miércoles, 2 de septiembre de 2009

Educación

Juan Carlos Sánchez Magallán
Excélsior/2 de septiembre de 2009

Sube de tono el profundo descontento colectivo de padres de familia, estudiantes, académicos, políticos, investigadores, docentes y hasta profesionistas de reciente egreso, frente a la Secretaría de Educación Pública, por el incumplimiento a su triple función didáctica, científica y social. Ahora con un añadido. Los visibles agrietamientos en sus tareas elementales y, aunque la palabra suene vulgar y ofensiva, el cinismo y la ineptitud para corregir errores.
El lunes 24 de agosto se exhibió la lamentable realidad de los verdaderos responsables del sistema educativo: el secretario Lujambio y la máxima dirigente sindical de los profesores; el primero al no revisar y permitir la distribución de libros de texto gratuitos incompletos, inconclusos y con inocultables ausencias en el curso de la historia nacional; la segunda, al exhibir su impreparación en lectura y en no saber distinguir entre influencia o influenza. Lo primero se refiere al ascendiente y lo segundo a un daño a la salud. Ninguno está enterado de las exigencias de nuestra sociedad, sometida al sufrimiento de la crisis económica e ilusionada con los beneficios educativos.
De golpe, se pasaron por alto los grandes debates escenificados en la misma Secretaría hace más de medio siglo, después, dos décadas y por último reavivados con los errores del secretario Zedillo, sobre la importancia de la historia en la formación de los escolares. Las conclusiones fueron siempre basadas en lo expuesto por Alfonso Teja Zabre: “No se busca una uniformidad de rebaño y no deben admitirse nunca los sectarismos”. Enseñar de dónde venimos con aciertos y defectos, para saber quiénes somos. En los países de más alto desarrollo siempre se enseña historia en los primeros grados. Francia, por ejemplo.
Vaya casualidad: hace 50 años, en 1959, el presidente Adolfo López Mateos creó la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos. La presidió Martín Luis Guzmán, escritor excepcional, el único mexicano distinguido como director de un diario en Madrid, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, creador de una prosa fluida, construida con palabras precisas y, de paso, experto en las artes gráficas. Lo acompañaron las eminencias científicas, técnicas y literarias más connotadas del momento.
Desde el sexenio pasado, la Comisión está confundida con una empresa, presidida por el anonimato aplastante y adoptando decisiones entre improvisados e ignorantes. El secretario Lujambio está obligado a renovar una institución, antes orgullo del país y, ahora, ahogada por concursos mercantiles ajenos al criterio educativo, científico y tipográfico. Cincuenta años de esfuerzo no pueden irse a la basura.
Es público el poder de la líder de los profesores, la señora Gordillo. Nadie niega su habilidad en haberse colocado como factor de poder con Fox el fatuo y repetir su repertorio con el presidente Calderón, al grado de colocar, sostener contra viento y temblores, a su yerno, el subsecretario González, ajeno a la cultura, a los círculos académicos genuinos y la investigación de fondo. A él se le acusa del escándalo en los libros de texto incompletos.
Se precisa un nuevo ordenamiento jurídico en el sistema educativo nacional, ahora barril sin fondo de los nutridos recursos fiscales. Es indispensable asegurar el recto cumplimiento de sus funciones, realizadas con dos criterios: el talento y la voluntad de trabajo.
Y como falta autoridad moral, ojalá el Presidente invite a la inteligencia nacional a presentar un plan renovador factible. Los grados académicos deben revalidarse con acciones tangibles y los sindicatos transparentar a dónde va su riqueza.
sanchezmagallan@hotmail.com

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