martes, 22 de septiembre de 2009

Sin nombre

Marcelino Perelló
Excélsior/22 de septiembre de 2009

Llegué a poseer un acervo inmenso de chistes acerca del socialismo, es decir, en contra del socialismo. Tuve una lista de más de setecientos. No con el relato íntegro, sino únicamente algunas palabras clave mnemotécnicas.
Un mal día de la primavera de 1981 perdí mi libreta, mi tesoro, en alguno de los pasillos de la Universidad Autónoma de Barcelona. Nunca me he recuperado de tan dolorosa e irremisible pérdida. Tanto más cuanto en la libreta extraviada también se encontraban los nombres y las direcciones de los cientos de amigos y conocidos que hice en Rumanía. De todo el mundo, de Sudán, de Mongolia, de Chipre, de Vietnam, de Albania, de Angola… qué sé yo. A lo largo de todos estos años sólo he recuperado el contacto con alguno de ellos.
Pese a mis frustrantes experiencias pasadas, hoy lo vuelvo a intentar. Muchas cosas he perdido en esta vida, pero lo terco no, nunca. Al contrario. Para contarle la puntada en cuestión, sin embargo, es necesario antes darle un par de explicaciones. No hay nada más antipático en este mundo que tener que explicar chistes o poemas. Es darles en la madre. Disolverlos en ácido sulfúrico. A modo de atenuante le daré las explicaciones antes y no después. Como que es menos criminal.
Así pue, le recordaré que, en los países socialistas, en los dos que quedan y en todos los que dejaron de serlo, el materialismo histórico constituía uno de los ejes rectores del pensamiento social y de los temarios en las escuelas. Según él, la historia se subdividía en etapas dependiendo de la clase dominante y las relaciones de producción que la imponían. Así pues, a la sociedad tribal la sucedió el esclavismo, a éste el feudalismo, le siguió a su vez el capitalismo. Empezaba a surgir la etapa siguiente, el socialismo. Debía seguir, obligatoriamente, el comunismo. Después ya quién sabe qué. Pero eso proclamaba, proclama, el materialismo histórico.
Por otra parte, en todas las grandes manifestaciones obreras (más que manifestación, desfile), no podía faltar una enorme pancarta, una de las principales, que proclamaba “¡Viva el comunismo, futuro luminoso de la humanidad!”
Bien. ¡Uf! Hasta aquí los prolegómenos. Ahi le va, por fin, el chiste. Dicen que en la Roma clásica está el emperador Claudio, acompañado de todo el Senado, presenciando desde lo alto de la columnata el desfile de los esclavos y que éstos enarbolan de manera desafiante una pancarta gigantesca en la que se lee : “¡Viva el feudalismo, futuro luminoso de la humanidad!”
Eso es. Espero que lo haya hecho reír. Yo hice, por mi parte, todo lo que pude. Y el chiste es finísimo. Así que, si no le hizo gracia, la responsabilidad es toda suya. Hágaselo mirar.
Pero resulta que estos esclavos combativos en la Roma imperial parecían ignorar que gozaban de un privilegio inapreciable, perdido para siempre jamás. No pagaban impuestos. Al perder su condición de esclavos e ingresar a ese futuro luminoso del feudalismo, se vieron obligados a aflojar, entre otras cosas, el temido diezmo. Los señores feudales usaron y abusaron con todo regocijo de los escasos bienes de sus siervos.
Tal fue la magnitud de aquella catástrofe que aún hoy perdura. Alambicado, sofisticado, disimulado, el diezmo persiste. Hoy le llaman impuesto. Y no es un mal nombre, no es un eufemismo. Es impuesto porque alguien lo impone. Las palabras endulzadas son otras, como la de “contribuyente”. ¿Puede uno contribuir en algo por la fuerza?
Hoy pretenden imponernos un nuevo impuesto: 2% al consumo. Dicen que es en beneficio de los pobres, que tendrán que pagar más por la comida, pero que eso se les revertirá en una multitud de prebendas y beneficios magníficos, aún no estipulados. En medicinas no los va a perjudicar tanto, porque no las acostumbran. La lógica de los impositores es muy sencilla, digna de un ama de casa de la Álamos. Los ricos gastan más que los pobres. Aplauso cerrado. Por lo tanto, el gravamen de 2% los afectará más a ellos. Aplauso tupido acompañado de “bravos” y “hurras”. O sea que los pobres salen beneficiados. Aplauso de pie. Gritos ensordecedores, lluvia de claveles blancos sobre el orador.
Ese 2% además será destinado a obras y proyectos de interés social, términos que remiten a las tristemente célebres Conasupo, Diconsa, Solidaridad y tantos otros robaderos funcionariales. ¿Realmente alguien se la creerá? Se trata de una burla sangrienta.
Digámoslo clarito. El único impuesto éticamente aceptable es el impuesto sobre la ganancia, sobre la utilidad. Gravar el salario de un trabajador es explotarlo doblemente. No sólo le quita el patrón la plusvalía de aquello que produce sino que, de lo restante, el Estado, léase el funcionariato, le mocha otra gruesa rebanada. No tienen vergüenza.
Y ahora, ese 2% adicional que no se va a notar, ¡hombre!. Ya no la hagan de tos. Es absolutamente inmoral. No son pobres, son vasallos, y no es contribución, es di Vomitivo. No tiene nombre.
bruixa@prodigy.net.mx

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