jueves, 10 de septiembre de 2009

No es cuestión de genética

Horacio Salazar
Milenio/10 de septiembre de 2009

En el último par de semanas, en varias ocasiones, mi compañero Ciro Gómez Leyva ha reiterado una imagen sobre la clase política que luego retomaría también Carlos Puig. La frase específica es que no hay que ilusionarse con los políticos de hoy, porque “son una generación no dotada genéticamente para la grandeza”.
Me parece que como imagen, la frase es (Puig dixit) “lapidaria”. Y lo es precisamente porque cuando en el imaginario común uno habla de que algo es genético, equivale a decir que es inmutable, que es una cruz con la que se debe vivir.
Pero con todo respeto para mis colegas, aquí no estamos hablando de genes. Peor aún; históricamente, cuando se ha apelado a la genética para sustentar ideologías o posturas sociales, la que ha salido perdiendo es la ciencia, que agarra mala fama.
El ejemplo más contundente de esto es un viejo libro de Stephen Jay Gould titulado La falsa medida del hombre, en el que expuso, en el ya lejano 1981, todas las marrullerías y mentiras y falacias con las que se defendieron puntos de vista racistas en la guerra por establecer el cociente de inteligencia (IQ) como una medición válida.
No. Si se quiere aprovechar la ciencia para dar un zapatazo en la cabeza a nuestra mediocre clase política, la solución no pasa por atribuir sus carencias a una incapacidad genética.
Según parece, los mexicanos sí tenemos predisposición genética a varias enfermedades. Si a esa proclividad le sumamos el estilo de vida del a’i se va, pues peor: por eso comentaba hace días un funcionario la curiosa paradoja de que seamos un país con una gran tajada de nuestros niños hundidos en la anemia y otra gran parte agobiados por el sobrepeso y la obesidad.
Sí tenemos manías culturales y quizás algún sesgo hacia la automortificación, pero eso es algo que deben explorar los psiquiatras o psicoanalistas y forma parte de nuestro legado cultural, de nuestros vicios formativos, no de nuestro bagaje genético.
Y eso es lo peor. Si nuestra clase política fuese genéticamente incapaz de ser grande, podría perdonársele: nadie puede escapar a sus genes. Pero son ineptos por cultura. Una vieja frase decía que mientras el estadista piensa en la siguiente generación, el político piensa en la siguiente elección. Nosotros a veces tenemos problemas incluso para aceptar que algunos de nuestros grillos sean capaces de pensar.
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