miércoles, 30 de septiembre de 2009

Fuera de lugar

Rafael Pérez Gay
El Universal/27 de septiembre de 2009

Hace unos días viajé a Culiacán. Nadie me advirtió que esa ciudad es lo más parecido que hay a un baño de vapor. Los amigos que me invitaron estaban celebrando que la temperatura había bajado en los últimos días, el termómetro marcaba 38 grados centígrados.
No voy a hablar del factor humedad y esas cosas. Me presenté con una chamarra de gamuza que a mí me pareció adecuada y de respaldo llevaba en la maleta un blazer de lanillas. Intenté combinar con un pantalón gris de casimir y una camisa azul. Mis anfitriones me miraron con asco y me prohibieron terminantemente salir así a la calle.
—No tengo qué ponerme. Es un viaje relámpago.
—Por lo menos quítate la chamarra. Te vas a ahogar.
Concedí y me colgué la chamarra en la espalda. Cuando sentí el golpe de calor pensé en mis amigos escritores del norte de México. Me he persuadido de que sus obras valen más que otras aventuras narrativas porque han sido escritas en ciudades calcinantes. Caminamos por el infierno unos cuantos minutos mientras llegaba el coche que nos llevaría a nuestro destino. Les dije a mis anfitriones mientras me limpiaba el sudor de la frente:
—Yo me voy.
—Es que con esa ropa estás fuera de lugar.
La verdad, soy un especialista en ponerme fuera de lugar. En una mesa en la cual un amigo soltaba la soflama contra el 2% de impuesto, llamó criminales a las autoridades hacendarias, me sentí claramente al margen de su lucha por los pobres. En las misma mesa, una amiga afirmó que el chocarrero secuestro del avión cometido por el predicador loco había sido un montaje del gobierno de Calderón, una cortina de humo para bajarle intensidad al escándalo del impuesto criminal. También afirmó, por cierto, que nunca hubo influenza en México. Otro montaje. Por estar fuera de lugar, se me ocurrió decir que si te dan unos calenturones y sientes como que te mueres, hay que hacerse la prueba del H1N1. Fui acusado de agente panista al servicio del yunque, un deplorable hombre de derechas. Como ya estaba fuera de lugar, me imaginé una escena en la que altos funcionarios ordenan reunir a 120 personas para explicarles lo del montaje y subirlas a la brevedad al avión de la mentira.
—¿Y dónde conseguiremos a un predicador inofensivo y tonto?
—Las calles están llenas de ellos. Tengo uno boliviano, ¿les interesa?
—Ni mandado a hacer.
Uno de mis amigos sinaloenses supo explicarme con claridad apabullante que en ocasiones es mejor estar fuera de lugar, como perdido.
—En Sinaloa hay al menos dos mundos. Uno es este que ves en donde la gente trabaja, va y viene, llena los restaurantes, en fin, la vida diaria. Pero hay otro mundo, el del narco, un mundo regido por las leyes del crimen organizado, la violencia, los levantones, la tortura, el secuestro. Normalmente esos mundos se encuentran separados, pero cuando se intersectan —me dijo—, hay que estar fuera de ese lugar.
Me despedí en el aeropuerto con el saco en el brazo y abanicándome con un periódico. Estuvo a punto de darme el sofocón. Pasé los arcos detectores con éxito y caminé hasta la sala donde debía abordar. Al subir al avión encontré mi asiento ocupado por una mujer. Vi una y otra vez el número que marcaba mi talón de abordaje. Atrás de mí se hizo una fila de pasajeros. La mujer se apiadó de mí y mostró sus cartas: que si podía darle mi butaca para que ella estuviera a un lado de su hija. Desde luego le cedí mi lugar.
Lo leí en un libro de crónicas de Javier Cercas y de inmediato quise robarme las palabras que Gustav Januch pone en boca de Kafka: “En un mundo sin Dios, el sentido del humor es casi una obligación moral”. Al mismo tiempo recordé a un lector de EL UNIVERSAL online que me malquiere y afirma que los trozos de vida que pongo cada semana en este espacio son aburridos. Cuando leí a este lector, me sentí fuera de lugar. No he sido requerido como corresponsal para ningún frente de guerra, no he disparado armas de fuego, no he saltado en paracaídas ni navegado ríos caudalosos, si el requisito para no aburrir a los lectores es la desmesurada acción, no cuenten conmigo.

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