lunes, 7 de septiembre de 2009

No se pierde nada

José Luis Reyna
Milenio/7 de septiembre de 2009

La semana pasada Felipe Calderón hizo un balance objetivo de la situación nacional: el país está en un profundo bache. Por ello la urgencia de un cambio. De su mensaje se desprende que el sexenio se convirtió en trienio. La primera mitad de su administración arrojó pocos logros y muchos retrocesos: hay más pobres, más desempleo y más violencia. “El peor tercer año en tres sexenios” fue el encabezado de MILENIO Diario del pasado miércoles. Calderón ha reconocido que el México deseable dista mucha del México que tenemos. Por lo mismo es indispensable una alianza para la construcción de un futuro que hoy luce incierto. Hay que reconocerle al encargado del Poder Ejecutivo que al aceptar la existencia del atolladero en que nos encontramos refleja, en buena medida, que asume la adversa realidad nacional. La derrota electoral de las pasadas elecciones intermedias lo ha obligado a clamar por alianzas con otros actores políticos, en particular con el PRI. Calderón y su partido tienen un escaso margen de maniobra. Demandar una alianza de todos implica corresponsabilizar a los que toman decisiones. Exigir un cambio de fondo le permite compartir el destino del país. Su planteamiento le puede rendir dividendos porque ya no tiene nada que perder y sí evitar pasar a los anales de la historia como el presidente del desastre, como su antecesor.
Tres años tuvieron que pasar para que Calderón se atreviera a proponer una agenda de país. La propuesta esbozada, empero, no podrá cumplirse en los próximos tres años, sino implicará el esfuerzo denodado, cuando menos, de una generación para hacer viable algunos de los 10 puntos propuestos. Sin embargo, era (y es) necesario dar el primer paso. Es plausible que se haya dado. La agenda, sin embargo, tiene obstáculos: la poca credibilidad de la clase política y un liderazgo que luce pequeño ante el reto monumental que el país enfrenta.
El primer punto, y al parecer la prioridad principal del gobierno es frenar la pobreza. El sentido común permite discernir que tres años son muy pocos para resolver el problema de uno de cada cinco mexicanos que padecen de pobreza (extrema) alimentaria: sus ingresos no bastan para adquirir la canasta básica de alimentos. Lo anterior se refleja en el incremento del índice de desigualdad durante lo que va del presente sexenio. De acuerdo con cifras del INEGI, 10 por ciento de los hogares más ricos disponen de 36 por ciento de los ingresos nacionales. Mientras tanto, 60 por ciento de los hogares de menores ingresos tienen acceso a sólo 27 por ciento del ingreso. Entre el 10 por ciento más rico y el 10 por ciento más pobre hay una diferencia, medida en pesos, de 22 veces. Respectivamente 133 mil comparado con los 6 mil de los que menos tienen.
Otro de los puntos de la agenda presidencial es lograr una educación de calidad. Todo país que pretenda trascender tiene que tener un sistema educativo sólido. Ejemplos sobran; ahí está el caso de Corea. Sin embargo, nuestros maestros no cumplen con los méritos mínimos para la transmisión de conocimientos. Por la crisis económica, además, se pretende reducir el presupuesto a las universidades públicas. Y lo peor es que la política educacional mexicana no depende de criterios que respondan al mérito, sino que está secuestrada por un sindicato y una dirigencia que son los principales obstáculos para alcanzar calidad en el rubro educativo. Un cambio de fondo, que dependería del propio Calderón, sería sacudirse de la dirigencia magisterial, la cual dispone de enormes recursos públicos sin cumplir con sus funciones excepto la de obsequiar apoyo político corporativo a la administración presidencial, sin rendirle cuentas a nadie. Ganaría credibilidad, que tanta falta le hace.
Para cumplir con el decálogo de la salvación presidencial se requieren recursos. Por eso está incluida en la agenda una “reforma profunda de las finanzas públicas”. En otras palabras, más impuestos. Este es el eje de toda la propuesta. En este punto es donde el cambio de fondo que Calderón puede encontrar su mayor obstáculo. No podrá pedírsele un sacrificio adicional a la sociedad cuando ocho de cada 10 personas califican negativamente el manejo de la economía (Publímetro, 2/IX/09). No hay autoridad moral para pedir más a los contribuyentes cautivos en tanto que los dineros públicos se usen como patrimonio particular de la clase política en turno. No se puede pedir más cuando existen tantas áreas opacas dentro del Estado en cuanto al uso del dinero público. Se invoca la austeridad, aunque no se ejerza.
Mañana el titular de la Secretaría de Hacienda entregará al Congreso su proyecto de presupuesto de 2010. De su discusión podrá desprenderse que tan profundo puede ser el cambio presidencial propuesto y también se podrá inferir la modalidad de la alianza que el Ejecutivo pretende hacer con las fuerzas de la oposición. Si se logran algunos resultados positivos el Presidente habrá ganado. El país también. Si no los hay, Calderón no tiene nada más que perder.

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