
El Universal/5 de spetiembre de 2009
La tierra te duele, la tierra te daen medio del alma, cuando tú no estás,la tierra te empuja de raíz y cal,la tierra suspira si no te ve más...La tierra donde naciste nola puedes olvidar, porque tiene tus raícesy lo que dejas atrás: Gloria Estefan
El castellano se escucha a 400 kilómetros de la Tierra. La lengua de El Quijote y de Primero sueño, la de Borges y de Paz. La de Alejo Carpentier y de García Márquez. La lengua de Onetti y de Sabines. Atraviesa el espacio. En el habla de un ingeniero de origen mexicano. Niño agricultor. Hijo de agricultores. Apenas en 1957 migrantes indocumentados. El idioma de aquel inolvidable poema de Neruda: “A los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras”. José Hernández integra su lengua materna a la misión del transbordador Discovery. Se llevó en su mochila el idioma de su familia y sus raíces. En su casco. Pegado a la piel. Nuestro idioma.
Y allá, tan lejos donde está, las palabras se le desprenden de la memoria y de sus lealtades entrañables. Las “palabras luminosas”. “¿Dijo mole?”. “Sí, eso dijo dándole vueltas a la Tierra: mole”. “Y le mandó saludos a su tía Rosa”. “Le prometió sus tacos de carnita al regreso, su tía Rosa, más vale que no se le olvidara saludarla”. “Dicen que quería ser astronauta desde chiquito”. “Sí, eso dicen. Pero tantos hemos querido ser astronautas desde chiquitos”. Le sucedió a José. Hizo que le sucediera. Fue estudioso y tenaz. Valiente. Acumuló méritos y premios. Mirar el espacio y alcanzarlo. “Como es una carrera muy escasa entre los hispanos no pensamos que él fuera a llegar… Nos llevábamos a todos (a México), íbamos y veníamos. Les enseñamos a querer a México, su cultura, lo que la gente sufre allá”, declaró su madre. Está tan contenta. Su hijo es el segundo mexicano en viajar al espacio, después de Rodolfo Neri Vela en 1985.
Los mensajes de José en castellano viajan por la vía de nuevas tecnologías de nombres extravagantes. Nos llegan. Como nos llegan él y su historia: de la pisca del pepino en California (en la que trabajaba con sus padres y sus hermanos), hasta un viaje —literalmente— más allá de las estrellas. Ahora tiene 47 años. Esperó 12 para ser seleccionado. José y su lucha encarnan el antiguo (y tan actual) sueño del líder chicano César Chávez: el Yes, we can!. Defender derechos. Ocupar espacios. Sostener los lazos con las comunidades de pertenencia. Integrarse al país de acogida sin renunciar a la cultura de los orígenes. Aprender el idioma “de los otros” sin desvalorizar ni desamar la lengua de los orígenes. El entrecruzamiento y no la renuncia. Sumar y no restar. Hernández dijo en entrevista con Carlos Loret de Mola que en cada vuelta a la Tierra él “busca Michoacán”.
El castellano, la segunda lengua en importancia de Estados Unidos (reconocido o no), le da la vuelta a la Tierra. En un viaje ya bilingüe. Quizá esa sea la segunda “misión” de José Hernández. Vivida y no declarada. La más íntima. La reivindicación suave y memoriosa de sus orígenes. De su pueblito en La Piedad. De las manos que araron y aran la tierra. Allá y acá. Como en la canción de Gloria Estefan, que eligió para despertarse. Luchando por el sueño de una vida, con un mínimo de bienestar. Allá y acá. Cruzar el río. Encontrar ese hoyo en el muro. Esconderse de la migra. Lograr un trabajo. Entender el idioma. Ir aprendiendo a responder. Si el desdén azota, desviar la mirada: hasta una orilla de mar en Veracruz, hasta una esquinita de plaza en Oaxaca. El lugar de la querencia. Y cuando hace frío. Y la soledad. La nostalgia. Y cuando hace hambre. Y mandar el giro si se logra. Se les llaman “las remesas”. La remesa es el sello de todo lo que falta acá. El de la separación forzada. La remesa es el sello de tanta desigualdad. De una ausencia.
Hay familias que logran reunirse. Se quedan. Como los Hernández. Enriquecen con su cultura a ese salad bowl que es EU. “Uno cuando va a la escuela ve los mapas y ve las fronteras políticas, y sin embargo, al estar acá en el espacio uno no ve ninguna frontera y yo digo que es algo muy bonito”, dijo José en su conversación con Carlos Loret de Mola. “Debemos traer a todos los presidentes, todos los líderes de los países del mundo, a que vean el mundo desde esta perspectiva para que ellos se percaten de que no son tan importantes las fronteras políticas, hay que trabajar todos como uno”. José nació del “lado de allá”. En California. Y sin embargo, en su apego por el castellano, en su orgullo por la lengua que le transmitieron sus padres, Hernández reivindica hacia el norte del río Bravo, en un acto “estelarmente” simbólico, a la segunda lengua de EU. La nuestra. Lo suyo es un acto amoroso. Sin duda. Y es también todo un acto político.
Y sí… “La noche está estrellada,/ y tiritan, azules, los astros, a lo lejos./ El viento de la noche gira en el cielo y canta…” (Neruda), y allí arriba en algún lugar está él con sus compañeros. A lo lejos. José Hernández. Buscando un pueblito de Michoacán, del que salieron sus papás. La ciudad de México iluminada. “Trabajar todos como uno”, dijo. En una tierra sin fronteras excluyentes.
Escritora
El castellano se escucha a 400 kilómetros de la Tierra. La lengua de El Quijote y de Primero sueño, la de Borges y de Paz. La de Alejo Carpentier y de García Márquez. La lengua de Onetti y de Sabines. Atraviesa el espacio. En el habla de un ingeniero de origen mexicano. Niño agricultor. Hijo de agricultores. Apenas en 1957 migrantes indocumentados. El idioma de aquel inolvidable poema de Neruda: “A los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras”. José Hernández integra su lengua materna a la misión del transbordador Discovery. Se llevó en su mochila el idioma de su familia y sus raíces. En su casco. Pegado a la piel. Nuestro idioma.
Y allá, tan lejos donde está, las palabras se le desprenden de la memoria y de sus lealtades entrañables. Las “palabras luminosas”. “¿Dijo mole?”. “Sí, eso dijo dándole vueltas a la Tierra: mole”. “Y le mandó saludos a su tía Rosa”. “Le prometió sus tacos de carnita al regreso, su tía Rosa, más vale que no se le olvidara saludarla”. “Dicen que quería ser astronauta desde chiquito”. “Sí, eso dicen. Pero tantos hemos querido ser astronautas desde chiquitos”. Le sucedió a José. Hizo que le sucediera. Fue estudioso y tenaz. Valiente. Acumuló méritos y premios. Mirar el espacio y alcanzarlo. “Como es una carrera muy escasa entre los hispanos no pensamos que él fuera a llegar… Nos llevábamos a todos (a México), íbamos y veníamos. Les enseñamos a querer a México, su cultura, lo que la gente sufre allá”, declaró su madre. Está tan contenta. Su hijo es el segundo mexicano en viajar al espacio, después de Rodolfo Neri Vela en 1985.
Los mensajes de José en castellano viajan por la vía de nuevas tecnologías de nombres extravagantes. Nos llegan. Como nos llegan él y su historia: de la pisca del pepino en California (en la que trabajaba con sus padres y sus hermanos), hasta un viaje —literalmente— más allá de las estrellas. Ahora tiene 47 años. Esperó 12 para ser seleccionado. José y su lucha encarnan el antiguo (y tan actual) sueño del líder chicano César Chávez: el Yes, we can!. Defender derechos. Ocupar espacios. Sostener los lazos con las comunidades de pertenencia. Integrarse al país de acogida sin renunciar a la cultura de los orígenes. Aprender el idioma “de los otros” sin desvalorizar ni desamar la lengua de los orígenes. El entrecruzamiento y no la renuncia. Sumar y no restar. Hernández dijo en entrevista con Carlos Loret de Mola que en cada vuelta a la Tierra él “busca Michoacán”.
El castellano, la segunda lengua en importancia de Estados Unidos (reconocido o no), le da la vuelta a la Tierra. En un viaje ya bilingüe. Quizá esa sea la segunda “misión” de José Hernández. Vivida y no declarada. La más íntima. La reivindicación suave y memoriosa de sus orígenes. De su pueblito en La Piedad. De las manos que araron y aran la tierra. Allá y acá. Como en la canción de Gloria Estefan, que eligió para despertarse. Luchando por el sueño de una vida, con un mínimo de bienestar. Allá y acá. Cruzar el río. Encontrar ese hoyo en el muro. Esconderse de la migra. Lograr un trabajo. Entender el idioma. Ir aprendiendo a responder. Si el desdén azota, desviar la mirada: hasta una orilla de mar en Veracruz, hasta una esquinita de plaza en Oaxaca. El lugar de la querencia. Y cuando hace frío. Y la soledad. La nostalgia. Y cuando hace hambre. Y mandar el giro si se logra. Se les llaman “las remesas”. La remesa es el sello de todo lo que falta acá. El de la separación forzada. La remesa es el sello de tanta desigualdad. De una ausencia.
Hay familias que logran reunirse. Se quedan. Como los Hernández. Enriquecen con su cultura a ese salad bowl que es EU. “Uno cuando va a la escuela ve los mapas y ve las fronteras políticas, y sin embargo, al estar acá en el espacio uno no ve ninguna frontera y yo digo que es algo muy bonito”, dijo José en su conversación con Carlos Loret de Mola. “Debemos traer a todos los presidentes, todos los líderes de los países del mundo, a que vean el mundo desde esta perspectiva para que ellos se percaten de que no son tan importantes las fronteras políticas, hay que trabajar todos como uno”. José nació del “lado de allá”. En California. Y sin embargo, en su apego por el castellano, en su orgullo por la lengua que le transmitieron sus padres, Hernández reivindica hacia el norte del río Bravo, en un acto “estelarmente” simbólico, a la segunda lengua de EU. La nuestra. Lo suyo es un acto amoroso. Sin duda. Y es también todo un acto político.
Y sí… “La noche está estrellada,/ y tiritan, azules, los astros, a lo lejos./ El viento de la noche gira en el cielo y canta…” (Neruda), y allí arriba en algún lugar está él con sus compañeros. A lo lejos. José Hernández. Buscando un pueblito de Michoacán, del que salieron sus papás. La ciudad de México iluminada. “Trabajar todos como uno”, dijo. En una tierra sin fronteras excluyentes.
Escritora
No hay comentarios:
Publicar un comentario