viernes, 11 de septiembre de 2009

La dignidad de una mujer resplandeciente

Clara Scherer
Excélsior/11 de septiembre de 2009

La Constitución alemana de 1949 dice: “La dignidad humana es intangible. Los poderes públicos tienen el deber de respetarla y protegerla”. Tarea difícil, si nos detenemos en las palabras; pero si recurrimos a nuestra “experiencia” de vida, sabemos lo que queremos decir con “dignidad”.
La dignidad humana contiene elementos subjetivos y objetivos, vinculados con las condiciones de vida de cada persona. Para conseguir la “felicidad”, que también sabemos por experiencia vital, se presenta sólo a ratos y siempre y cuando respete la condición básica de que podamos vivir conforme a nuestros deseos, nuestras capacidades y nuestras convicciones.
La dignidad humana ha de recorrer un camino muy dificultoso para acompañar a cada persona en todos los momentos de su vida, porque todas las relaciones humanas son de poder. Y las relaciones de poder mantienen un difícil equilibrio para no llegar a ser de “dominio”. Conquistar la voluntad de las otras, de los otros, es una tarea que a los herederos de Hernán Cortés les sigue pareciendo interesante, importante, retadora. Pobres, no saben la maravilla que es salvaguardar, en cada relación, la dignidad.
Estas ideas son las que rondan mi cabeza gracias a una amiga, cuyo nombre la define: Elena, resplandeciente. Una amiga que me ha reconciliado con las mujeres dedicadas a la política, después del papelazo de las diputadas renunciantes y quisiera usar palabras suaves, pero no encuentro traidoras a la causa que muchas han encabezado desde hace más de cien años. Esa amiga, que me ha distinguido con su afecto desde hace más de 20 años, es una mujer, además de digna, consistente.
Cuando la conocí, andaba tras las cuotas a favor del género femenino. Lo consiguió, junto con otras mujeres de su partido, en su estado y a nivel nacional. Entonces, siempre inconforme con esta medida de “justicia”, me habló de la necesidad de ir construyendo una democracia paritaria. Yo, ignorante, sólo sonreía. Después, me habló de la importancia de los mecanismos a favor de las mujeres. Y ahí me tienen, consiguiendo firmas para la propuesta de crear un Instituto Nacional.
Mi querida amiga, no contenta y muy consciente de que todos esos logros sólo eran unas cuantas piedritas en el camino de la dignidad femenina, empezó una ardua tarea: convencer a quien fuera necesario de que el presupuesto nacional, y todos los demás, debían tener perspectiva de género. No impacta igual, a las mujeres y a los hombres, una política pública, digamos de empleo temporal, si los recursos se dedican a apoyar sólo la construcción de carreteras. Por supuesto, las mujeres quedarán descobijadas. Y mi amiga se atrevió a pasar noches y días discutiendo con los funcionarios más picudos de la Secretaría de Hacienda. Logró (junto con otras, porque siempre ha trabajado en equipo) que se diera un presupuesto sustancioso a la causa de las mujeres.
Hoy, mi admiración por María Elena Chapa ha seguido en ritmo ascendente. El 25 de agosto presentó su último Informe como presidenta del Instituto de las Mujeres del Estado de Nuevo León. Además de innovador, importante y con una rendición de cuentas transparente, fue una lección de dignidad. Dignidad que se asienta en ser una de las que aprende y reconoce la historia de las mexicanas, las de antes y las de ahora, de mujeres que se comprometen con toda su voluntad, inteligencia y pasión, no se doblan y, mucho menos, se rompen. Aquellas que promueven el desarrollo de una cultura de respeto y de solidaridad, en la que cada mujer y cada hombre son valorados por lo que son.
Lástima que las renunciantes no fueran invitadas. De cualquier modo, son de las que no saben escuchar y, mucho menos, vivir la pasión por la libertad.
claschca@prodigy.net.mx

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