Horacio SalazarMilenio/3 de septiembre de 2009
Muchas veces las discusiones acerca de diversas características humanas tienden a polarizarse en dos bandos irreconciliables: los que dicen que la raíz del asunto es genética, y los que dicen que la causa está en el entorno.
Por supuesto, los que presumen de tener una open mind saben bien que en muchos casos las características son hijas de una combinación particular de herencia y crianza.
De manera parecida, quienes estudian la parte genética tuvieron por décadas lo que llamaban el dogma central (un gen, una proteína) que poco a poco ha cedido el paso a modelos más complejos.
En todo caso, en mis charlas con personas que tienen una postura religiosa, me han dicho que la vida (humana y de otra) es algo demasiado complejo, y que la ciencia ofrece modelos demasiado simples como para que con ellos se pueda dar cuenta de la miríada de hechos, detalles, minucias, vericuetos y estrategias alambicadas de ese proceso al que llamamos vida.
¿Cómo puedes suponer, me han dicho, que un simple alfabeto rascuache de cuatro letras en una molécula hecha nudo dentro de los cromosomas pueda ser todo lo que hay detrás del nacimiento, la reproducción, la respiración, la conciencia?
Pero lo que estas personas hacen con tales argumentos es creer que la sencillez de fondo implica también sencillez de consecuencias. Y la naturaleza no procede así.
Como les está quedando en claro a los científicos que estudian genética, el dogma un gen una proteína hace tiempo dejó de ser absoluto. La cosa no es tan simple, pues.
Primero se tropezaron con los genes saltarines, que se mueven de un lado a otro del genoma; después chocaron contra lo que inicialmente se pensó era “chatarra genética”, secuencias incapaces de producir instrucciones para una proteína.
Más adelante advirtieron que segmentos pequeñísimos de ADN eran capaces no de codificar proteínas, pero sí de regular el comportamiento de otros genes. ¡Sopas!
Y ahora resulta que mucho de ese material antes visto como chatarra genética en realidad es algo así como la materia prima a partir de la cual pueden nacer nuevos genes. Analizando un pedacito del genoma, científicos del Trinity College Dublin hallaron en él tres genes nuevos que no existen ni en nuestros parientes los chimpancés. Y yo digo: qué maravilla todo lo que puede salir de una aparente sencillez.
http://www.notasdeciencia.com/
Por supuesto, los que presumen de tener una open mind saben bien que en muchos casos las características son hijas de una combinación particular de herencia y crianza.
De manera parecida, quienes estudian la parte genética tuvieron por décadas lo que llamaban el dogma central (un gen, una proteína) que poco a poco ha cedido el paso a modelos más complejos.
En todo caso, en mis charlas con personas que tienen una postura religiosa, me han dicho que la vida (humana y de otra) es algo demasiado complejo, y que la ciencia ofrece modelos demasiado simples como para que con ellos se pueda dar cuenta de la miríada de hechos, detalles, minucias, vericuetos y estrategias alambicadas de ese proceso al que llamamos vida.
¿Cómo puedes suponer, me han dicho, que un simple alfabeto rascuache de cuatro letras en una molécula hecha nudo dentro de los cromosomas pueda ser todo lo que hay detrás del nacimiento, la reproducción, la respiración, la conciencia?
Pero lo que estas personas hacen con tales argumentos es creer que la sencillez de fondo implica también sencillez de consecuencias. Y la naturaleza no procede así.
Como les está quedando en claro a los científicos que estudian genética, el dogma un gen una proteína hace tiempo dejó de ser absoluto. La cosa no es tan simple, pues.
Primero se tropezaron con los genes saltarines, que se mueven de un lado a otro del genoma; después chocaron contra lo que inicialmente se pensó era “chatarra genética”, secuencias incapaces de producir instrucciones para una proteína.
Más adelante advirtieron que segmentos pequeñísimos de ADN eran capaces no de codificar proteínas, pero sí de regular el comportamiento de otros genes. ¡Sopas!
Y ahora resulta que mucho de ese material antes visto como chatarra genética en realidad es algo así como la materia prima a partir de la cual pueden nacer nuevos genes. Analizando un pedacito del genoma, científicos del Trinity College Dublin hallaron en él tres genes nuevos que no existen ni en nuestros parientes los chimpancés. Y yo digo: qué maravilla todo lo que puede salir de una aparente sencillez.
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