martes, 8 de septiembre de 2009

Calderón 2.0

León Krauze
Milenio/8 de septiembre de 2009

No soy de los que creen que Felipe Calderón ha sido un desastre, como insisten algunos interesados en que, en efecto, lo sea. Creo, en cambio, que Calderón buscó calmar las aguas después del 2006 para conseguir, de alguna manera, legitimarse; una hazaña imposible que, precisamente por serlo, hundió al país no en la parálisis pero sí en el aturdimiento. Ahora, parece que ha comprendido que nada ganan México y su Presidente luchando infructuosamente contra el mito de la ilegitimidad y el fraude. Después de tres años, Calderón dice haber entendido que es él quien habita Los Pinos y que, en términos empresariales, no se le contrató para ser un administrador del pasmo sino para gobernar, aunque en el camino pierda puntos de popularidad y su partido llegue mal parado al siguiente compromiso electoral.
El Informe de gobierno y las entrevistas que concedió el día después revelaron no sólo un posible trayecto de gobierno sino la personalidad e intención del Presidente. Hasta ahora, Calderón ha preferido el consenso antes que la mayoría, ha luchado por ganar aceptación antes que por gobernar y se ha conformado con reformas paliativas. El afán conciliador del Presidente ha dejado resultados pobres. Por admisión propia, es hora de cambiar. En algún momento de los últimos meses, Calderón recordó que su carácter se ha forjado en la adversidad y que, lejos de ser un Presidente “cortoplacista”, tiene la intención de trascender. Podía, dijo en una entrevista, “llevársela tranquila o echar el resto”. Dice haber preferido lo segundo. Pero la duda persiste: ¿de verdad habrá finalmente asumido que la democracia no es el imperio del consenso sino el gobierno de la mayoría? ¿Tendrá el valor de plantarle cara a los dinamiteros de la oposición? Y más importante todavía: ¿podrá convencer a quienes ahora llevan las riendas del Congreso de cooperar con un proyecto de reformas que por necesidad serán incómodo y doloroso (e impopular electoralmente)? Con el PRD en manos del caudillo, el PRI encaprichado con el 2012 y el PAN desprestigiado, la labor se antoja titánica. Si no logró aprobar reformas sustanciales cuando el PAN aún no caía al despeñadero, ¿cómo lo conseguirá ahora?
La respuesta la ofrece el propio Calderón: apelará a la ciudadanía. De ser cierta, la estrategia del Presidente será, cuando menos, interesante. No recuerdo un solo momento en nuestra incipiente democracia en el que un Presidente recurriera directamente a los ciudadanos para buscar la aprobación de reformas drásticas. La campaña de comunicación del Ejecutivo cuando la reforma energética fue un absoluto desastre. El famoso tesoro bajo el mar no hizo más que darle parque retórico a la oposición (“¡no podemos entregar ese tesoro a las trasnacionales voraces!”). El resultado es conocido. Si Calderón quiere estrechar su lazo con la ciudadanía le harán falta ejercicios de comunicación frecuentes, directos y sensatos. Algo así intentó con el programa de televisión del domingo por la tarde. En un claro eco no sólo de las asambleas vecinales de Barack Obama sino de las maratónicos foros comunitarios de Álvaro Uribe, Calderón se animó a charlar —en un ambiente controlado, pero a hablar de todos modos— con ciudadanos de preocupaciones y orígenes diversos. El ejercicio reveló a un Presidente cercano, informado y hasta dicharachero. Habrá que ver si los millones de televidentes atentos al televisor resultaron convencidos. De ser así, Calderón habrá encontrado lo impensable: un camino para dialogar de manera directa con el electorado.
Ahora bien: si el Presidente de verdad quiere crear un nuevo vínculo con los ciudadanos que gobierna, deberá hacer hasta lo imposible por desechar algunos de sus defectos más lamentables. Uno de ellos es la tendencia a la impaciencia. Un día después de la Informe lo entrevisté en el noticiero del mediodía de W Radio. En un ejercicio ciudadano similar al que puso en práctica el fin de semana, tomé una de las decenas de preguntas que mis seguidores en Twitter me habían propuesto para Calderón. “¿Cómo voy a creer en Calderón si es rehén de Elba Esther Gordillo”, preguntó “Roberto”. “Nuestro amigo puede creer en lo que quiera”, contestó irritado el Presidente. Se equivoca. Si la nueva estrategia ha de funcionar, “Roberto” debe creer en Calderón. Y Calderón no puede darle vuelo a la bilis.

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