miércoles, 30 de septiembre de 2009

¿Reinventar la democracia?

Jean Meyer
El Universal/27 de septiembre de 2009

De acuerdo. La democracia está en crisis. Lo dicen en Europa; en Rusia, Putin le pone adjetivos; lo dicen en Estados Unidos; lo decimos y lo vivimos en México y en toda América Latina, tan sensible hoy en día al canto de las sirenas de unas nuevas dictaduras, no muy diferentes de las antiguas. Sin embargo, sigo creyendo que Churchill estaba en lo cierto cuando decía que si bien la democracia era pésima, todos los otros regímenes eran peores que ella.
La democracia empieza cuando el hombre político se pregunta, si es de izquierda, cuál parte de responsabilidad puede y debe introducir en su convicción; si es de derecha, cuál parte de convicción puede y debe introducir en su responsabilidad. Es asunto de dosificación y apreciación de la situación. No se puede rechazar el juego político democrático con el pretexto de que la corrupción triunfa. Triunfa de manera más absoluta en los regímenes autoritarios, y ni hablar de los dictadores que no tienen que rendir cuentas y, por si acaso, transfieren la riqueza nacional a Suiza o las islas Caimán.
¿Será más honesta la oligarquía “revolucionaria” que usurpa el calificativo de “sandinista” en Nicaragua? ¿Y los esposos Kirchner, que en su deriva autoritaria multiplican su fortuna de manera asombrosa: 480% en los últimos años? Para no hablar de los parientes inmediatos del presidente Hugo Chávez.
Es imposible escapar al dilema de las manos puras: se dijo del filósofo Kant que tenía las manos puras pero que no tenía manos. En un momento dado, inevitablemente, el discurso místico debe encarnarse en una política, una política que no será nunca el equivalente de su mística. Es lo que desespera a muchos y los hace despreciar la democracia vista como el compromiso permanente, la traición de los ideales.
Blas Pascal, que no era especialmente acomodaticio, distinguía entre las órdenes. No pensaba que Alejandro Magno fuese el igual de Aristóteles. Tampoco que Aristóteles fuese el igual de Jesucristo. Pero pensaba que para ganar batallas, el gran capitán Alejandro era superior a su maestro filósofo; y que para analizar la política el filósofo griego era superior al profeta judío. Y que la elevación superior e incomparable de Jesús no implica la abolición de lo que Pascal llama “las grandezas de establecimiento”, ni de las obras del espíritu. A cada quien su oficio. El oficio de político, en democracia, puede, debe ser un oficio noble; si no lo es, la culpa es de los hombres, no de la democracia.
Mi generación, mi familia política, la de la izquierda no comunista, ha subestimado, despreciado la política, de manera que, por cierto puritanismo, muchos se han refugiado en la erudición, la contemplación o la práctica empírica.
Urge tomar la política en serio y no abandonarla a los patanes sin escrúpulos y a los arribistas; hay que soñar con una política de izquierda democrática que abandone las tonterías políticamente correctas del optimismo y del progreso, que mire de frente la cuestión enigmática del mal, en lugar de echarle la culpa a la sociedad, el medio, el capital, las circunstancias y otros rollos. Para enfrentar la cuestión del progreso (¿qué es eso?) y de la justicia en la libertad.
Marx nos enseñó que el dinero, bajo la forma del capital, no es un principio malo, sino un instrumento de producción. El problema no es el capital, sino el dinero en forma de “lana”, es decir, el gran instrumento de corrupción, como lo manifiesta nuestro Congreso en su ciclo de tres años, como lo manifestó la revolución sandinista con el reparto de la piñata entre sus dirigentes. La crítica de Marx al capitalismo iba contra la explotación de los trabajadores, no contra el capital. Ahora necesitamos una crítica postcapitalista de la “lana” que gangrena la democracia y vulgariza las relaciones humanas, la producción científica, intelectual, artística. La culpa no la tiene la democracia, insisto yo.
Además, hay que abandonar la idea de que el presente es necesariamente superior al pasado e inferior al futuro. Hay que hacerle caso a Luis González cuando dijo en 1981: “El grito de Hidalgo del futuro debe ser ¡Señores, no hay más remedio que ir a remover supervivencias y encarcelar residuos! El nuevo grito de Dolores para la próxima generación de mexicanos debe ser: no más supervivencias inútiles o perjudiciales; no más basura fuera de su lugar; no más remembranzas encendidas de odios, suspicacias y quejumbre; no más historias con aspecto de puñales”.
jean.meyer@cide.edu
Profesor investigador del CIDE

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