domingo, 13 de septiembre de 2009

Ciencia y razones

Sara Sefchovich
El Universal/13 de septiembre de 2009

Desde que empecé a escribir, me topé con personas que me dicen lo que debería decir y cómo debería decirlo. Me ofrecen argumentos o la historia de su vida para las novelas, los temas y los modos de tratarlos para los libros y artículos. Esto me agrada y agradezco la confianza, pero no significa que debo obedecer. Algunas veces tomo la propuesta, pero otras no me interesa o no tengo conocimientos para seguirla.
Hay quien lo entiende, hay quien insiste, hay quien se molesta y hay quien se enoja. Recientemente un lector se enojó tanto de que yo no escriba lo que él considera que debía escribir, que hasta me insultó.
Experimentos recientes en sicología social, llevados a cabo en prestigiosas universidades del mundo, han mostrado que el enojo no es solamente una reacción física del cuerpo como se pensaba antes, sino que es principalmente producto de la mente. Dicho de otra manera: que enojarse no tiene razones genéticas ni causas bioquímicas, hormonales o de otra naturaleza, sino que es una respuesta cultural. Así lo escribe Stanley Schachter: “El cambio fisiológico que se produce requiere de la interpretación cognoscitiva de ese cambio”, pues el enojo no es solamente la adrenalina, sino que consiste en la transformación de la reacción hormonal en una reacción emocional, la cual se asocia con la intepretación de los hechos, que es culturalmente aprendida.
Por eso no todas las personas responden de la misma manera ni perciben como provocación, como injusticia o como violencia lo que para algunos lo es.
En nuestra cultura, lo que provoca el enojo es, sobre todo, la frustración por no tener lo que se quisiera tener. Por ejemplo, en este caso que estoy refiriendo, podría yo suponer que ese lector quisiera disponer de un lugar en los medios para expresar sus ideas, pero sucede que no lo tiene y entonces se enoja con los que sí lo tenemos.
Ahora bien, él no se enoja (supongo) con todos los que tienen un espacio para hacer públicas sus ideas. ¿Cómo elige el objetivo? Como le sucedió al doctor Freud con su maestro, tiene que ser alguien cuyos escritos toquen una fibra en él. Y esa resulté ser yo. Y entonces una y otra vez desde hace años, está duro y dale contra mí.
Antes se creía que cuando una persona vociferaba su enojo esto funcionaba como forma de sacarlo. De hecho, hay varias terapias cuyo sustento es ésta hipótesis.
Hoy, sin embargo, experimentos han mostrado que sucede exactamente lo contrario: que el enojo alimenta al enojo (como la ambición hace ambicionar más y el mucho comer hace tener ganas de comer más), de tal modo que entre más se le exprese, más necesitará la persona seguirlo expresando. Dicho de otro modo, que sacar la ira no es catártico sino todo lo contrario: sacarla es alimentarla, es regarla. Allí radica buena parte de la explicación de la violencia.
En un libro de título revelador llamado Se cometieron errores (pero no los cometí yo), Carol Tavriz y Elliot Aronson muestran cómo sicológicamente los humanos justificamos nuestras conductas siempre echándole la culpa a los demás. Los golpeadores y violadores lo hacen: dicen que la víctima los provocó, aun si se trata de un niño pequeño.
La mayoría de la gente cuando se confronta con la prueba de su error, en lugar de cambiar su punto de vista o curso de acción, lo justifica con más tenacidad y se monta en el caballo de considerar que está haciendo no nada más lo correcto sino incluso lo mejor, de tal modo que termina por considerarse a sí mismo moralmente más alto. Esto lo vemos reiteradamente entre los políticos.
Todo esto para decir que cada uno de nosotros tiene derecho a pensar lo que quiera y lo que pueda, y a tratar de convencer a los demás de que esos pensamientos son los correctos, justos, inteligentes. Ya los demás decidirán si así lo consideran o no.
Lo que no se puede es obligarlos. Eso se llama fundamentalismo, y mucho menos recurrir a la violencia (como el insulto) para conseguirlo. Eso se llama enfermedad y es un mecanismo que gracias a la ciencia hoy podemos entender mas no justificar.
Escritora e investigadora en la UNAM

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