Javier Flores
La Jornada/29 de junio de 2010
El mediocampista inglés Frank Lampard, sin duda uno de los mejores jugadores del mundo, recibió la pelota en una zona muy alejada del marco rival. Con el virtuosismo que le caracteriza, produjo algo semejante a un rayo con su pierna derecha. El balón pegó primero en la parte inferior del travesaño en la portería custodiada por el guardameta alemán Manuel Neuer, y luego se dirigió a gran velocidad hacia el pasto rebasando completamente la línea de meta, en uno de los goles que, de haber sido declarado válido, sería sin duda uno de los mejores realizados en el certamen. Como sea, fue una de las jugadas más hermosas del campeonato mundial de futbol que actualmente se realiza en Sudáfrica y al mismo tiempo una de las más polémicas.
Este gol fue visto por todo el mundo, menos por dos personas: el árbitro y el juez de línea. Y no es que haya habido mala fe de estos personajes en la cancha. Como la jugada partió de un lugar alejado de la portería, simplemente no lo vieron, y por lo tanto no lo consideraron válido. Pero el gol fue verdadero, como se comprueba por las múltiples imágenes captadas por las cámaras de televisión. La primera conclusión que se desprende de lo anterior es que en este caso la realidad no importa.
La decisión de los jueces cambió por completo la historia del partido disputado entre Inglaterra y Alemania. El marcador antes del fallo favorecía a los alemanes 2-1 y el gol de Lampard significaba el empate. Conforme avanzaba el tiempo, el error arbitral obligó a los jugadores ingleses a buscar con todo el marco rival, lo que los exponía a recibir una goleada, cosa que finalmente ocurrió.
Por su conservadurismo, la Federación Internacional de Futbol (FIFA) se ha negado una y otra vez a recurrir al empleo de la tecnología para esclarecer jugadas dudosas como la descrita, lo que ha conducido a una especie de culto al error. Se argumenta que las fallas arbitrales son una parte del juego y que pueden afectar por igual a los dos equipos. Pero esta razón es completamente absurda. Al hacer depender estas decisiones solamente de un factor humano, se corre el riesgo de cambiar la realidad por algo completamente falso. Pero no sólo eso. Tal vez en los campeonatos del mundo no sea el caso, pero la ausencia de una verificación apoyada en la tecnología, favorece en los torneos locales la corrupción.
Este culto al error conduce además a una especie de esoterismo, pues algunos explican lo que ocurrió en este partido como una especie de “justicia divina”, dado que, en una jugada muy parecida, ocurrida en el partido final del Mundial celebrado en 1966, el error arbitral llevó al triunfo en esa ocasión a Inglaterra. Una justificación que es también completamente absurda.
Como ocurre con la mayor parte de los deportes, el futbol está inmerso en la más avanzada tecnología. El empleo de nuevos materiales, la evaluación del desempeño físico, la construcción de estadios, la ropa que usan los jugadores, las bebidas enriquecidas con iones, el calzado, la verificación sobre el uso de sustancias prohibidas, el balón, las transmisiones de televisión y las imágenes captadas en cámara lenta que permiten ver, con sorprendente detalle, las contracciones armónicas de los músculos de los atletas. Todo ha avanzado menos la FIFA, que se empeña en fomentar el culto al error, dañando con ello al verdadero futbol.
La negativa de los dirigentes del futbol mundial a apoyarse en la tecnología ha convertido las fallas arbitrales en un factor determinante –y a mi juicio inaceptable– en este deporte. A este torneo, por ejemplo, llegó el equipo de Francia gracias a una jugada ilegal cometida por el atacante Thierry Henry. Es muy probable que los aguerridos jugadores irlandeses, que fueron eliminados por esa terrible equivocación de los jueces, hubieran desempeñado un papel más decoroso que el mostrado por la selección francesa.
Volviendo a lo esotérico, es inevitable referirse al “gol” de Diego Armando Maradona en los cuartos de final del campeonato del mundo de 1986, anotación que hizo empleando la mano, y que ilustra el grado de distorsión al que se ha llegado en este deporte. La explicación que dio el astro argentino, realmente jocosa, fue que había sido ayudado por la “mano de Dios”. Lo que resulta sorprendente es que este hecho ilegal se celebre, se levanten templos y se rinda culto a un jugador que, simple y llanamente, hizo trampa.
La Jornada/29 de junio de 2010
El mediocampista inglés Frank Lampard, sin duda uno de los mejores jugadores del mundo, recibió la pelota en una zona muy alejada del marco rival. Con el virtuosismo que le caracteriza, produjo algo semejante a un rayo con su pierna derecha. El balón pegó primero en la parte inferior del travesaño en la portería custodiada por el guardameta alemán Manuel Neuer, y luego se dirigió a gran velocidad hacia el pasto rebasando completamente la línea de meta, en uno de los goles que, de haber sido declarado válido, sería sin duda uno de los mejores realizados en el certamen. Como sea, fue una de las jugadas más hermosas del campeonato mundial de futbol que actualmente se realiza en Sudáfrica y al mismo tiempo una de las más polémicas.
Este gol fue visto por todo el mundo, menos por dos personas: el árbitro y el juez de línea. Y no es que haya habido mala fe de estos personajes en la cancha. Como la jugada partió de un lugar alejado de la portería, simplemente no lo vieron, y por lo tanto no lo consideraron válido. Pero el gol fue verdadero, como se comprueba por las múltiples imágenes captadas por las cámaras de televisión. La primera conclusión que se desprende de lo anterior es que en este caso la realidad no importa.
La decisión de los jueces cambió por completo la historia del partido disputado entre Inglaterra y Alemania. El marcador antes del fallo favorecía a los alemanes 2-1 y el gol de Lampard significaba el empate. Conforme avanzaba el tiempo, el error arbitral obligó a los jugadores ingleses a buscar con todo el marco rival, lo que los exponía a recibir una goleada, cosa que finalmente ocurrió.
Por su conservadurismo, la Federación Internacional de Futbol (FIFA) se ha negado una y otra vez a recurrir al empleo de la tecnología para esclarecer jugadas dudosas como la descrita, lo que ha conducido a una especie de culto al error. Se argumenta que las fallas arbitrales son una parte del juego y que pueden afectar por igual a los dos equipos. Pero esta razón es completamente absurda. Al hacer depender estas decisiones solamente de un factor humano, se corre el riesgo de cambiar la realidad por algo completamente falso. Pero no sólo eso. Tal vez en los campeonatos del mundo no sea el caso, pero la ausencia de una verificación apoyada en la tecnología, favorece en los torneos locales la corrupción.
Este culto al error conduce además a una especie de esoterismo, pues algunos explican lo que ocurrió en este partido como una especie de “justicia divina”, dado que, en una jugada muy parecida, ocurrida en el partido final del Mundial celebrado en 1966, el error arbitral llevó al triunfo en esa ocasión a Inglaterra. Una justificación que es también completamente absurda.
Como ocurre con la mayor parte de los deportes, el futbol está inmerso en la más avanzada tecnología. El empleo de nuevos materiales, la evaluación del desempeño físico, la construcción de estadios, la ropa que usan los jugadores, las bebidas enriquecidas con iones, el calzado, la verificación sobre el uso de sustancias prohibidas, el balón, las transmisiones de televisión y las imágenes captadas en cámara lenta que permiten ver, con sorprendente detalle, las contracciones armónicas de los músculos de los atletas. Todo ha avanzado menos la FIFA, que se empeña en fomentar el culto al error, dañando con ello al verdadero futbol.
La negativa de los dirigentes del futbol mundial a apoyarse en la tecnología ha convertido las fallas arbitrales en un factor determinante –y a mi juicio inaceptable– en este deporte. A este torneo, por ejemplo, llegó el equipo de Francia gracias a una jugada ilegal cometida por el atacante Thierry Henry. Es muy probable que los aguerridos jugadores irlandeses, que fueron eliminados por esa terrible equivocación de los jueces, hubieran desempeñado un papel más decoroso que el mostrado por la selección francesa.
Volviendo a lo esotérico, es inevitable referirse al “gol” de Diego Armando Maradona en los cuartos de final del campeonato del mundo de 1986, anotación que hizo empleando la mano, y que ilustra el grado de distorsión al que se ha llegado en este deporte. La explicación que dio el astro argentino, realmente jocosa, fue que había sido ayudado por la “mano de Dios”. Lo que resulta sorprendente es que este hecho ilegal se celebre, se levanten templos y se rinda culto a un jugador que, simple y llanamente, hizo trampa.
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