
Milenio/4 de septiembre de 2009
Hay cuestiones ante las cuales a los mexicanos, y más allá de las banderas y diferencias político-ideológicas, no nos queda más remedio que actuar con urgencia y en la misma dirección. De no hacerlo así —conviene tomar conciencia de ello— ponemos en peligro la viabilidad de la nación. Hablo, por un lado, de la posibilidad real de un estallido social, del que ha advertido ya el propio rector de nuestra máxima casa de estudios, José Narro, y por el otro, del peligro que implica que el crecimiento del poder y la influencia del crimen organizado terminen por desplazar al Estado arrebatándole el uso legal de la fuerza. Ante estas dos amenazas reales y presentes no podemos quedarnos, como ciudadanos y al margen incluso de las organizaciones políticas, con los brazos cruzados. Tenemos que encontrar juntos vías de participación para conjurar estas amenazas.
La brecha que separa al México de esos pocos ricos cada vez más ricos del México de los muchos millones de pobres cada vez más pobres, se hace más honda cada día. No hay válvula de escape que soporte esta presión. Nada más inestable y volátil que esa combinación de frustración, desesperación y rabia que campea en amplios sectores de la población. La falta de empleo y oportunidades aunadas a la certeza de que la justicia trabaja para quien puede pagarla y de que aquí, como reza el dicho popular, “el que no tranza no avanza”, han generado ya un clima propicio para el estallido.
Partidos y organizaciones han perdido, merced a sus muchos errores y a la enorme distancia que han puesto entre sus intereses particulares y los intereses de las grandes mayorías empobrecidas, totalmente la credibilidad. Política y políticos son para el grueso de la población sinónimos de corrupción e ineficiencia. Aquel que piense que puede dirigir el estallido o sacar provecho del mismo se equivoca. Si el volcán hace erupción la lava habrá de arrastrarnos a todos; nadie podrá ponerse —para utilizar el argot marxista tradicional— a la vanguardia de esa marea embravecida.
Convencidos de que quien habla de la posibilidad siquiera del estallido lo hace desde una determinada trinchera ideológica proceden de inmediato a descalificarlo. Poco valor conceden entonces a los alarmantes datos de la desigualdad social que la realidad entrega. Afianzados en su percepción de una aparente tranquilidad social se olvidan de que ésta se consigue sólo cuando se vive en un ambiente de justicia y bienestar.
Obstinados en negar una realidad que los perturba no se dan cuenta, por otro lado, de que si el crimen organizado, que saca ventaja de la miseria crónica y la desesperación que ésta genera, continúa saliéndose de madre y haciéndose del control de cada vez más amplias regiones del país, nadie ni nada tendrá retaguardia segura.
La combinación letal de violencia y corrupción, la capacidad de comprar o matar del narco corroe a la sociedad entera. No hay ciudadano que pueda sentirse en realidad lejano e inmune a ese cáncer que amenaza con extenderse con extrema virulencia. No existe vacuna efectiva contra ese mal que, a la larga o a la corta, a todos nos alcanza.
Muchos, ingenua o cómodamente, creen que pueden mantenerse al margen de la lucha que se libra contra el crimen organizado. Están convencidos de que siendo gente decente, trabajadora, el combate al narco es algo que no les compete; que no les toca, que no les corresponde. Sólo una cruzada fallida del gobierno federal. Una guerra en la que, creen, pueden mantenerse neutrales y en la que les toca sólo indignarse ante la creciente lista de bajas.
Imaginan, en su santa indignación ante la falta de resultados, quizás escenarios de negociación o un reacomodo, una vuelta al pasado cuando los criminales se mantenían, supuestamente, confinados por el Estado en compartimentos estancos de los cuales, simplemente, no osaban salir. Desconocen que el apetito voraz de una fiera hambrienta como el narco no se sacia fácilmente, no se contiene de ninguna manera.
Alegando que los narcos están lejos se rehúsan a reconocer la conexión natural entre quien comercia droga y quien asesina y secuestra. Creen que la violencia se ceba sólo en otros, en los muertos lejanos, desconocidos, sin nombre ni rostro y se olvidan que al ritmo que el fenómeno criminal se extiende nos volvemos todos más vulnerables. Olvidan a Brecht cuando dice aquello de “quien calla cuando se llevan al vecino olvida que mañana vendrán por él”.
El crimen organizado saca ventaja de la desigualdad social y económica. Hoy donde truenan sus balas, suena su dinero constante y sonante. Lo que no logra el terror lo logra a veces la desesperación. Riqueza fácil, violencia expedita son su receta y la pone al alcance de cualquiera. Hoy donde hay resentimiento pone una pistola en la mano, y donde hay resistencia y dignidad, una bala en la sien.
http://elcancerberodeulises.blogspot.com/
La brecha que separa al México de esos pocos ricos cada vez más ricos del México de los muchos millones de pobres cada vez más pobres, se hace más honda cada día. No hay válvula de escape que soporte esta presión. Nada más inestable y volátil que esa combinación de frustración, desesperación y rabia que campea en amplios sectores de la población. La falta de empleo y oportunidades aunadas a la certeza de que la justicia trabaja para quien puede pagarla y de que aquí, como reza el dicho popular, “el que no tranza no avanza”, han generado ya un clima propicio para el estallido.
Partidos y organizaciones han perdido, merced a sus muchos errores y a la enorme distancia que han puesto entre sus intereses particulares y los intereses de las grandes mayorías empobrecidas, totalmente la credibilidad. Política y políticos son para el grueso de la población sinónimos de corrupción e ineficiencia. Aquel que piense que puede dirigir el estallido o sacar provecho del mismo se equivoca. Si el volcán hace erupción la lava habrá de arrastrarnos a todos; nadie podrá ponerse —para utilizar el argot marxista tradicional— a la vanguardia de esa marea embravecida.
Convencidos de que quien habla de la posibilidad siquiera del estallido lo hace desde una determinada trinchera ideológica proceden de inmediato a descalificarlo. Poco valor conceden entonces a los alarmantes datos de la desigualdad social que la realidad entrega. Afianzados en su percepción de una aparente tranquilidad social se olvidan de que ésta se consigue sólo cuando se vive en un ambiente de justicia y bienestar.
Obstinados en negar una realidad que los perturba no se dan cuenta, por otro lado, de que si el crimen organizado, que saca ventaja de la miseria crónica y la desesperación que ésta genera, continúa saliéndose de madre y haciéndose del control de cada vez más amplias regiones del país, nadie ni nada tendrá retaguardia segura.
La combinación letal de violencia y corrupción, la capacidad de comprar o matar del narco corroe a la sociedad entera. No hay ciudadano que pueda sentirse en realidad lejano e inmune a ese cáncer que amenaza con extenderse con extrema virulencia. No existe vacuna efectiva contra ese mal que, a la larga o a la corta, a todos nos alcanza.
Muchos, ingenua o cómodamente, creen que pueden mantenerse al margen de la lucha que se libra contra el crimen organizado. Están convencidos de que siendo gente decente, trabajadora, el combate al narco es algo que no les compete; que no les toca, que no les corresponde. Sólo una cruzada fallida del gobierno federal. Una guerra en la que, creen, pueden mantenerse neutrales y en la que les toca sólo indignarse ante la creciente lista de bajas.
Imaginan, en su santa indignación ante la falta de resultados, quizás escenarios de negociación o un reacomodo, una vuelta al pasado cuando los criminales se mantenían, supuestamente, confinados por el Estado en compartimentos estancos de los cuales, simplemente, no osaban salir. Desconocen que el apetito voraz de una fiera hambrienta como el narco no se sacia fácilmente, no se contiene de ninguna manera.
Alegando que los narcos están lejos se rehúsan a reconocer la conexión natural entre quien comercia droga y quien asesina y secuestra. Creen que la violencia se ceba sólo en otros, en los muertos lejanos, desconocidos, sin nombre ni rostro y se olvidan que al ritmo que el fenómeno criminal se extiende nos volvemos todos más vulnerables. Olvidan a Brecht cuando dice aquello de “quien calla cuando se llevan al vecino olvida que mañana vendrán por él”.
El crimen organizado saca ventaja de la desigualdad social y económica. Hoy donde truenan sus balas, suena su dinero constante y sonante. Lo que no logra el terror lo logra a veces la desesperación. Riqueza fácil, violencia expedita son su receta y la pone al alcance de cualquiera. Hoy donde hay resentimiento pone una pistola en la mano, y donde hay resistencia y dignidad, una bala en la sien.
http://elcancerberodeulises.blogspot.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario