martes, 22 de septiembre de 2009

Marcelo, el rey que quería ser rey

René Avilés Fabila
Excélsior/20 de septiembre de 2009

Como muchos anticiparon, el grito del 15 y el Informe de Marcelo Ebrard fueron tediosos, faltos de imaginación y sin ningún sentido autocrítico. Como su administración, se orienta por caprichos; queda claro que ni él mismo sabe a dónde va. Aprovechó ambos momentos para lanzar severas diatribas al gobierno de Felipe Calderón cuando el suyo está peor. Es una obra cómica llamada El burro hablando de orejas. Los diarios anticipaban su informe como retroceso político, un regreso a los peores momentos del PRI, sin que hubiera una voz que lo cuestionara en una Asamblea Legislativa muda y especializada en aplausos. Su interés en ser candidato presidencial y reivindicar a su grupo real, el de Manuel Camacho que tan cerca estuvo de Carlos Salinas, lo lleva a pelear en varios frentes sin ninguna agudeza, sin estrategia a no ser la típica del perredismo: golpear al gobierno de Calderón y morder más de lo que puede engullir.
Marcelo busca la presidencia de México, no la tendrá jamás con políticas equivocadas. Su empeño en ganar a toda costa el DF completo lo puso en evidencia como hombre rencoroso, desesperado, incapaz de diálogo y escasamente ilustrado en lo suyo: la política. Su actuación en Coyoacán, Cuajimalpa y Miguel Hidalgo mostró más lodo que argumentos. Si a ello sumamos sus dificultades con AMLO, Juanito, Clara Brugada y parte significativa del PRD no formado en el PRI, lo tenemos de cuerpo entero: autoritario sí, pero algo peor, limitado en política. Heredero de un populismo patético a pesar de su aspecto de niño bien, boy scout en lugar de guerrillero. Echarle una mirada a su expediente y verlo actuar en el linchamiento de policías en Tláhuac, por ejemplo, sus pistas de hielo y playas artificiales, la inseguridad creciente (Metro Balderas), el inaudito ambulantaje, la piratería, obras inconclusas y otras ausentes, falta de agua en algunas delegaciones y el desbordamiento de ríos e inundaciones de aguas negras en otras, dejar el empleo a la buena de Dios, incapacidad como gobernante. Ah, pero la culpa es de Felipe Calderón. Marcelo es una arrogante envoltura que oculta a un pésimo político. Al parecer sólo se siente cómodo entre los suyos, personas del grupo que Manuel Camacho conformó para suceder a Carlos Salinas; pero ninguno da pie con bola y la ayuda no llega ante el avance de otros aspirantes presidenciales como Enrique Peña Nieto o (no se burle usted) el mismísimo Juanito quien pronto se verá a sí mismo como tal con los resultados que cualquier persona sensata puede imaginar. Que Ebrard es dueño de la Asamblea Legislativa, está por verse, entre los miembros de su partido abundan los corruptos y ambiciosos, para qué dar nombres: hace poco Ciro Gómez Leyva hizo un recuento atinado. Que puede ser candidato presidencial, como afirma Ricardo Alemán, no lo dudo, el problema es ver qué partido lo abanderará y cómo harán organismos totalmente enfangados como el PRD, el PT o Convergencia para ponerlo en Los Pinos.
Ebrard ha visto disminuir, según encuestas recientes, su prestigio. Luego del informe las cosas van peor. Sin capacidad para la autocrítica, con una lengua heredada de López Obrador, no acaba de entender por qué ahora a Carlos Navarrete le va mejor en su carrera. El nuevo look de Marcelo, al que hacía referencia Excélsior, no lo pondrá a la par de Enrique Peña Nieto: esa batalla entre metrosexuales también la tiene perdida. Como si fuera poco, la dirigencia perredista capitalina está llegando al límite: entre su corrupción extrema, su autoritarismo, la incapacidad para resolver los problemas que agobian al DF, pierde adeptos. La manipulación del poder no da para tanto. Su descenso es claro y el PRD no muestra indicios de cambio alguno, se ha hecho cínico.
El PRD capitalino concentró a auténticos gángsters en el poder, actúan como tales, nadie vive pobre y están obsesionados con su nuevo nivel de riquezas, la corrupción es su esencia, han dejado solo a Obrador porque su avanzado grado de locura pone en riesgo sus posiciones. Su grito, el de los “libres”, fue una prueba más de su caída, como antes lo fue el descubrimiento de una estrella del firmamento político mexicano: el inaudito Juanito, símbolo del bajo nivel de la política capitalina y de los medios de comunicación.
Ebrard tiene derecho a ser candidato presidencial y nosotros a rechazarlo porque en sus muchos años de actividad política únicamente ha podido resistir y tener éxito merced a sus alianzas: primero con Manuel Camacho y luego con López Obrador. Suponer que es posible mal gobernar y encima echarle la culpa de los males a Calderón, es un error de primaria. Dentro de poco tiempo veremos que la historia lo pone en el basurero y será un mal recuerdo de playas artificiales, pistas de hielo y ruidosos festejos en plazas públicas que no bastaron para hacernos creer que era Churchill, Roosvelt o el general Cárdenas. Es simplemente un hombre mediocre al que por sus errores se le agota la buena suerte.
http://www.reneavilesfabila.com.mx/

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