Epigmenio Carlos Ibarra
Milenio/11 de junio de 2010
Hay quien, como Ciro Gómez Leyva, piensa que la presencia de Felipe Calderón en el partido inaugural del Campeonato Mundial de Futbol puede servir para “dar realce a la institución presidencial” y que, el ver a Calderón relajado en su palco y disfrutando el juego, es también una manera de enviar al mundo el mensaje de que el nuestro no es un “Estado fallido”.
Hay otros que consideran de “utilidad diplomática” e incluso comercial el viaje y piensan que es conveniente para los intereses de México. Muchos otros creen que este debate, viajar o no viajar, es irrelevante y que lo que hay que hacer es discutir sobre los problemas reales de México.
No coincido con ninguna de estas apreciaciones y me parece, este viaje, profundamente sintomático y tanto que merece la pena, si queremos descubrir la gravedad de los males que como nación nos aquejan, someterlo al escrutinio público.
No es Felipe Calderón un ciudadano cualquiera dueño de hacer de su tiempo libre y su dinero lo que quiera. “Haiga sido como haiga sido” está sentado en la silla presidencial y ostenta además el cargo de Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas.
Ha de rendir Calderón, sin excepción alguna, cuenta detallada de sus actos y de las implicaciones de los mismos. Exigir que lo haga no es asunto trivial, sino derecho y deber ciudadanos.
No se mueve Felipe Calderón con sus propios medios y pagando con su propio dinero. Ha viajado en el TP01, un avión propiedad de la nación, y la turbosina y sus gastos los pagamos todos con nuestros impuestos.
Pero, más allá de las maniobras, tan elementales como tramposas, para intentar disfrazar de gira oficial el viaje, aduciendo razones de Estado para justificarlo, está el hecho de que esa decisión pinta de cuerpo entero, insensible y frívolo, a Felipe Calderón Hinojosa y a su gobierno.
Nuestro país está herido y en guerra. Calderón, a quien encanta vestir de verde olivo y lanzar encendidas arengas patrióticas diciéndonos que es ésta, no su guerra, sino la guerra de todos, tendría que estar claro de las responsabilidades y deberes de quien convoca a una nación desarmada a enfrentar al crimen organizado.
No es de estadistas, ni de líderes dignos y respetables lanzar a otros al combate y colocarse cómodamente en la retaguardia, así sea sólo por unas horas, a miles de kilómetros del frente de guerra.
Tendría, por otro lado, que estar consciente Calderón que un comandante no abandona a sus tropas a su suerte, y menos todavía cuando la guerra, que sin declarar libra en casi todo el territorio nacional y con casi la totalidad de los efectivos de las fuerzas armadas empeñadas en la misma, atraviesa por una situación tan crítica.
Qué pueden pensar jefes, oficiales y tropa del Ejército y la Armada y qué los integrantes de los cuerpos policiacos, esos sometidos a la ley de plata o plomo y que tienen por destino el desprestigio público, la cárcel o la tumba, al ver a su jefe sentado en su palco.
Y qué los padres de tantas víctimas inocentes de esta guerra y de otras tragedias, como en la guardería ABC —daños colaterales las llaman él y los suyos—, ante quienes Calderón ha sido omiso e indiferente, al verlo sentado en su platea.
Poco o ningún respeto ha demostrado Calderón por la pérdida de vidas inocentes; ligero y pronto ha criminalizado a las víctimas. Poco o ningún respeto demuestra al irse con su séquito a divertirse.
Porque a eso —y a tratar de sacar raja propagandística de una eventual victoria de la selección mexicana— es que fue Felipe Calderón a Sudáfrica. Ninguna utilidad diplomática o comercial puede tener un viaje en medio de un acontecimiento de esta magnitud y con tal cantidad de mandatarios visitantes.
Nada han de significar para los intereses de México reuniones protocolarias y entrevistas de pasillo en donde el tema serán los goles y las expectativas de victoria de los distintos países.
Para nada “da realce”, ni hacia adentro ni hacia fuera, a la ya de por sí deslegitimada y maltrecha institución presidencial que Calderón se “ponga la verde” y grite gol o salga cariacontecido del estadio. Al contrario, se exhibe y nos exhibe ante el mundo, que sabe la situación por la que atraviesa México, y habrá de ser severo con sus juicios con el jefe de Estado que, en estas condiciones, se atreve a divertirse en el estadio.
http://elcancerberodeulises.blogspot.com/
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