viernes, 11 de septiembre de 2009

Un mundo raro

Macario Schettino
El Universal/11 de septiembre de 2009

Para un observador externo, México debe parece un mundo raro. Desde fuera, se ve con mucha claridad el problema del país: recauda muy poco, gasta regular y la diferencia la ha financiado, por 30 años, con ingresos de un recurso que ya se le acabó. Desde fuera, siguiendo lo que hacen todos los países, la solución es elemental: un impuesto al consumo prácticamente general de 18% a 20%, un impuesto al ingreso sin exenciones e impuestos locales cobrados razonablemente. Con eso se aporta lo suficiente para que el gobierno pueda administrar un Estado de bienestar razonable, y cumplir sus funciones elementales: seguridad y procuración de justicia.
Para nosotros, el mundo raro es ése. Nosotros creemos que debemos tener muchos más derechos, incluida la vivienda y el empleo, con menos obligaciones. El responsable de hacer cuadrar esa suma es el gobierno, que de algún lado tendrá que sacar los recursos.
Creemos que ayudamos a los pobres poniendo impuestos bajos a los ricos, como ocurre con un IVA diferenciado. Creemos que ayudamos a los pobres subsidiando a las empresas, como ocurre con el ISR. Creemos que la ley laboral actual es benéfica para los trabajadores, aunque sólo se aplica a uno de cada tres empleados; los otros dos son, en sentido estricto, ilegales.
He insistido mucho en que el problema de México es mental, y me parece que hoy tenemos más evidencia de ello. No podemos entender los problemas, y cuando finalmente alguien los logra plantear, no estamos dispuestos a aceptar las soluciones. No enfrentamos nada excepcional, que otras naciones no hayan vivido; lo excepcional es nuestra incapacidad mental.
Permítame explicarlo nuevamente: el régimen político que construyeron los ganadores de la guerra civil que llamamos Revolución dependía para su subsistencia de la repartición de privilegios entre los grupos organizados que lo sostenían. En consecuencia, las reglas sobre las cuales vivimos durante el resto del siglo no se hicieron para que México creciera o fuese democrático, sino para extraer rentas de la sociedad no organizada y entregarlas a los grupos organizados, quienes a cambio sostenían ese régimen autoritario. El régimen se derrumbó en su cúspide en 1997, pero los grupos siguen existiendo, y ahora sostienen a diferentes facciones políticas, las cuales buscan perpetuar los privilegios de sus huestes. De eso se trata esa palabreja tan de moda: poderes fácticos. Son grupos empresariales, sindicatos, centrales campesinas, universidades públicas, que han medrado del erario por décadas, y que piensan seguirlo haciendo.
Sin embargo, el discurso que los legitimó en ese viejo régimen se centraba en una mítica justicia social, a la que jamás le destinaron recursos ni esfuerzos, pero que usaban como cobertura de su rapiña. Ese discurso pobrista sigue hoy vigente. Dicen, por ejemplo, que cobrar 2% a los pobres es inaceptable. Lo inaceptable es seguir tratando a los mexicanos, por su origen o nivel de ingreso, como deficientes. Impedir que todo mexicano se haga responsable de su país es un paternalismo discriminatorio, grosero, insultante.
Pero son los mismos farsantes de siempre, que repiten lo que oyeron de sus padres, y éstos de los suyos: que México está al borde del estallido social, porque es un país profundamente injusto, y que será el Estado el que corrija esta situación inadmisible, a través del otorgamiento de subsidios. Y no puedo calificarlos de otra manera cuando, después de 80 años de hacer exactamente lo mismo, y de ver que no sirve para nada, siguen manteniendo su retórica de justicia social tan sólo para mantener sus privilegios y los de sus seguidores.
El problema que enfrentamos no es la gran recesión estadounidense, por lo que no hay razón en querer reactivar la economía. El problema es que vamos a perder 25 puntos del PIB en cinco años por la menor producción de petróleo. Esta pérdida puede resolverse si la cubrimos entre todos con más impuestos o con menos gastos. Pero reducir los gastos en esa proporción sólo ocurriría si eliminamos la educación pública, lo que es impensable. Así que no hay más que pagar. Y creo que todos, absolutamente todos, debemos hacernos cargo de este pago: los que tienen poco, que paguen poco, pero nadie debe quedar fuera del esfuerzo, porque nadie es menos que los demás. Basta de discriminación.
Sigo pensando que no han comprendido el tamaño del problema, y por eso no pueden salir de su confusión mental. Pero no pueden comprender el problema por esa misma confusión. El círculo vicioso se romperá en los próximos meses. Si salimos de nuestro mundo raro y enfrentamos la realidad, hay futuro para México. Si la realidad nos derrota estando en ese mundo raro en que hoy estamos, habrá sido todo para este experimento de 200 años. No hay términos medios.
http://www.macario.com.mx/
Profesor de Humanidades del ITESM-CCM

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