Antulio Sánchez
Milenio/11 de junio de 2010
La red es una gigantesca zona comercial. Su organización es anárquica, sus espacios públicos han sido habitados por hordas de usuarios que multiplican los enlaces muertos y los sitios que se asemejan a pueblos fantasmas en total abandono, amén del spam y los virus que se reproducen infinitamente. Para algunos usuarios eso hace de internet algo malsano, demasiado cruel y bárbaro.
Muchos no tienen más opción que seguir viviendo allí. En cambio otros privilegiados optan por dimensiones alternativas, compran un iPhone o un iPad para tener la posibilidad de pertenecer a una zona residencial chic que les permita probar las posibilidades ofrecidas por la web, pero sin tener que mezclarse con el populacho. Esa zona residencial nice la delimitan las aplicaciones destellantes de la Apple Store, que permiten conformar un hogar pulcro en las alturas inmaculadas de la residencia Apple.
Esta es, a grandes rasgos, la idea sostenida por Virginia Heffernan (spedr.com/55jkt), para quien la red es una especie de Webtrópolis, en donde se reproducen segregaciones y estratificaciones. Una idea que hace realidad aquello que Joel de Rosnay había dicho: la masificación de internet llevó al advenimiento de una nueva lucha de clases (spedr.com/3t3r9) entre “infocapitalistas” (quienes se consideran propietarios de las redes de producción y distribución de la información) y los “pronetarios” (productores independientes de servicios y contenidos en línea). En medio están muchos usuarios deseosos de diferenciarse de la muchedumbre y buscar el refinamiento por lo que consumen.
La Apple Store es una de las plataformas más vigiladas de la historia y eso tiene el objetivo de aumentar la impresión del valor de sus ofertas. De dar la sensación a sus usuarios de que pertenecen a un sector exclusivo. Al final, es cuestión de opiniones porque Apple ha creado una manera de decantarlas, de condicionarlas y de cobrar por algo que se puede obtener gratuitamente en la red.
Así, al final, la cuestión de las brechas no está sólo entre quienes están conectados y los que no, sino también entre los mismos conectados. Pero queda claro que con la capacidad de consumo la diferencia no se determina tanto por la posesión de un iPhone o un iPad, sino por el acceso a aplicaciones que, supuestamente, sólo un sector puede tener y al final eso determina el refinamiento tecnocultural.
twitter.com/tulios41
Milenio/11 de junio de 2010
La red es una gigantesca zona comercial. Su organización es anárquica, sus espacios públicos han sido habitados por hordas de usuarios que multiplican los enlaces muertos y los sitios que se asemejan a pueblos fantasmas en total abandono, amén del spam y los virus que se reproducen infinitamente. Para algunos usuarios eso hace de internet algo malsano, demasiado cruel y bárbaro.
Muchos no tienen más opción que seguir viviendo allí. En cambio otros privilegiados optan por dimensiones alternativas, compran un iPhone o un iPad para tener la posibilidad de pertenecer a una zona residencial chic que les permita probar las posibilidades ofrecidas por la web, pero sin tener que mezclarse con el populacho. Esa zona residencial nice la delimitan las aplicaciones destellantes de la Apple Store, que permiten conformar un hogar pulcro en las alturas inmaculadas de la residencia Apple.
Esta es, a grandes rasgos, la idea sostenida por Virginia Heffernan (spedr.com/55jkt), para quien la red es una especie de Webtrópolis, en donde se reproducen segregaciones y estratificaciones. Una idea que hace realidad aquello que Joel de Rosnay había dicho: la masificación de internet llevó al advenimiento de una nueva lucha de clases (spedr.com/3t3r9) entre “infocapitalistas” (quienes se consideran propietarios de las redes de producción y distribución de la información) y los “pronetarios” (productores independientes de servicios y contenidos en línea). En medio están muchos usuarios deseosos de diferenciarse de la muchedumbre y buscar el refinamiento por lo que consumen.
La Apple Store es una de las plataformas más vigiladas de la historia y eso tiene el objetivo de aumentar la impresión del valor de sus ofertas. De dar la sensación a sus usuarios de que pertenecen a un sector exclusivo. Al final, es cuestión de opiniones porque Apple ha creado una manera de decantarlas, de condicionarlas y de cobrar por algo que se puede obtener gratuitamente en la red.
Así, al final, la cuestión de las brechas no está sólo entre quienes están conectados y los que no, sino también entre los mismos conectados. Pero queda claro que con la capacidad de consumo la diferencia no se determina tanto por la posesión de un iPhone o un iPad, sino por el acceso a aplicaciones que, supuestamente, sólo un sector puede tener y al final eso determina el refinamiento tecnocultural.
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