
Excélsior/6 de septiembre de 2009
Partamos de un hecho simple y contundente: el país que tenemos, como está planteado, no funciona.
La prueba de que no funciona es que hace años que no crece al ritmo sostenido de las naciones exitosas. No funciona, pues la mitad de su población no gana lo suficiente para alimentarse adecuadamente y dos terceras partes sólo tienen por expectativa la mera sobrevivencia.
Ningún país moderno y funcional dilapida sus recursos naturales y su capacidad creativa como lo hace México. Ninguno se instala en la simple administración de la inmediatez sin meditar seriamente sobre los riesgos y las oportunidades que presenta el entorno internacional.
Al margen de los aciertos y las fallas de los últimos Presidentes, está claro que la economía mexicana no camina. Sus sectores están mal integrados, la educación tiene poco que ver con el mercado laboral, el talento y el esfuerzo individuales son generalmente poco compensados, y el espacio para la acción colectiva está lleno de obstáculos.
Basta ver nuestro desempeño en productividad, ahorro interno y exportaciones para concluir que el país está estancado en el plano global. El número de patentes que registramos cada año es ridículo, buena parte de nuestra infraestructura es inservible...
Vaya, no contamos con los elementos más básicos para competir.
El problema no es caer en el pesimismo o que la crítica genere inmovilidad. Ya pasamos esa etapa. Hoy es urgente admitir que un país así no funciona, que es indispensable reinventarlo.
Algunos dirán, a la manera de un ex secretario de Gobernación, que el hecho de que sirvan los semáforos y la gente vaya a trabajar todos los días es prueba de lo contrario. Pueden seguirse engañando.
Yo no diría que el modelo económico está mal, pues la carencia de un modelo es precisamente nuestro problema.
Por un lado, tenemos una amalgama de los remanentes del viejo Estado paternalista y autoritario y las desregulaciones introducidas cuando aún estaba de moda el pernicioso Consenso de Washington.
Por otro, evitamos responder a las preguntas sobre las que debe estar fincada cualquier política económica: ¿Cuál es el elemento diferenciador de nuestro país respecto de otras naciones? ¿Qué le estaremos vendiendo al resto del mundo en los próximos 10 o 20 años?
Me pareció correcto, incluso valiente, el mensaje presidencial del 2 de septiembre. Por fin, el liderazgo se asoma en Los Pinos. Felipe Calderón está dispuesto a correr el riesgo de proponer, por la vía legislativa, cambios sustanciales a la forma en que está organizado el país.
Aun así, pienso que antes de hablar de reformas tenemos que definir qué país queremos. México no puede crecer ni se puede abatir la pobreza si antes no decidimos cuál es nuestra visión de largo plazo en el mundo globalizado. Si queremos que mejore la educación, tenemos que saber qué tipo de educación debemos impartir y con qué objetivos.
Decía que la reinvención del país es impostergable. Sin caer en el extremo del optimismo exacerbado, creo que México tiene con qué. Pero hay que decidirse. La clase política debe hacer a un lado sus intereses mezquinos y la sociedad civil tiene que estar preparada para sustituirla en caso de que eso no ocurra.
Las reinvenciones no son tan complicadas cuando se tienen claras la urgencia de cambiar y la meta a perseguir.
Acabo de ver un ejemplo de ello en Melbourne, Australia, una ciudad que hace 20 años era un polo manufacturero venido a menos por la expansión de la industria china.
La situación obligó a las autoridades locales a replantear la posición de la ciudad en el contexto global.
“¿Qué podíamos vender y en qué nos podíamos distinguir de otros lugares? Eso fue lo que nos preguntamos”, relató Dom Tassone, funcionario del Departamento de Innovación, Industria y Desarrollo Regional del estado de Victoria, donde se asienta Melbourne. “Y llegamos a la conclusión de que lo que mejor podíamos vender era la calidad de vida de nuestra ciudad y nuestra planeación urbana”.
Dos décadas después, Melbourne es una ciudad ordenada y limpia, con un eficiente sistema de transporte público, y se ha especializado en organizar competencias deportivas.
“Cuando las autoridades brasileñas fueron a Londres con la intención de obtener ideas de planeación urbana a fin de fortalecer la candidatura de Río de Janeiro para organizar los Juegos Olímpicos de 2016, allá les dijeron que mejor vinieran a Melbourne, porque nosotros estamos asesorando a Londres en la logística de los Juegos Olímpicos de 2012”, me dijo Tassone.
¿Qué puede vender México al mundo? ¿Cuáles son nuestros elementos diferenciadores?
Son preguntas que tendrán que resolverse pronto si queremos que nuestro país compita en el mundo global y se amainen los graves desequilibrios sociales que lo afectan, como son la pobreza, la falta de oportunidades, el rezago educativo y la brecha tecnológica.
Una de las áreas de oportunidad de las que hablan frecuentemente los economistas está en el campo, por la enorme demanda de alimentos en Asia. Brasil la está aprovechando. El principal destino de sus exportaciones ya es China, país al que vende soya y otros productos agrícolas. Vea este dato: las exportaciones brasileñas de carne de pollo significan al país sudamericano un ingreso de 6,300 millones de dólares anuales.
¿Acaso México no podría aprovecharla también? Ojalá que las fuerzas políticas tengan la capacidad de construir ese consenso, que no es ideológico sino pragmático.
Tiene que darse antes de que podamos pensar en muchas de las reformas estructurales de las que ha hablado el Presidente, porque éstas sólo son el camino para llegar a una meta.
Y para llegar, primero hay que saber a dónde queremos ir.
Estimado lector, lo invito a que me siga en: twitter.com/beltrandelriomx
La prueba de que no funciona es que hace años que no crece al ritmo sostenido de las naciones exitosas. No funciona, pues la mitad de su población no gana lo suficiente para alimentarse adecuadamente y dos terceras partes sólo tienen por expectativa la mera sobrevivencia.
Ningún país moderno y funcional dilapida sus recursos naturales y su capacidad creativa como lo hace México. Ninguno se instala en la simple administración de la inmediatez sin meditar seriamente sobre los riesgos y las oportunidades que presenta el entorno internacional.
Al margen de los aciertos y las fallas de los últimos Presidentes, está claro que la economía mexicana no camina. Sus sectores están mal integrados, la educación tiene poco que ver con el mercado laboral, el talento y el esfuerzo individuales son generalmente poco compensados, y el espacio para la acción colectiva está lleno de obstáculos.
Basta ver nuestro desempeño en productividad, ahorro interno y exportaciones para concluir que el país está estancado en el plano global. El número de patentes que registramos cada año es ridículo, buena parte de nuestra infraestructura es inservible...
Vaya, no contamos con los elementos más básicos para competir.
El problema no es caer en el pesimismo o que la crítica genere inmovilidad. Ya pasamos esa etapa. Hoy es urgente admitir que un país así no funciona, que es indispensable reinventarlo.
Algunos dirán, a la manera de un ex secretario de Gobernación, que el hecho de que sirvan los semáforos y la gente vaya a trabajar todos los días es prueba de lo contrario. Pueden seguirse engañando.
Yo no diría que el modelo económico está mal, pues la carencia de un modelo es precisamente nuestro problema.
Por un lado, tenemos una amalgama de los remanentes del viejo Estado paternalista y autoritario y las desregulaciones introducidas cuando aún estaba de moda el pernicioso Consenso de Washington.
Por otro, evitamos responder a las preguntas sobre las que debe estar fincada cualquier política económica: ¿Cuál es el elemento diferenciador de nuestro país respecto de otras naciones? ¿Qué le estaremos vendiendo al resto del mundo en los próximos 10 o 20 años?
Me pareció correcto, incluso valiente, el mensaje presidencial del 2 de septiembre. Por fin, el liderazgo se asoma en Los Pinos. Felipe Calderón está dispuesto a correr el riesgo de proponer, por la vía legislativa, cambios sustanciales a la forma en que está organizado el país.
Aun así, pienso que antes de hablar de reformas tenemos que definir qué país queremos. México no puede crecer ni se puede abatir la pobreza si antes no decidimos cuál es nuestra visión de largo plazo en el mundo globalizado. Si queremos que mejore la educación, tenemos que saber qué tipo de educación debemos impartir y con qué objetivos.
Decía que la reinvención del país es impostergable. Sin caer en el extremo del optimismo exacerbado, creo que México tiene con qué. Pero hay que decidirse. La clase política debe hacer a un lado sus intereses mezquinos y la sociedad civil tiene que estar preparada para sustituirla en caso de que eso no ocurra.
Las reinvenciones no son tan complicadas cuando se tienen claras la urgencia de cambiar y la meta a perseguir.
Acabo de ver un ejemplo de ello en Melbourne, Australia, una ciudad que hace 20 años era un polo manufacturero venido a menos por la expansión de la industria china.
La situación obligó a las autoridades locales a replantear la posición de la ciudad en el contexto global.
“¿Qué podíamos vender y en qué nos podíamos distinguir de otros lugares? Eso fue lo que nos preguntamos”, relató Dom Tassone, funcionario del Departamento de Innovación, Industria y Desarrollo Regional del estado de Victoria, donde se asienta Melbourne. “Y llegamos a la conclusión de que lo que mejor podíamos vender era la calidad de vida de nuestra ciudad y nuestra planeación urbana”.
Dos décadas después, Melbourne es una ciudad ordenada y limpia, con un eficiente sistema de transporte público, y se ha especializado en organizar competencias deportivas.
“Cuando las autoridades brasileñas fueron a Londres con la intención de obtener ideas de planeación urbana a fin de fortalecer la candidatura de Río de Janeiro para organizar los Juegos Olímpicos de 2016, allá les dijeron que mejor vinieran a Melbourne, porque nosotros estamos asesorando a Londres en la logística de los Juegos Olímpicos de 2012”, me dijo Tassone.
¿Qué puede vender México al mundo? ¿Cuáles son nuestros elementos diferenciadores?
Son preguntas que tendrán que resolverse pronto si queremos que nuestro país compita en el mundo global y se amainen los graves desequilibrios sociales que lo afectan, como son la pobreza, la falta de oportunidades, el rezago educativo y la brecha tecnológica.
Una de las áreas de oportunidad de las que hablan frecuentemente los economistas está en el campo, por la enorme demanda de alimentos en Asia. Brasil la está aprovechando. El principal destino de sus exportaciones ya es China, país al que vende soya y otros productos agrícolas. Vea este dato: las exportaciones brasileñas de carne de pollo significan al país sudamericano un ingreso de 6,300 millones de dólares anuales.
¿Acaso México no podría aprovecharla también? Ojalá que las fuerzas políticas tengan la capacidad de construir ese consenso, que no es ideológico sino pragmático.
Tiene que darse antes de que podamos pensar en muchas de las reformas estructurales de las que ha hablado el Presidente, porque éstas sólo son el camino para llegar a una meta.
Y para llegar, primero hay que saber a dónde queremos ir.
Estimado lector, lo invito a que me siga en: twitter.com/beltrandelriomx
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