viernes, 11 de junio de 2010

Desconfianza, futbol y sociedad


José Antonio Crespo
Excélsior/11 de junio de 2010

De los múltiples déficits históricos que tenemos como país, quizá uno de los más determinantes sea la insuficiencia de confianza pública; tenemos desconfianza hacia las instituciones, hacia los actores políticos, sociales y económicos, hacia otros ciudadanos, desconfianza de nosotros mismos (como sociedad, como país, y como individuos). Una desconfianza histórica que es causa y efecto de la corrupción, y de la impunidad que le acompaña. Desconfianza con la que no puede operar con eficacia ningún arreglo institucional por muy bien hecho que pueda ser, pues toda institución exige un sedimento mínimo de confianza pública. Desconfianza nutrida por promesas de líderes, jefes, caudillos y gobernantes; por compromisos cien veces ofrecidos y otras tantas incumplidos. Desconfianza producto de esperanzas que han sido recurrentemente defraudadas.
La desconfianza permea nuestras diversas actividades, incluido el deporte nacional, que a partir de hoy atraerá la mirada mundial. Una desconfianza nacional que heredaron nuestros futbolistas, que forjó la leyenda de los “ratones verdes” y que ha dado lugar al conocido “jugamos como nunca pero perdimos como siempre”. Desconfianza de sí mismos que pide disipar Javier Aguirre al promover un proyecto de cooperación social cuyos objetivos son respetables: detectar grupos e individuos que trabajan con empeño pese a la desconfianza imperante, que deben ser respaldados, y ameritan ser reconocidos. Una desconfianza a la que, sin embargo, el propio Aguirre ayuda a incrementar cuando se contrasta su grandilocuente discurso de hoy con su confesión de hace unas semanas, en sentido de que, desesperanzado, huiría del país apenas concluyera el festival futbolístico. Desconfianza generada por su alegato triunfalista, más digno de un exaltado motivador de autosuperación que de un entrenador realista, serio y responsable. Desconfianza, que crece al saberse que Aguirre explica su inflamada arenga, más por necesidad profesional que por convicción personal. El periodista Roberto Zamarripa rescató el lunes pasado la siguiente declaración (Reforma, 7/XI/10): “Yo no soy actor, pero vienen y te dicen ‘la camiseta quiere un eslogan. Dilo’. Eso me dicen: ‘Televisa quiere un eslogan. Dilo’. Es así. Yo podría decir que no, pero ya no sería técnico de la Selección. Está clarísimo”. Sí, más que claro.
Desconfianza que lleva a recelar de las televisoras que protagonizan la Iniciativa México —pese a los posibles beneficios que ésta pueda arrojar—, pues hay historias que no se disipan en un día. Desconfianza que hace a muchos mirar con reserva este proyecto, que ojalá encuentre los recursos suficientes para permitir al mayor número posible de desinteresados organismos sociales, la consecución de sus fines. Desconfianza que provoca dudas sobre una atendible iniciativa, que ojalá no caiga en la tentación del acostumbrado melodrama, el espectáculo banal o el reality show (por bien de la UNAM y el IPN). Desconfianza que observa con distancia una iniciativa que quizá no represente un momento fundacional del nuevo México, pero que, más modesta y realistamente, podría —y debiera— conectar a quienes tienen recursos con quienes tienen necesidad de ellos, para impulsar cambios incrementales en nuestro lastimado entorno social, ambiental, político, familiar.
Desconfianza, pues, que cada cuatro años cede su lugar a la convicción de que, ahora sí, la Selección Mexicana está mejor preparada; que ahora sí, puede llegar muy lejos; que ahora sí, va con la mentalidad de “sí se puede” para darnos motivos de celebrar un “ya se pudo” (esperemos que sin destrucción ni vandalismo de por medio). Desconfianza que, ante expectativas excesivas fomentadas por comentaristas y especialistas deportivos, suele ser seguida de una nueva oleada de desánimo y defraudación. Esperemos que no le vaya mal a la Selección, pero habría que disociar el fervor futbolístico —y la eventual decepción consecuente—, del empeño para sacar adelante al país, del esfuerzo cotidiano para sobrevivir, de los cambios que deben lograrse en muchos aspectos de la vida nacional. ¿Cómo cortar el nudo gordiano de la desconfianza y el fracaso, males que se alimentan mutuamente? ¿Con un renovado ánimo basado en una gran porra nacional, o a partir de hechos concretos realizados justo por las instituciones políticas, los medios, los sindicados, los monopolios públicos y privados, los partidos y gobernantes que han propiciado esa endémica desconfianza? ¿Qué va primero?

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