martes, 22 de septiembre de 2009

La vuelta de cuál PRI

José Blanco
La Jornada/22 de septiembre de 2009

Las elecciones intermedias mostraron fatiga y evidente agotamiento de expectativas de una proporción mayoritaria de los votantes, respecto de la ineficiencia del gobierno panista, que estaba obligado a ser doblemente eficiente por cuanto le tocaron malos tiempos. Esa ineficiencia no es pura falta de oficio político y administrativo, sino su mineralizada incapacidad para moverse de la ortodoxia: perdió una proporción harto significativa de lo que había ganado.
Si esto es así, los votantes que abandonaron al PAN votaron contra este partido y no necesariamente a favor del PRI. La ineficiencia, las divisiones, la falta de propuesta y de gestión adecuadas hicieron que una parte también significativa de los votantes del PRD, abandonaran a este partido.
Si esto es así, estos electores votaron contra el sol azteca y no necesariamente a favor del tricolor. Si tal fuera el caso, es posible pensar que el triunfo de este último involucra votos en favor de este partido y votos que lo fueron en contra del PAN y del PRD. Algo similar a lo que ocurrió en 2000; la estrategia electoral de Acción Nacional consistió en construir a toda costa un voto en contra del PRI para que de una vez por todas abandonara Los Pinos: era la columna vertebral del discurso del alto vacío.
Es claro que no es lo mismo gobernar que ganar una elección. El PAN de Fox supo con esa estrategia ganar la elección al PRI, pero no tenía ni idea de lo que es gobierno ni Estado, no tenía un programa de transformación para el país: entre otras cosas dejó intactas las estructuras corporativas que siempre lo acompañaron y trató de usarlas para sí.
Si las fallas políticas, de gobierno y la permanencia en la ortodoxia del PAN continuaran, el Revolucionario Institucional se preparará para volver al Ejecutivo. Lo hará probablemente sin saber si los electores con los que ganó votaron a su favor o son resultado del voto en contra del PAN y del PRD.
México no puede desarrollarse si continúa cargando las estructuras corporativas que organizaron al país en los años 40 y 50 del siglo pasado, y que hoy son un lastre inconmensurable. Tampoco puede seguir tolerando los monopolios privados y sus privilegios, que son evidentes obstáculos al de-sarrollo; no debe privatizar las empresas que puedan contribuir al desarrollo, pero puede dejar que se sumen empresas privadas a actividades que hoy están reservadas exclusivamente al gobierno.
En el escenario “el PRI está de vuelta”, veremos forzosamente a un partido distinto al del pasado, porque el presidencialismo, pieza central del sistema priísta, ha quedado prácticamente exánime. Además, actuará en un contexto en el que están presentes en el Congreso, con importante fuerza política, otros partidos con lo que tiene que gobernar. El PRI sí sabe gobernar, presumen. Pero gobernaría un país políticamente distinto. Lo primero que tendríamos que ver es si nuevamente en el gobierno es capaz de hacer una reforma del Estado que el país demanda a gritos, o se dedicará a medrar con la situación que exista, como ha hecho el PAN.
Pero antes de que el PRI se vuelva gobierno tiene que resolver un pequeño problema: la selección de su candidato. La lectura más frecuente de los “observadores” es el madruguete de Enrique Peña Nieto, adelantándose y tratando, como el precandidato Fox dentro del PAN, de hacer creer que no había más candidato que él, y lo consiguió.
La situación de fondo no es el obvio deseo vehemente de Peña Nieto por ser el candidato, y los millones que entrega a las televisoras para estar en pantalla mañana, tarde y noche. Ésta es más bien la cara de la coartada. Y esta coartada se parece a la italiana, pero a la mexicana.
En Italia, Berlusconi, el magnate de la televisión, dijo “yo decido quién es el presidente: yo”. En México, Azcárraga –el Berlusconi mexicano– ha decidido que está en sus manos la decisión: él designará al candidato y al probable presidente: Peña Nieto. Es lo único que le faltaba a este país de parias: que el dueño del monopolio televisivo, apoyado por la otra televisora en un segundo plano, decidiera quién será el Presidente de la República.
En esa probable circunstancia, el problema del PRI es si ya aceptó que Azcárraga designe al Presidente (acaso con la bendición de Salinas, de otros priístas, y de otros tan encantados como miopes empresarios). Una designación de Azcárraga sería la ruina para este país, especialmente para las mayorías de parias que hoy no tienen futuro. Quedaríamos condenados al subdesarrollo, porque es de este estatus del que viven monopolios como Televisa, Telmex, Cemex, entre otros, y ello se convertirá en la continuación de los inquebrantables muros que impiden el de-sarrollo. La ortodoxia económica de los gobernantes actuales encaja como anillo al dedo con el mantenimiento del estatus estructural de la economía y del arreglo institucional que hace de los partidos actuales monopolios políticos que impiden la entrada a cualesquiera otros grupos de ciudadanos.
¿Beltrones ya está en esa jugada? Me cuesta trabajo creerlo para Beatriz Paredes, pero lo que está a la vista es que en la pista Peña corre solitario y sonriente. Bien haría la izquierda mexicana en pensar seriamente en esta hipótesis, en estos escenarios probables, y en qué diablos puede hacer frente a ése que se nos presenta ya como destino ineluctable.

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