martes, 1 de junio de 2010

Precisando


José Blanco
La Jornada/1 de junio de 2010

La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), mediante su programa Panorama de la Educación 2008, encontró que en los años recientes el gasto público en educación en México se incrementó hasta alcanzar niveles cercanos a 5 por ciento del PIB, monto por arriba de lo erogado por algunas naciones latinoamericanas como Brasil y Chile, que se encuentran en niveles de 4.5 y 3.2, respectivamente. Pero no parece festejarlo.

Para abonar al ominoso panorama educativo, el Índice Global de Competitividad del Foro Económico Mundial 2007-2010 establece que en el bienio 2007-2008, México ocupó de entre 131 países el lugar número 95 en lo que a calidad en educación primaria se refiere; en el segundo bienio 2008-2009 el lugar 116 entre 134 países, y en el tercero, 2009-2010, el lugar 115 entre 133 países.

En cuanto a la calidad en el sistema educativo superior y de capacitación, en el primer bienio el país se ubicó en el lugar 92, en el segundo bienio en el 109 y en el tercero en el 115. En calidad de matemáticas y ciencias, ocupamos el lugar 113, y en el segundo y tercer bienios, el 127 de 133 países analizados. Como el cangrejo en el más profundo abisal.

Con información del Banco Mundial, a 2006 (último dato disponible), véase este significativo gráfico (arriba). En el eje de las ordenadas (vertical), se mide el gasto en educación como proporción del gasto gubernamental total. En el eje de las abscisas, se enumeran 17 países seleccionados: 1 México, 2 Brasil, 3 Chile, 4 Corea, 5 Estados Unidos, 6 Irlanda, 7 Argentina, 8 Finlandia, 9 Países Bajos, 10 Reino Unido, 11 Portugal, 12 España, 13 India, 14 Francia, 15 Alemania, 16 Italia y 17 Japón.

Hay siete países con un gasto superior a la media de esta selección en todos los sentidos variopinta de países, y nueve países cuyo gasto está por debajo de la media. El gasto promedio de estos países es de 13.14 por ciento del total del gasto gubernamental (la línea punteada horizontal).

Estos datos expresan diversas realidades: es notorio que México ocupe el primer lugar, con 23.82 por ciento de su gasto total gubernamental invertido en educación, mientras que Estados Unidos, con el sistema educativo más grande del mundo gasta 15.33 por ciento, o India que, alcanzando logros educativos notables, gaste 10.74 por ciento (India está produciendo más doctores por año que toda Europa), y Japón 9.5 por ciento, con una educación excelente y súper exigente.
En nuestras propias condiciones, México hace un esfuerzo inmenso alfeñique. ¿Oxímoron? No. México necesita hacer un gasto mucho mayor, pero con esos números ya le es imposible avanzar. México, debe invertir mucho más en la palanca fundamental del desarrollo –el conocimiento–, pero requiere como el oxígeno de una reforma fiscal profunda, de otro modo continuaremos topando con un muro inexpugnable: se secó el surtidor del financiamiento público. Los ultra millonarios continuarán siéndolo, sin aportar en serio recursos fiscales, y los harapientos continuarán en harapos.

También resulta claro que la educación, en calidad y en cantidad, no es sólo un asunto de dinero. Finlandia, por ejemplo, con la mitad proporcional del gasto gubernamental cuenta con una educación extraordinariamente superior a la mexicana.

La organización de la academia, los modelos educativos obsoletos, las reglas de la evaluación, la desorganización representada por una aglomeración de instituciones de educación superior sin coordinación alguna entre ellas, una escalera desvencijada debajo de la educación superior, son subdesarrollo en estado puro. Elba Esther Gordillo es un icono vastamente representativo de este tercermundismo ramplón, y es también un poder fáctico inquebrantable para la clase política porque, lejos de verla como un muro infranqueable, es una aliada deseada por todos. Las soluciones de nuestros problemas son más que claras, pero la actitud de quienes toman decisiones son irresponsabilidad con posgrado + pusilanimidad + cobardía electoral. Quizá también mucha ignorancia.

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