domingo, 6 de septiembre de 2009

La lucha contra la discriminación

Gina Zabludovsky
Excélsior/6 de septiembre de 2009

El pasado 27 de agosto, la fundación que lleva su nombre realizó un merecido homenaje a Gilberto Rincón Gallardo. Hombre excepcional, durante su vida se involucró y comprometió con distintas actividades ciudadanas y políticas. Me referiré a la lucha contra la discriminación a la cual se entregó durante los últimos años de su vida. En el acto se dijo certeramente que la mejor forma de recordar a Rincón Gallardo es comprometiéndonos con sus ideales y sus causas, entre las cuales, la práctica de la no discriminación resulta fundamental.
Como se ha visto en la historia, las tendencias discriminatorias tienden a agudizarse en las épocas de crisis económicas. Desafortunadamente, en el mundo los ejemplos abundan. En algunos casos, nos ha tocado ser las víctimas, todos los mexicanos nos convertimos en “amenazas mundiales” durante el brote inicial de la pandemia de influenza.
Ante la falta de empleo, algunos sectores de la sociedad española muestran su creciente recelo a los inmigrantes de Latinoamérica y otros países. Lo mismo ocurre con los mexicanos en distintas regiones de Estados Unidos.
Una reciente encuesta llevada a cabo en Argentina arrojó los prejuicios de los jóvenes de educación media hacia gitanos y judíos (aunque nunca los hayan visto). A la par, han surgido nuevas teorías que niegan el Holocausto, y no hemos hecho oír con suficiente fuerza nuestras protestas frente al genocidio en Darfur.
Si observamos lo que pasa en México, también nos daremos cuenta de la necesidad de superar los lastres de una sociedad que, sin reconocerlo, es profundamente discriminatoria.
Porque las personas que necesitan de silla de ruedas no pueden ir a todos los restaurantes ya que tienen sus baños en los segundos pisos y no cuentan con ascensor. Tampoco les es posible transportarse en autobuses que no están debidamente habilitados. Ni siquiera en las universidades hay rampas o elevadores que lleven a los salones de clases, cubículos y auditorios.
Porque en los anuncios que descaradamente se publican en la prensa, las ofertas de trabajo limitan la entrada a ciertos grupos sociales. Violando los más elementales derechos constitucionales, se anuncian puestos con restricciones de edad, apariencia física, estado civil y sexo. Las recepcionistas deben ser guapas y solteras, sin importar que sean capacitadas y eficientes. Abundan los empleadores que excluyen a los egresados de universidades públicas y la mayoría de las vacantes disponibles dejan fuera a los mayores de treinta y cinco años.
Porque a pesar del letrero “aquí no se discrimina”, los cadeneros de algunos “antros” permiten la entrada de los jóvenes según su apariencia física y muchos de estos locales tienen un precio diferenciado para hombres y mujeres. Aunque parezca un asunto menor, en la práctica el mensaje es que los hombres deben tener más dinero y que las mujeres valen menos.
Porque en México todavía se señala al “güerito” y se utiliza la abominable palabra “naco” para referirse con menosprecio a comportamientos, actitudes o personas.
Las mujeres de tez morena y rasgos indígenas difícilmente pueden llegar a ser protagonistas en telenovelas (a menos que actúen como sirvientas) y desde luego, nunca son consideradas como modelos en las campañas de publicidad.
Porque las gerentes y ejecutivas todavía se enfrentan al invisible “techo de cristal” que les impide ascender a los cargos más importantes de las compañías y los hombres aún no pueden disfrutar de “licencias de paternidad” para cuidar de sus hijos. En una época de crisis, las trabajadoras llegan a ser consideradas “sospechosas” por desplazar a los hombres, y estos suelen enfrentarse a una condena familiar y social cuando pierden su trabajo (no son considerados “verdaderos hombres”). No es raro que en los hospitales a los enfermeros (que desafortunadamente son muy pocos) los pacientes los llamen doctores y a las doctoras se les confunda con enfermeras o se les diga “señoritas”. Y en los restaurantes de lujo, todos los meseros tienen que ser hombres. Porque en algunos lugares de México, los padres todavía venden a sus hijas. Por el alto número de mujeres y niños victimas de violencia doméstica. Por los insuficientes programas para los adultos mayores. Por las prácticas homofóbicas. Por el hostigamiento que han sufrido los grupos evangélicos en varios lugares del país.
Porque no hay muchos centros educativos como la Universidad Tecnológica de Santa Catarina que abran sus puertas a los estudiantes con discapacidades, otorgándoles una educación de calidad y encaminándolos a un empleo futuro. El día del homenaje los alumnos invidentes y sordomudos dieron una muestra de creatividad cantando a coro en el Palacio de Bellas Artes.
Por éstas y otras tantas razones México no debe olvidar la lucha de Rincón Gallardo.
*Artículo invitado

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