viernes, 11 de septiembre de 2009

Cambios en zigzag

José Fernández Santillán
El Universal/11 de septiembre de 2009

Si tomamos en cuenta las acciones y los dichos presidenciales más recientes, hay algo que no termina de cuadrar. Como que Felipe Calderón va caminando en zigzag.
Me explico: antes de su ya famoso discurso del 2 de septiembre con motivo de la entrega por escrito, un día antes, de su tercer Informe de Gobierno ante el Congreso de la Unión, su propuesta más novedosa era la cédula de identidad para crear un registro único de población, esta vez con controles biomédicos de última generación. Como si no fuese suficiente la credencial del IFE para esos fines.
De allí que la insulsa polémica se hubiese centrado en la conveniencia o no de duplicar recursos para llevar a cabo una cosa tan menor como es otra identificación civil.
En esas estábamos cuando, desde Palacio Nacional, el Presidente de la República reconoció que lo hecho hasta ahora no había sido suficiente y, por tanto, había que emprender un cambio profundo: “Para que México cambie, y cambie de fondo, tenemos que cambiar nosotros, quienes tenemos algún tipo de responsabilidad encomendada por los electores… En nuestras manos está el decidir si seguimos en la inercia o si impulsamos cambios de fondo para transformar al país”.
Y lanzó un decálogo de acciones que yo sitúo en cuatro grandes rubros: 1) En el ramo económico, reforzar el combate a la pobreza, austeridad en las finanzas públicas, reforma económica, reforma en telecomunicaciones y derogación de trámites innecesarios. 2) En el campo social, cobertura universal de salud, educación de calidad, reforma laboral. 3) En el área de la seguridad pública, combate a la delincuencia. 4) En el terreno político, retomar la reforma del Estado para implantar un sistema institucional más acorde con la pluralidad social que hemos ido forjando.
De llevarse a cabo estos planteamientos, eso implicaría varias cosas: cambiar la política económica que se instauró en México desde principios de los 80, meter en cintura al duopolio televisivo y a la oligarquía financiera; atender las demandas populares postergadas para crear empleos y contar con servicios de salud eficientes para toda la población, así como romper la alianza con el SNTE; modificar de raíz la lucha contra el crimen para darle un sentido más multisectorial y menos militares; pasar, como sistema de gobierno, del presidencialismo al parlamentarismo, cosa a la que hasta fechas recientes Calderón se opuso.
A Felipe Calderón le pasó lo que a Saulo de Tarso a quien, camino a Damasco, se le apareció una luz deslumbrante al tiempo que oyó una voz celestial que le preguntó “¿Por qué me persigues?”, y le ordenó dirigirse a esa ciudad para propalar la doctrina de Cristo. Este acontecimiento transformó a Saulo de un feroz persecutor de cristianos en el más eficaz difusor de la palabra de Jesús. Cambió de nombre y es conocido por la historia como San Pablo.
Metáforas aparte, con el giro radical propuesto, había motivos para tomarle la palabra a Calderón y decirle: “Estamos de acuerdo: se necesitan esos cambios y vamos juntos a poner en acto su decálogo”.
Pero, ¡oh decepción!, los relevos en la Procuraduría General de la República, en la Secretaría de Agricultura y en la Secretaría de la Reforma Agraria no corresponden a lo prometido. A esas instituciones llegan personas que no cubren ni el perfil de grandeza prometido ni el sentido de inclusividad necesario para incorporar a otras fuerzas políticas a la acción de gobierno.
Por fin, a dónde vamos, a un verdadero cambio y la suma de corrientes políticas, o más de lo mismo.
jfsantillan@itesm.mx
Académico del Tecnológico de Monterrey (CCM)

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