miércoles, 9 de septiembre de 2009

La enfermedad como soledad

Arnoldo Kraus
La Jornada/9 de septiembre de 2009

Imposible sustraerse al sesgo. Cada quien lo vive y lo interpreta de acuerdo a sus capacidades y a sus intereses. Imposible escapar. El quehacer genera sesgo y el sesgo genera quehacer. Mi quehacer es la enfermedad. Mi sesgo es la reflexión humana y literaria que evoca la patología. La enfermedad es una vivencia universalmente compartida. La insanidad y la muerte son, sin duda, las principales fuentes de cavilación en la vida.
No sólo quienes ejercen la medicina caen en las provocaciones de la patología: la meditación y la filosofía inherentes a ella competen a todos. Son incontables las novelas, los poemas, las películas y los ensayos relacionados con la enfermedad. La percepción de los pacientes sobre las patologías es también trascendental. Requiere palabras propias, sentires ajenos, palabras “verdaderas”. De esa experiencia nace una “narrativa de la enfermedad”. Cuando el afectado es escritor, el resultado suele ser muy estimulante.
En 1623, John Donne (1572-1631), el célebre poeta inglés, confrontó una enfermedad debilitante caracterizada por altas fiebres. Los historiadores han especulado mucho, sin éxito, acerca del origen de la fiebre. A pesar de haberse realizado diversos estudios, no existe diagnóstico certero; Donne se recuperó de ese mal y escribió, en 1624, un texto intitulado Devotions Upon Emergent Occasions and Several Steps in my Sickness. En ese ensayo Donne se sumerge en sí mismo. Rasca su interior. Toca su vida por medio de su enfermedad. Narra sus nuevos días a través de la óptica de su mirada enferma, quizás de su mirada atemorizada. “As sickness is the greatest misery, so the greatest misery of sickness is solitude.” (Así como la enfermedad es la mayor miseria, la miseria principal de la enfermedad es la soledad.) De esa admirable sentencia nació su famosísima idea, “No man is an island” (“Ningún hombre es una isla).
El aislamiento al que hace referencia, “… la principal miseria de la enfermedad es la soledad”, es brutal. Es brutal por ser real y es demoledor porque el mal de la soledad sólo se mitiga por medio de lo que no hay, compañía. Algunos pacientes lo saben: la soledad habla como la muerte.
Cuando se padece, el silencio y el abandono hieren profundamente. La salud quebrada requiere cariño, las pérdidas requieren voces, el miedo compañía. La inminente presencia de su majestad la muerte se tolera mejor cuando junto al enfermo hablan otros seres humanos. Los moribundos confrontan el final con más fuerza y con dignidad cuando el cariño de los seres queridos les hace saber que siguen perteneciendo al mundo de los vivos.
Esa idea la resaltó con lucidez Norbert Elías. En La soledad de los moribundos cavila acerca del mundo moderno, de las distancias entre los seres humanos y de la falta de sensibilidad de los seres humanos, “…un problema general de nuestro tiempo es la incapacidad de ofrecer a los moribundos ayuda, de mostrarles el afecto que más necesitan a la hora de despedirse de los demás”.
Aunque la enfermedad fue el motor de la inspiración de Donne cuando escribió Devotions Upon…, la reflexión, “ningún hombre es una isla”, va más allá: los vínculos entre los seres humanos deben ser profundos. La interconexión entre personas es necesaria. Una persona no puede serlo sin otras personas que le hablen, que la miren, que la toquen. Los lazos humanos son el mejor antídoto para mermar la soledad de las soledades, la que siente un enfermo cuando no encuentra un rostro en el cual mirarse u otras manos con las cuales tocar sus propias manos.
La soledad de las soledades no es la muerte. Es algo peor. Es la vida yerma de cariño, es el abandono cuando se es enfermo. Es el silencio que asfixia y la imposibilidad de compartir lo que se piensa. Es el día sin día.
La soledad es la razón por la cual algunos enfermos escriben. Algunos lo hacen para verterse. Otros para entender el significado de su tristeza. Todos para mitigar sus miedos y dolores. Las letras no curan, pero sí acompañan. No sanan, pero sí modifican. Modificar la calidad del tiempo y la vida de los días es una de las mayores cualidades del arte.
La vida de los días de los enfermos es más inhóspita cuando el compañero es el abandono. Donne orilla al lector a los márgenes más crudos de la humanidad: “… la miseria principal de la enfermedad es la soledad”. La idea es devastadora. Es real.
Las muertes por enfermedad duelen porque son parte de la existencia. Vivir la muerte como parte de la vida es necesario. En cambio, los decesos por soledad duelen más profundo porque nunca acaban.

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