen los narcobloqueos en Monterrey, las balaceras en Tamaulipas, Chihuahua y Michoacán; los enfrentamientos, las emboscadas, los levantones, las ejecuciones a lo largo y ancho del territorio nacional.
Y eso aunque, entre otras tristes y lamentables cosas que han pasado en estos días, la SCJN al llegar hasta “las penúltimas consecuencias” en el caso de la guardería ABC, como bien lo señala Emilio Álvarez Icaza, haya consagrado, otra vez, la impunidad como norma de conducta de gobernantes y funcionarios.
Menos importa todavía, a una ciudadanía más pendiente del Vasco Aguirre y su anuncio de la alineación para el partido que de los gobernantes o dirigentes de oposición, que, ante el proceso electoral del 4 de julio próximo, la clase política se revuelque en el lodo.
Trapacerías históricas de unos (Fidel Herrera en Veracruz, Ulises Ruiz en Oaxaca, Mario Marín en Puebla) marrullerías del mismo cuño (de la mano del poder que presta sus aparatos de inteligencia y se hace de la vista gorda ante evidentes violaciones a la Constitución) la de los otros.
No importa, nada de eso importa, sólo cuentan los minutos hasta que comience el partido.
Del “vivir mejor”, al “orgullo de ser mexicanos” pagadas estas campañas con nuestros impuestos, al “sí se pudo” de la Iniciativa México hemos vivido los mexicanos sometidos a un inclemente bombardeo propagandístico.
De eslogan en eslogan al colmo del paroxismo nos han llevado. Todo está en juego en esa victoria, todo puede perderse si se pierde. La patria está en los botines de esos 11. Los goles que metan o les metan habrán de decidir su suerte.
El gobierno y la tv se han empeñado en convencernos de que, ahora sí y por fin, las cosas están bien y de que si es la necia realidad la que arroja otros datos, es la realidad la que está equivocada, por lo que, más que transformarla, toca darle la espalda.
Si la victoria llega entonces “se abrirán las grandes alamedas” y el Ángel de la Independencia resultará insuficiente para recibir al pueblo. Qué digo el Ángel, el Zócalo mismo, las plazas todas del país. Tocarán las campanas a rebato y aunque se sigan matando por el norte parecerá que aquí reinan, de la mano, la paz y el relajo.
Y en ese frenesí de la victoria querrán, desde el poder político y el poder del dinero, montarse los mismos de siempre que para eso han gastado su dinero y el nuestro; para hacer la victoria parte de su patrimonio aunque le regalen —hablo, claro, en sentido figurado— una porción del mismo —el festejo— a los que no pertenecen a la élite.
A ese frenesí de la victoria apuestan quienes como FCH quieren dar legitimidad y continuidad a su legado y a ese mismo frenesí apuesta el PRI para montar su retorno.
Del PRD, del PRD ni hablamos; aliado de sus enemigos, enemigo de sus principios, mendigará votos por un lado y espacios en los medios por el otro para tratar de hacer suya una victoria que, por todos, le será negada.
Habrá entonces de convertirse la felicidad de la gente en el más preciado botín político. Una especie de patente de corzo que dará al poder —en tanto dura la euforia y para alimentarla está la tv— espacio de maniobra para seguir actuando sin rendir cuentas claras.
Pero y si —como muchos lo creen— pierde la selección, ¿qué pasará entonces?
La clase política —y hablo de todas las vertientes ideológicas— está lista y entrenada para capitalizar la victoria, pero no está preparada, menos ahora, para dar la cara a una multitud desencantada a la que de pronto las arengas patrióticas asociadas al futbol, los llamados al optimismo, al triunfo de la voluntad, le sonaran no sólo huecas, sino ofensivas.
Y vendrá el desencanto y en mala hora; con los precios de la gasolina subiendo y el desempleo arreciando, y el hartazgo de la política y los políticos obligando a la gente a mirar hacia otros lados, y la inseguridad a tope y la violencia invitando a la violencia.
Mucho ha aguantado la gente en este país y casi sin chistar. Tan mal acostumbrados están los poderosos que pulsaron, irresponsablemente, con la propaganda fibras sensibles en una población sedienta de logros, harta de engaños.
Por mucho menos que lo que aquí sucede, casi todos los días ha habido en otras capitales violentos disturbios y han caído gobiernos. Quizás entonces, como ya lo está siendo para Sarkozy en Francia luego de la derrota futbolística, “el verano de nuestro desencanto” se torne el verano de nuestro descontento.
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